Santo Domingo, 28 de enero 2013.-La República Dominicana de hoy, desde arriba hasta abajo y en todas las direcciones de la rosa de los vientos, acusa una clara preeminencia del pensamiento y las prácticas económicas y políticas del conservadurismo, y aunque el fenómeno no es extraño en nuestra historia republicana (su señorío realmente alcanza más de dos tercios de ésta) no deja de ser curioso en estos momentos de vertiginosos e inusitados cambios planetarios.
Ciertamente, resulta bastante paradójico que en un mundo como el actual, en el que el liberalismo social se abre paso firmemente tras la debacle financiera y el despelote político de las opciones fundamentalistas de mercado que preconizó el llamado “Consenso de Washington” a partir del decenio de los años ochenta del siglo XX, entre nosotros reverdezcan y predominen las propuestas conservadoras.
(Un pensador dominicano de la centuria pasada afirmó en cierta ocasión que a pesar de que somos un pueblo que ha sabido “encararse valientemente con la opresión y la injusticia” siempre hemos “llegado tarde a la cita con la Historia” -y daba los ejemplos de la independencia nacional y la lucha por la democracia-, pero semejante consideración ni es del todo cierta ni explica convincentemente la “arritmia” de nuestro devenir a la que se refirió tan magistralmente Juan Bosch).
De todos modos, valga la insistencia, la preeminencia del conservadurismo es un hecho tangible e irrefutable entre nosotros, y los estudios y muestreos de opinión (independientemente de si están o no influenciados por el fanatismo político, la acción clientelar, la presión mediática o la simple falta de información adecuada) no sólo confirman el aserto sino que indican que pudiese tratarse de una situación difícil de revertir en el futuro inmediato.
La primacía de los conservadores dominicanos es ostensible con el dominio político casi absoluto del PLD, que habiendo nacido como una organización de izquierda marxista (aunque no leninista) a partir de 1990 empezó a girar hacia la derecha hasta convertirse en 2002 (tras la muerte de Balaguer) en cabeza dirigente del conservadurismo nacional, rol que ha afianzado conscientemente en la última década con la formación del llamado Bloque Progresista (nombre que no refleja en realidad la naturaleza doctrinaria de ese frente, pues sus ideólogos y gestores mediáticos más prominentes provienen del trujillismo y de la caverna política nacional) y su alianza con los grupos más voraces del empresariado criollo.
En estos instantes, el conservadurismo dominicano, representado por políticos del PLD o aliados de éste, controla los poderes establecidos por nuestra Carta Magna (encabezan e integran mayoritariamente el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial), las altas cortes colaterales (Tribunal Constitucional y Tribunal Superior Electoral), el órgano de control externo de los recursos del Estado (la Cámara de Cuentas), la entidad que organiza el ejercicio de la soberanía popular (Junta Central Electoral), el organismo que maneja las entradas y salidas del país (Dirección General de Migración, en manos de la ultranacionalista FNP), las principales corporaciones de derecho público de profesionales (ADP, CARD, CODIA, CMD, etcétera), y hasta las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional (no sólo por las vías institucionales sino por medio de familiares y clanes internos).
(La verdad es una: sólo los gobiernos extranjeros de ocupación y las dictaduras dominicanas han acumulado mas poder que el que tiene en estos momentos el PLD, y aunque el líder máximo de éste ha asegurado que no hay punto de comparación con aquellos porque su organización ha “resultado victoriosa en cuatro ocasiones con el apoyo mayoritario del pueblo”, conviene recordar que, salvo las ocupaciones militares estadounidenses, ningún régimen de fuerza ha dejado de “ganar” elecciones en nuestro país: sus mentores y promotores siempre proclamaron que tenían el mentado “apoyo mayoritario del pueblo”, lo que en cierta medida era cierto aunque fuese gracias a las bayonetas, el oro corruptor o la sencilla compra de conciencia… Es, como se sabe, un lugar común en nuestra historia).
En el terreno de la economía, la prevalencia del conservadurismo se hace notoria con la predilección de nuestros responsables del área (Banco Central, ministerios competentes y superintendencias) por el moderno modelo neoliberal y su inefable espectáculo de políticas deshumanizadas y estadísticas frías, con un aparato productivo que privilegia el sector externo y luce concentrado en áreas que no influyen directamente en el desarrollo humano y la creación de auténtica riqueza nacional, con la existencia de una banca poco regulada y usurera, y con una estructura de asistencia social politizada y reproductora de la pobreza.
