Está plenamente comprobado que durante los períodos electorales, grupos de personas desaprensivas se aprovechan de la algarabía generada por los políticos para invadir tierras estatales y privadas y para cometer diversos tipos de “travesuras”, término utilizado por algunos en los últimos años para describir con sospechosa benignidad acciones contra el patrimonio nacional, pero que en realidad significa robo o creación de condiciones para facilitarlo. En cada proceso electoral, muchos llamados “padres de familia” se apoderan de terrenos ajenos, principalmente propiedad del quebrado Consejo Estatal del Azúcar (CEA), como se podría comprobar en Hato Nuevo, Palavé y otros lugares no muy lejos del Distrito Nacional. En Hato Nuevo, hay incluso figuras públicas que han cercado con bloques miles de metros cuadrados en su propio beneficio, sin que el Estado haya recibido el valor que tienen esas tierras.
En otros casos, hay quienes se aprovechan de la campaña electoral para hacer de las suyas en otros ámbitos, como sucedió poco antes del pasado 16 de mayo para modificar, mediante un proyecto presentado en el Congreso, los límites del Parque Nacional del Este, exponiendo el valor biológico y ambiental de las zonas conocidas como La Palmilla y Palma Seca, al desarrollo turístico comercial, sin consultarse a expertos que posiblemente hubieran concluido con pertinentes observaciones, pues su pone en peligro parte de un riquísimo ecosistema que merece mejor destino.
Nunca hemos sido partidarios de un ecologismo fundamentalista, cuyos representantes no quieren que ningún sitio del país sea tocado ni con el pétalo de una rosa. Creemos firmemente que no se puede detener el desarrollo en ciertas áreas turísticas, pero tampoco debemos aceptar que en nombre de ese desarrollo se vulneren áreas de gran sensibilidad, como son La Palmilla y Palma Seca, frente a la Isla Saona.
El litoral de sus playas forma parte integral del ecosistema costero de manglares, manantiales subterráneos de agua dulce, lagunas y caños de agua salobre que sustentan una riquísima biodiversidad, vegetal y animal, terrestre, marina y aérea. Como se sabe, los manglares sirven de refugio a diversos tipos de aves, entre ellos la garza, pero además de camarones y peces que en otros lugares no sobrevivirían.
En la zona señalada—La Palmilla y Palma Seca— existe la presencia del Manatí de las Indias, antes abundante y ahora prácticamente en extinción, y es refugio nocturno de anidamiento de la Tijereta y de la paloma Coronita, en su ruta migratoria reproductiva en la Cuenca Sur del Caribe. Es también sitio de anidamiento y reproducción de varias especies de tortugas marinas y de reproducción de cientos de especies de peces, como por ejemplo el Macabí, la lisa francesa, el pargo de mangle y el cangrejo azul, entre otros.
Las playas de La Palmilla y Palma Seca son bañadas por numerosos manantiales de agua dulce que explican la presencia de una gran variedad de moluscos de concha, como la almeja y la navaja. El canal adyacente, llamado Paso del Actúan, completa el equilibro del sistema junto a la Isla Saona. Ese canal, que separa a la antigua isla Adamanay de tierra firme, es una fuente clave de alimento para toda la biodiversidad de la zona y del mar circundante, siendo particularmente importante como hábitat reproductivo de la langosta espinosa, el lambí y el chucho.
Esas riquezas ecológicas constituyen parte esencial del atractivo que lleva a miles de turistas a la zona, procedentes de Bayahibe y La Romana. Su sola presencia ejerce de por sí una presión considerable sobre esos hábitats, pero como se trata de visitas diurnas y considerando que se pueden mejorar la calidad de las prácticas de aprovechamiento del Parque mediante una acción regulada, dichas visitas pueden ser compatibles con la conservación de los recursos naturales.
Otra cosa diferente sería el desarrollo de infraestructuras hoteleras que, como se ha comprobado en otros lugares, lo que ha hecho es perjudicar el negocio turístico existente, en la medida en que han sido destruidos los atractivos biológicos de que disfrutaban los visitantes, como por ejemplo contaminando el mar, lo que lesiona y hasta aniquila diversas especies, pues todavía hay hoteles que carecen de adecuadas plantas de tratamiento, concediéndoseles plazos que no se cumplen, como si fueran dueños absolutos de las playas, que tienen carácter público y sin embargo se impide al pueblo hacer uso de ellas, aunque estén contaminadas.
Hay zonas donde algunos hoteleros han construido muros de espigón armado supuestamente para liberar las playas de los embates de las olas, destruyéndose en cambio los naturales arrecifes de coral, como sucedió en Boca Chica, donde esa barrera natural prácticamente ha desaparecido, incluso poniendo en peligro residencias veraniegas porque el mar, al no tener los atajos naturales que son los arrecifes, simplemente está robándoles sus tierras. En las playas de Juan Dolio hay más de un ejemplo de lo que decimos.
Gran parte de los recursos naturales en riesgo en La Palmilla y Palma Seca no son patrimonios exclusivos de la República Dominicana, sino del Caribe y de la Humanidad. Interrumpir, por ejemplo, la rutina reproductiva de la paloma Coronita, que tiene lugar en nuestro país, afecta por igual su población en Venezuela, donde comienza su ruta migratoria. Permitir eso en base a un desarrollo de infraestructuras hoteleras alegremente construidas, sería lo mismo que autorizar la construcción de cabañas o sitios similares en Casabito, de Jarabacoa, donde abunda la mariposa gigante de hábitos nocturnos, nuevas para la ciencia, que han concitado la atención de científicos de fama mundial y que se conservan gracias a la protección de esa zona a cargo de la Fundación Progressio, conjuntamente con la Dirección Nacional de Parques.
Sobre la modificación casi clandestina de los límites del Parque Nacional del Este, nos llama la atención el hecho de que, hasta donde sepamos, ni los ecologistas, ni la Secretaría de Turismo, ni la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, hayan dicho esta boca es mía.
Sería útil escuchar sus voces, para promover un diálogo enriquecedor que podría resultar provechoso para todos: para quienes desean construir hoteles y para aquellos que piensan que no todos los sitios de áreas protegidas son propios para levantar esos negocios.
No es cuestión de “proteger pajaritos” en perjuicio del desarrollo, como burlonamente dicen algunos, sino de evitar la extinción total de especies que en el futuro solamente podrán ser vistas en los museos, si es que acaso quedarán algunas muestras para exhibirlas.
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