Es una constante aquí y en todas partes que cuando la buena estrella comienza a declinar, no es asombroso ver como cambia el sentido del honor en la atmósfera de la derrota. Ese comportamiento, que comenzó a observarse con la frustrada aventura reeleccionista de Hipólito Mejía, ha vuelto a repetirse con la estampida desde que el perredeísmo se empecinó en una alianza precipitada y a la postre desastrosa. Pero el caso es, que si bien por aquí ha sido una práctica generalizada hacer leña del árbol caído, no se puede negar que en los funestos aprestos aliancistas jugó un papel estelar el ex gobernante, un político que volvió a demostrar no sólo que no pega una, sino que su presencia es todavía irritante para la población.
En consecuencia, la ocasión ha llegado para que Hipólito se aparte definitivamente de las filas de un partido al que, desde sus ominosos afanes reeleccionistas, ha causado un daño irreparable. Pero con él deben irse todos los colaboradores que contribuyeron con la estocada que ha dejado ese partido sin encontrar el camino de la recuperación. La alianza con el reformismo, un partido que apenas conserva uno que otro bastión, no pudo ser más traumática y catastrófica. No sólo impidió un desempeño electoral más provechoso y digno de las fuerzas del perredeísmo, sino que las debilitó en beneficio de sus aliados. Samaná y Monseñor Nouel son dos ejemplos de plazas que se perdieron por la mal estructurada alianza. Seguro que el perredeísmo habría tenido mejor desempeño de no sacrificar a figuras frescas, potables y con mucho potencial, como el licenciado Luis Abinader, despojado de una candidatura que ganó en buena lid para cedérsela al doctor Víctor Gómez Bergés; al ingeniero Rafael Salazar, sacrificado en favor del agrónomo Tito Hernández, y al doctor Alejandro Santos en beneficio del doctor Víctor García Santos.
Todos los errores que contribuyeron con el fracaso electoral, sin subestimar, por supuesto, el eficiente trabajo político del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), tienen que ser pagados por la dirección del PRD. El ingeniero Ramón Alburquerque y el doctor Orlando Jorge Mera tienen, tan pronto concluya el actual proceso, que renunciar de sus puestos para dar paso a una reestructuración de esa organización.
Esa reestructuración no es posible con el obstáculo que representa Hipólito Mejía, un hombre que, como cual jinete del apocalipsis, la población relaciona con todos sus males. Si algo faltaba para comprender el repudio que su imagen genera en la población, los resultados de las congresuales y municipales del martes 16 han sido la respuesta más clara y contundente.
Pero los que se han prestado a este atolladero también tienen que pagar sus errores y de esa forma dar algún día un ejemplo de sensatez y desprendimiento e insuflar oxígeno a un partido que se desmorona por la incertidumbre que deja en cada fracaso. Si el ex presidente Mejía y la dirección del perredeísmo no interpretan y actúan en consecuencia con el mandato de los tiempos, entonces que se comience el réquiem sobre la defunción de un partido que, todavía mortalmente herido, es una fuerza política importante. Los errores se pagan.