MEXICO. -Y llegó por fin la hora esperada por toda la familia reunida. Al sonar cada campanada y justo como lo marca la tradición, íbamos todos comiendo a máxima velocidad una deliciosa uva hasta completar doce en total.
La verdad por más que me esfuerzo año tras año, no soy capaz de echarme a la boca las uvas, masticarlas con precaución de no morder una semilla, saborearlas, tragarlas y encima meditar sobre el deseo que busco se me conceda, para inmediatamente después seguir con otra y con otra y con otra. Tan fácil que sería echarse todas juntas de un jalón.
Este ritual se nos heredó de unos agricultores españoles de 1909 que al ver los excedentes en su producción vitícola tuvieron la ocurrencia de decir que si consumimos una uva por cada mes, tendremos suerte y dicha en el año venidero. ¡Menos mal que fueron uvas y no manzanas o melones lo que cultivaban!
Otro rito del que es casi imposible escapar es aquel que dice que si recibimos el año nuevo con ropa interior roja, el año que nace nos proveerá de abundante dicha romántica y amor en exceso.
Si me pusiera alguno de esos atuendos carmesí con bordados, encajes y transparencias seductoras que venden al por mayor en cualquier tianguis, centro comercial o tienda departamental, creo sin duda que tendría una fila de hombres tras de mi, pero no precisamente por el “amor” que me profesaran. Vestida con semejantes ropas, muy probablemente me confundirían con alguna chica de la vida galante del barrio.
¡Claro! ¡Ahora caigo en la cuenta! Debo portar panties y sostén colorados para atraer libidinosamente a la bola de hombres lujuriosos que nunca faltan y fungir como meretriz y de esa manera, cobrando por mis servicios, el dinero no me faltará. ¡Buena manera de empezar el 2006!
Aunque no estoy del todo convencida de seguir al pie de la letra esos métodos tan poco ortodoxos de aseguramiento de amor y billete. Creo que prefiero por el momento, hacer caso omiso a ciertas tradiciones aparentemente inofensivas.
Después de las campanadas, los abrazos y los deseos llega la deliciosa y siempre predecible cena. Quisiera que un día dijeran las abuelas o las tías que de cena habrá hígado encebollado, tacos de tripa o sopa de chícharos. Pero no. Todo es estático y constante en el menú.
Los propósitos de año nuevo también son los mismos entre los miembros de la familia, independientemente de la edad. O por lo menos hay uno que nunca falla: “bajar de peso este año”.
Y yo como mujer altamente solidaria, me uní a la causa adelgazadora de la gran mayoría de mis conocidos. Estoy dispuesta a poner en línea mi silueta aunque para lograrlo tendré que sacrificar algunos alimentos de mi dieta diaria y algunos antojos que se suelen compartir con los amigos. Lo que sin duda significa que cuando me inviten a algún evento social, deba decir “no gracias” cada que me ofrezcan algún aperitivo o platillo.
¡Qué precio tan caro tendré que pagar por convertirme en una esbelta matrona! Pensándolo bien, ¿para qué quiero reducir peso o talla? Las dimensiones corporales se basan en simples modas. Mientras gocemos de salud, kilitos de más o kilitos de menos son cuestiones irrelevantes. En todo caso, hagamos de cuenta que vivimos en la Europa renacentista donde la belleza física estaba marcada por cuerpos robustos y llenos de protuberancias grasas. O que vivimos en el México post-revolucionario, donde las bellas damas se caracterizaban por su complexión llenita. El hecho de que ahora las mujeres (sobre todo) deseen estar tan delgadas como un niño de ocho años, obedece simplemente a la moda actual. Moda que por cierto, pone en riesgo la salud de la muchachada.
Definitivamente, después de analizarlo, no me uniré este año a la lista de mujeres peleadas con la báscula. Prefiero disfrutar de la vida sin mortificarme por el conteo calórico de mi comida. Y en todo caso, si me va tan “mal”, creo que puedo ser una excelente modelo para Fernando Botero y quedar plasmada en uno de sus maravillosos cuadros…