En el campo de la espiritualidad social, la supremacía del conservadurismo es perceptible de diversas formas: en la existencia de una mentalidad generalizada de sumisión al poder, sea por los beneficios que se reciben o por mero pelelismo; en la supervivencia de ciertos rasgos del régimen policial y militar trujillista; en el creciente irrespeto por la vida humana; en la existencia de la aberrante filosofía vivencial de “sálvese quien pueda”; en el incumplimiento de las normativas estatales destinadas a garantizar la pulcritud del gobierno y la convivencia social; en reglas constitucionales y legales restrictivas de los derechos humanos y las libertades de últimas generaciones; en el desprecio por el medio ambiente y toda idea conservacionista; en la violación de las prerrogativas de las minorías; y en una ideología religiosa -representada por la cúpula del catolicismo- de orientación conceptual medieval, perfiles elitistas y proyecciones totalitarias. (Por supuesto, no hay que olvidar que el conservadurismo siempre se ha caracterizado por predicar lo que popularmente se conoce como una “moral en calzoncillos”, pues mientras jura y proclama como corriente de opinión que defiende la democracia, las “tradiciones nacionales”, la patria, nuestras “raíces” como pueblo, la ética pública y privada o los “valores ancestrales” de la sociedad, sus voceros y paniaguados no tienen ningún problema con coartar las libertades, hacer fraudes electorales, cometer tropelías contra la cosa pública -que van desde el uso de los recursos del Estado para fines politiqueros hasta el mas abyecto latrocinio-, o verse envueltos de actos que riñen con las buenas costumbres o la simple decencia).
Por otra parte, los conservadores dominicanos tienen un mérito destacable por sus implicaciones políticas y filosóficas: no sólo han reclutado para su causa a personalidades y ciudadanos que antes eran portaestandartes del liberalismo (el “cambiazo” del siglo) sino que se han alzado en los últimos quince años con el control de gran parte de las organizaciones, conglomerados o escenarios que se consideraban baluartes del mism los partidos democráticos (verbigracia: el PRD, sin hacer distinciones grupales), la UASD, las confederaciones sindicales, los gremios profesionales no corporativos, la intelectualidad, el profesorado universitario, los grupos juveniles, la prensa, la historiografía y los espacios que ocupan los activistas culturales en general.
(En el caso del PRD estamos ante un hecho irónic una entidad emblemáticamente liberal -que aún conserva en sus Estatutos y sus documentos doctrinarios su filiación histórica- fue convertida al conservadurismo por sus nuevas generaciones de dirigentes a pesar de que los sectores representativos de éste último son alérgicos a ella -por su fuerte olor a pueblo- y de que con tal cariz ideológico ha sido derrotados reiteradamente por el PLD y sus aliados, y aunque aún es receptáculo de la militancia de buena parte de los liberales del país su destino a este respecto es incierto porque sus grupos internos no acaban de diferenciarse cualitativamente y, por el contrario, trillan diariamente los derroteros conservadores).
En lo respectante al “cambiazo” de los antiguos liberales la cuestión es aún más reveladora: pese a que ninguno ha sido lo suficientemente honesto como para hacer una “mea culpa” e intentar justificar su nueva militancia (el mismo estilo de nuestros tránsfugas políticos, que no se molestan en explicar su salto de garrocha partidarista) se sabe (porque es público) que los más han sido sumados al conservadurismo a través de contratas, empleos públicos, privilegios u otras canonjías de origen gubernamental. Esto es: por medio del “poderoso caballero”.
Así las cosas, la conclusión salta a a vista: la apabullante victoria del conservadurismo sobre el liberalismo en la República Dominicana no tiene nada que ver con la alegada superioridad conceptual o práctica del primero en el manejo de los asuntos políticos o de Estado (argumento muy de uso en las naciones desarrolladas) sino con algo acaso más “práctico” y cercano a la naturaleza humana: no pasar por “pendejo” y procurar darle salida “pragmática” a las urgencias muchas veces inaplazables del diario vivir… Y no es que esto no valga (el autor siempre ha creído que la elección de los apegos existenciales es libre), pero sin dudas parece demasiado “ordinario” para ciertas esclarecidas personalidades de antigua prosapia liberal que ahora se exhiben, orondas y sin ninguna arruga de rubor en la frente, haciendo cabriolas en la cresta de esa singular ola.
(*) El autor es abogado y profesor [email protected]