El doctor José Rafael Bolívar García nación en Santiago, en la comunidad de Licey Abajo en el paraje La Chiva, el 29 de diciembre de 1951. Su padre se llamaba José Cessé, de ocupación cartero, su madre era Providencia García, de escasos conocimientos y de quehaceres domésticos. Ella era opuesta a que estudiara, porque era mejor trabajar y hacer dinero. En realidad, era una madre de conducta difícil, debido a su notoria condición negativa de salud mental.
Era hijo natural. De su padre heredó la honestidad extrema y la mucha bondad, era jocoso y de temperamento alegre; de su madre el físico y la disposición anímica de la tenacidad y la obstinación. En su época de estudiante universitario, en la desconocida ciudad de Santo Domingo, obtuvo un crédito educativo que mantuvo en secreto durante todo ese tiempo, el cual usó para la ayuda de sus otros hermanos, pero recibía ayuda de una hermana.
Esa hermana mayor, era hija de un médico comunal y, de alguna manera, fue aquel el principio de su inclinación por la medicina, aunque esta afición fue paulatina, pues, se matriculó en la universidad como ingeniero electromecánico. Se llamaba ese doctor Raúl Martínez, y se convirtió para él en una suerte de arquetipo, sin saber que el destino le tenía deparado ser un notable médico al servicio de la comunidad de su país en una área, sinceramente singular, como es la medicina legal, de gran importancia para la criminología. Raúl Martínez es, y sigue siendo, un médico a emular, fue el fundador de la Clínica Corominas en Santiago, y también del Instituto de Diabetes, que actualmente lleva su nombre. Su relación con él fue muy real; hubo una época en que recibió ayuda de este doctor, incluso económicamente, para su sostenimiento en la capital.
Sus estudios primario e intermedio los realizó en su pueblo de Licey Abajo, recibiendo la enseñanza y la conducción de los profesores Rafael Alcibíades Arias y Rodolfo Rodríguez; el primero era firme en sus métodos y el segundo muy generoso y bondadoso, tanto es así que este último devino sacerdote y en la actualidad se aplica “monásticamente” en el ministerio de los enfermos. La educación secundaria la realizó en el Liceo Ulises Francisco Espaillat, también en Santiago. Estudió electromecánica en Santiago, durante un año, y de ahí pasó a la UASD a estudiar medicina, graduándose de doctor en medicina, en febrero del año de 1978.
Ha sido docente en la Universidad Católica de Santiago, cuando ni siquiera ésta era pontificia, iniciándose en ella en el año de 1982. Nos contó como ocurrió eso: El decano de la Facultad de Derecho de la universidad, el doctor Darío Suárez, lo invitó a que participara en un curso de medicina legal para sus profesores, entre los que se contaban los notables educadores, el doctor Artagnan Pérez Méndez, el doctor Ubaldo Franco y el mismo decano. La cátedra de entonces versó sobre la importancia de la autopsia en la medicina legal; fue así como se quedó siendo parte del staff de docentes de esa facultad, por invitación, hasta la fecha.
La primera vez que había enseñado en una aula, fue en la universidad en la que se especializaba como patólogo forense, en la Universidad de Antioquia, la ciudad que fundó el conquistador español Jorge Robledo en 1541, en Medellín, Colombia. Esto ocurrió en 1980. La cuestión merece contarse. El maestro del doctor Bolivar García, y también Jefe de la residencia en la especialidad era don César Augusto Giraldo Giraldo (médico forense colombiano, autor de un excelente libro titulado Medicina Forense, primera edición de 1978). Era miope, bajito de estatura, caucásico y muy estudioso. Un día le dijo a nuestro autor:
«José Rafa, la verdad es que usted es dichoso».
«Por qué».
«Porque hoy hay sólo cuatro cadáveres, y generalmente siempre hay más de ocho.
Usted estará los jueves».
«Que bueno, porque yo nací un jueves, y me casé un jueves. Y todo lo que yo hago
los jueves me sale bien».
Pero ocurrió que su primera autopsia fue su primer fracaso. Todavía recuerda de quién se trató: era un enorme sueco cuyo nombre era Junka Kabelis Virtanem, y él había fracasado en la disección especial en una asfixia mecánica. Ahí mismo aprendió que lo que caracteriza a la patología forense es buscar las violencias de un cadáver. Pasó entonces a ser docente de la residencia “no por mérito, sino por castigo” en los casos de asfixias mecánicas.
Siguiendo con las actitudes de docente, debemos consignar que ha impartido sus conocimientos en las universidades de UTESA, UTECI, ha sido profesor invitado en los cursos de educación continuada y de post-grados de la UNPHU y la UASD; es digno de ser considerado un maestro, dada su labor de docente por más de 20 años.
A su regreso de Colombia, inmediatamente lo absorbió la Procuraduría General de la República, para realizar las autopsias médico-legales del país, sobre todo con asiento en Santiago. No ha desempeñado nunca funciones públicas, sólo ha sido perito de la Justicia al servicio de la Procuraduría General, considerándose uno de los empleados más antiguos, desde 1982. Ha sido asesor de una considerable cantidad de tesis sobre aspectos de la medicina forense en las universidades y en los cuerpos castrenses, unas 35 y 40, en total.
Los reconocimientos que ha recibido no son muchos, pero al doctor Bolivar le agrada compartir y ser entusiastas con todos los que se interesan por la medicina legal; «cuando se pose esta cualidad, ya no se llega a ser funcionario ni hombre público, sino que no se es bien visto para los reconocimientos y premios». No obstante, el CARMJ lo reconoció por sus aportes a los programas de capacitación de actualización de los magistrados del Ministerio Público, en 1999; el Departamento de Protección al Menor, de los Niños, Niñas y Adolescentes del Distrito Judicial de Puerto Plata, lo reconoció por sus aportes al fortalecimiento a la Justicia (2003); la Escuela de Medicina de UTECI, reconoce sus grandes aportes a la patología forense (1988) y le otorga una placa de reconocimiento; la PUCMM también ha reconocido su labor y sus aportes en el ámbito académico de la práctica forense y abuso de menores (1989).
