Por Pili Montalbán.
Barelona.-El amor no tienen límites cuando es verdadero, pero se expulsa de toda relación cuyo principal pretexto es el sexo y donde no interviene el alma de la persona. Por esto hoy tantas parejas fracasan en sus propósitos amorosos porque fundamentan su relación en algo tan inconsistente como el sentimiento y la satisfacción, más física que espiritual dando lugar a una emoción que va y viene y es susceptible de romperse al más mínimo contratiempo.
¿Cuál es la solución a tanto despropósito, es decir, a considerar la unión de un hombre con una mujer como mera convivencia eludiendo el compromiso primigenio de unirse hasta la muerte, y sin contar con Dios como testigo y colaborador del mismo para ayudar al sostenimiento de la cohesión matrimonial? El hecho de dejar a Dios de lado, expulsándolo de esa unidad familiar ya es jugar con desventaja puesto que si “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, significa que Dios es más poderoso en la unión que los mismos cónyuges, entonces su papel no puede despreciarse sin perjuicio de la misma. Por eso, el primer paso es hacerle a Él socio de nuestro compromiso con confianza y fe y trepar a las alturas de ese árbol que se llama matrimonio y que ha de dar muchos frutos. Los hijos crecen bajo su sombra seguros y protegidos cuando los padres tienen claro qué es lo que quieren y deben querer lo que Dios quiere: su felicidad y el éxito de su misión como familia.
En manos de los que se casan está comprender su papel en el mundo ya que cada familia unida es un eslabón en la cadena humana que refuerza la estabilidad colectiva y da alas a los hijos para que funden otras familias basándose en la realidad incontestable de que Dios está a nuestro favor y no en nuestra contra y con El construimos, en lugar de destruirnos con rupturas y separaciones de las que los primeras víctimas son los niños. El sexo no puede ser el pretexto para iniciar una relación, al contrario adquiere su dimensión y significado cuando se emplea contando con su función principal: la de traer hijos al mundo.
Pili Montalbán
Piera, Barcelona