En los últimos años, en la República Dominicana, el debate político en torno a las candidaturas –sin importar el nivel de selección– ha descendido de manera deprimente, debido a que los actores que se involucran en los procesos, solamente se limitan a exteriorizar sus atributos materiales y posibilidades mediáticas para lograr sus objetivos.
En esencia, el liderazgo político de las organizaciones partidistas, únicamente se ha interesado en alentar el pugilato exhibicionista del yoísmo, en una clara suplantación del orden colectivo de las cosas. Razón por la cual, la condición ideológica del debate ha sucumbido ante la exigencia pragmática del egocentrismo que anida en el seno de las organizaciones.
En consecuencia, esa condición o statu quo es la que empuja al dirigente político que aspira a ocupar una posición electiva, a refugiarse en argumentos baladíes que en nada contribuyen a definir un perfil confiable sobre quién puede ser el mejor candidato para el partido, o en una última circunstancia, sobre cuál sería el mejor presidente para el país.
Es innegable que la crisis de identidad que afecta a la cúpula de los partidos es cada vez más inescrutable, debido a que los elementos que la componen –sus líderes– actúan de espaldas al compromiso con el fortalecimiento institucional de sus respectivas organizaciones. Lo que empuja a esas instituciones, a perder el valor de su esencia y consecuentemente, la capacidad para auto-renovarse como parte del todo y del sistema.
Esa distorsión, como resultado de la crisis de pensamiento en los partidos, ocasiona un trauma directo al entretejido emocional del sistema democrático en su conjunto, provocando intuitivamente la pérdida de la capacidad de auto-independencia en quienes dirigen los procesos institucionales de los demás poderes del Estado.
Ahora ocurre que uno de los poderes del Estad El Senado de la Republica, es quien sirve de amparo a las aspiraciones presidenciales de varios dirigentes del PLD. En un procedimiento que violenta –producto del debilitamiento de los fundamentos en ese partido–, no solo el principio de respeto a la solemnidad e independencia de ese órgano legislativo, sino también que usurpa la autoridad del debido proceso dentro del seno de la organización.
En ese sentido, tanto el presidente del PLD, como el secretario general, cometen un error político al permitir que esos dirigentes, utilicen sus investiduras legislativas para promover las aspiraciones de ambos, enviando con esa acción, un mensaje negativo que debilita la imagen institucional del país y cuestiona el rol dirigencial de los partidos.
Es penoso, lamentable y hasta pudiera ser cuestionable que siendo el PLD, la organización con la más recia y cimentada ideología política del sistema democrático nacional, como lo es –el boschismo –, sus dirigentes no tomen de esas enseñanzas para elevar el debate y convertirlo en una herramienta didáctica que sirva de modelo al fortalecimiento de las instituciones que componen el sistema.
No es pecado que un dirigente, sea cual sea su jerarquía política, institucional o constitucional, manifieste sus simpatías a favor de uno u otro aspirante. Lo que sí resulta cuestionable es, que lo haga poniendo al frente una condición que no se debe a sí mismo ni al partido, sino que se debe al país.
No es pecado que se quiera apoyar a un precandidato presidencial desde una dirección política a lo interno del partido. Lo que no es correcto, es que para hacerlo se utilice el nombre o la investidura de una función pública desde el Estado. Por consiguiente, la guerra mediática que se está desarrollando en el PLD, con el objetivo de ganar posicionamiento entre los militantes y simpatizantes de la organización, está siendo llevada a cabo de manera errónea.
Los últimos acontecimientos en los que se han presentado y exhibidos como trofeos, a dirigentes que ostentan la condición de senadores de la república, con el propósito de enviar un mensaje de fuerza hacia el PLD, resulta en un agravio a la inteligencia de los dirigentes de la organización, –que indica de manera equívoca – que los senadores son los que ostentan el poder del voto dentro del partido.
La institucionalidad del país, no es un trofeo que se adquiere con carácter individual para ser utilizado como instrumento de lucha contra los demás. Por lo que, ningún peledeista debe utilizar en provecho propio, las herramientas que proporciona el sistema democrático para dañar con sus acciones, la esencia del legado heredado del profesor Juan Bosch.
En mi opinión, para ser candidato presidencial del PLD, ningún dirigente debería refugiarse en el amparo –como muletas– de senadores, diputados, síndicos o regidores del partido. Solamente requeriría el aspirante, contar con argumentos bien cimentados que pudieran definir su condición política, de modo que pueda convencer con su discurso a quienes lo deberán elegir.
Finalmente, vamos a concluir nuestro análisis, no sin antes hacer hincapié en una breve reflexión extraída del artículo de opinión: "Ley de Partidos y Democracia", de nuestro dilecto amigo y alto dirigente del PLD, José Tomás Pérez, en el que se expresa lo siguiente, cit
"Hasta 1995, año en que se celebraron las elecciones primarias para escoger al candidato presidencial del PLD, seleccionar un candidato –de cualquier nivel que fuera– era una labor meticulosa, que ameritaba la presentación de un currículum muy bien documentado y obligaba a los que pretendían ser elegidos, a someterse a un severo escrutinio de sus ideas y condiciones políticas. Para ese entonces, la escogencia de un compañero se fundamentaba estrictamente en el conocimiento, en la doctrina y la praxis del aspirante".
Y sigue diciendo el autor en su estudio sobre el comportamiento de la idiosincrasia política en el país, que “Leonel Fernández, Euclides Gutiérrez y Norge Botello, tuvieron que sacar de sí todo lo que aprendieron del profesor Juan Bosch, y del estudio de la política, para convencer –aquella vez– a un auditorio altamente calificado que se reunía en asambleas a escucharlos, que cuestionaba de manera activa cada argumento que le presentaban, que investigaba cada detalle y que, por su cultura política bien cimentada en la doctrina boschista, estaba acostumbrada (La membresía del PLD) a no emitir un voto en favor de nadie, a menos que estuviera absolutamente convencido". Termina la cita.
Entonces, si tomamos la observación que hace el prestigioso dirigente peledeista y la sumamos a nuestro razonamiento, podemos concluir diciendo que el PLD de hoy –donde se utiliza a legisladores para persuadir a la militancia–, no se corresponde con los parámetros de procedimiento filosófico del PLD de ayer, donde solamente prevalecía la conceptualización de las ideas, y para ser candidato no hacía falta exhibir un poder mediático que confundiera o distrajera la discusión objetiva del proceso de selección.