Grandes amistades ha logrado cultivar el doctor Bolivar García. Con el doctor César Augusto Giraldo Giraldo, su guía espiritual y su paradigma, ha sido para él maestro al que todos deberíamos emular, lo conoció en Medellín durante su especialización de patología forense. Grande ha sido su amistad con el doctor Nélson Gómez, que en el momento presente funge de Juez de la Junta Central Electoral, compañero de la universidad, amistad que data desde su regreso al país, cuando tuvo que hacerle una prueba de paternidad HLA; es el amigo leal, de gran confianza y que siempre ha estado cuando se le necesita.
El doctor Guaroa Lora Vicente, quien fue la persona que lo motivó a estudiar patología forense, y que le cambió afortunadamente el destino a su vida, al convertirlo en el primer patólogo forense del país. En el pensar del doctor Bolivar, nos referimos a una persona dinámica, profesor de patología en la UASD, gustoso siempre de organizar cursos y el mérito bien ganado en cuanto a la creación de la residencia de anatomía patológica en la universidad del Estado.
No ha viajado mucho nuestro autor, pero siempre que lo ha hecho ha sido en asuntos de la medicina legal. En septiembre de 1980, cuando todavía se especializaba, asistió al Primer Congreso Latinoamericano de Medicina Legal, en Medellín, 1980. Allí mismo conoció al destacado doctor costarricense Eduardo Vargas Alvarado, a quien posteriormente le asistió para la edición de un libro, enviándole el paquete de legislación que emplea nuestro sistema de administración de justicia.
Viajó a ciudad Panamá a un curso de Medicina Legal, con el doctor Luis Mas Calzadilla, un eminente patólogo forense de la ciudad de Panamá, en 1989. En Costa Rica, 1995, asistió a la Novena Jornada Costarricense de Medicina Legal, llamada entonces 1º Congreso Centroamericano de Patología Forense. En EEUU, ha participado en cursos de patología forense en Texas, y otras ciudades.
En su humilde trabajo, en el Instituto Regional de Patología Forense de Santiago, donde
trabaja desde hace ya muchos años, ha alcanzado gran experiencia con los ginecológicos
forenses. Para él, lo más importante de la medicina legal es que ésta logre realizarse
de una manera integral.
– «Qué no hacen nuestros forenses» –le pregunté.
– «La anatomía es la base de la medicina legal, de ahí surge la etiopatogenia, los
cambios morfológicos. Es urgente que nuestros patólogos trabajen la ginecología
forense, la medicina carcelaria, la traumatología, la clínica forense y las lesiones
personales. Las autopsias no son mejores únicamente debido a un problema de
infraestructura».
«La relación de medicina legal y la criminología, queda establecida en los utensilios
que el criminal utiliza en el daño anatómico que produce, en la forma que éste
repercute en la integridad física o mental de una persona, y la función de la medicina
legal va a consistir en encargarse de interpretar ese daño que se ha perpetrado, y que
puede ser por muchas causas.
«En el caso de las violaciones sexuales el arma es el pene, porque el ofensor no utiliza
preservativos». Por ello su concepto médico-legal de lesión personal es enfático:
define todo aquello que rompe la integridad del organismo.
Nos ha confiado su versión de la criminología y de la medicina legal. El ha
establecido: «No puede existir la una sin la otra». En la segunda edición del libro de
su maestro César Augusto Giraldo G. (Medicina Legal, 1980) se convirtió en su co-autor
agregándole el importantísimo tema del origen y la evolución histórica de la medicina
legal. Allí contó sobre el maestro X. Bichat, el primero en haber establecido un
concepto de órgano y la importancia que esto tuvo en el desarrollo de la medicina legal.
El maestro X. Bichat murió de tuberculosis a los 31 años de edad, como consecuencia de las tantas autopsias que realizó.
Las primeras señales de una legislación de autopsia judicial está implícitamente vinculada a su nombre. Según él mismo narra, en una conversación con el chofer, quien resultó ser el primohermano del otrora Procurador General de la República, el doctor Arístides Taveras Guzmán, para que hable con el Procurador General de entonces, el doctor Caonabo Fernández Naranjo, que al inquirirlo sobre la existencia de la legislación de marras dijo que, en efecto, ésta no existía en el país.
Así que gracias a un artículo suyo titulado «Necesidad de un Instituto de Patología Forense» (1979), a su regreso de Colombia, le entregó al entonces director de Patología del hospital Cabral y Báez, el doctor Pedro Jorge Blanco, hermano del entonces Senador y posterior Presidente de la República, el doctor Salvador Jorge Blanco. El artículo que versaba sobre la necesidad de un Instituto de Patología Forense cobró vida y adquirió forma legal durante el gobierno del momento y es así como pasó a convertirse en la Ley 136 sobre Autopsia Judicial, del 1980.
Ha presentado innúmeros trabajos de investigación científica sobre medicina legal, anatomía patológica, delitos sexuales, muertes naturales y repentinas, síndrome del niño agredido o síndrome de Caffey, morbi-mortalidad por violencia, etc., todas en el 2000, en las Jornadas Médicas Quirúrgicas del Hospital Regional José María Cabral y Báez. También ha publicado artículos de igual naturaleza, en la Revista de la Asociación Médica, en el órgano de la Sociedad Latinoamericana de Medicina Legal, entre otros.