<b>El autor de estas líneas, acaso espoleado por sus inquietudes sobre el rol que el PRD debería jugar en el presente y el futuro de la sociedad dominicana, desde hace algún tiempo le ha estado dando seguimiento, si bien un poco desde la lejanía (como es su costumbre para tratar de no ensombrecer sus apuestas de objetividad), a la trayectoria y el desempeño políticos del licenciado Luis Abinader.</b>
La razón “práctica” de ese seguimiento es simple: pese a su juventud, el licenciado Abinader se ha caracterizado por ofrecer constantes demostraciones de madurez e integridad, ser insistente en la formulación de puntos de vista compatibles con las urgencias de modernización equitativa de las estructuras sociales, políticas y económicas del país, y manifestar abierto y puntual compromiso con las mejores causas del país y del perredeismo.
Por supuesto, quien escribe también ha hecho tal observación a la distancia por otro motiv cree que en el PRD, sin que ello signifique promover exclusiones ni ignorar los grandes aportes hechos a su causa y a la de la nación por las viejas generaciones de dirigentes (que forman en general una verdadera galería del patriotismo dominicano, aunque los fanáticos de toda laya lo deseen olvidar con ingratitud de gato barcino), debe producirse un resuelto pero juicioso movimiento interior que lo coloque realmente en el curso del siglo XXI.
(Semejante tipo de cambio intrínseco ya se produjo en el PLD hace tiempo sin arrinconar a sus “viejas glorias” sino todo lo contrario -colocándolas orgullosamente en el sitial de honor que se merecen-, y ello le permitió, junto a otos factores y circunstancias santos y “no santos”, relanzarse con tal éxito que terminó debilitando políticamente al PRD, drenando socialmente al PRSC y rebalanceándose ideológicamente en dirección al conservadurismo y al utilitarismo para ocupar la parte del escenario histórico y electoral que desde el muerte de Trujillo había sido patrimonio casi exclusivo del balaguerismo).
Obviamente, en el PRD hay muchas figuras frescas (jóvenes, de mediana edad y hasta en la senectud) con condiciones individuales, arrestos de liderazgo y méritos suficientes como para encabezar el liderato de la entidad de cara a las próximas batallas políticas y electorales, y se pueden encontrar tanto en el Distrito Nacional como en el Cibao y en el resto de la geografía nacional. Nadie con un mínimo de juicio, valga la insistencia, podría negar tal aserto (la “fábrica” de líderes y presidentes del país ha sido el PRD, y ahí está nuestra historia reciente para confirmarlo).
La verdad es, empero, que a la luz de una evaluación fundada en consideraciones estratégicas de tipo electoral ninguna de las otras grandes figuras del PRD presenta el perfil de potencialidad, la excelente imagen pública, el proyecto de discurso político y las proyecciones internas y externas que en estos momentos tiene el licenciado Abinader, quien por otra parte es, como han puesto de manifiesto las últimas encuestas, el dirigente perredeísta con menor tasa de rechazo y mayor índice de potabilidad en los sectores que inciden en las victorias y las derrotas electorales.
En efecto, miembro de una de las escasas familias acaudaladas del país que puede justificar pulcramente sus haberes, perredeísta “de sangre”, profesional de considerables vuelos, exitoso gerente privado, individuo de talante no conflictivo y, sobre todo, político de personalidad agradable que se esfuerza por combinar la claridad de pensamiento con la facilidad de palabra y la sencillez en el trato individual, el licenciado Abinader luce en estos instantes como uno de los dominicanos mejor situados para ejercer el liderazgo de la nación en el futuro inmediato.
(Plausible, por lo demás, ha sido su desempeño como parte de los equipos de campaña del PRD en las últimas elecciones y como candidato vicepresidencial en las del 2012, pues no sólo demostró capacidad para sintonizarse con las urgencias del momento político sino que al mismo tiempo se le vio involucrado activamente en el debate electoral y peregrinar por toda la geografía nacional llevando el mensaje de su organización, fortaleciendo el voto militante y procurando nuevas adhesiones).
Desde luego, quien escribe igualmente está en el deber de recordar que en el proyecto político del licenciado Abinader, independientemente de las virtudes ostensibles de su líder y si éste no repara oportunamente en la cuestión, pudieran también aparecer las taras, sinrazones y aberraciones que amenazan con hacer del PRD un centro de negociado personal y meras participaciones electorales en el que las derrotas a veces son más rentables para algunos de sus dirigentes que los triunfos.
El licenciado Abinader, ciertamente, debería cuidarse de que en su proyecto germine la lógica política perredeísta de la licuadora (se teme integrar a gente nueva en sus órganos de dirección, y al tiempo que sus procesos electivos internos son grandes centrífugas de reciclaje, se aplica una línea de “adhesión por gravedad”), y no olvidar jamás que las elecciones nacionales (a diferencia de las congresuales y municipales) se ganan con votos ciudadanos, no con palabrería grupal ni con los famosos “amarres” de los “cuadros”: es el liderazgo suyo el que hay que fortalecer, y todo derecho subalterno o aspiración coyuntural deben estar subordinados a ese interés supremo.
(Tal recordatorio se impone porque algunos miembros de las nuevas generaciones del PRD, que asumieron la dirección desde 1999 y lo han conducido a cuatro derrotas electorales, acaso debido a su escasez de referencias históricas y culturales o a su falta de inteligencia emocional, no acaban de entender que una organización política está constituida por todos sus integrantes -no por una parte, sea o no mayoritaria-, y que los éxitos electorales son resultado de una suma inducida de los sufragios propios y los susceptibles de ser captados: el triunfalismo, el sectarismo y las bravuconerías pedestres son siempre caldo de cultivo de la derrota).
Por otra parte, no olvidemos que nuestro país ha sido gobernado en el último medio siglo por figuras políticas formadas durante la dictadura trujillista o en el período inmediatamente posterior a ésta (incluyendo, desde luego, los años de mayor apogeo conflictual de la denominada Guerra Fría), y en buena medida ello ha determinado tanto la orientación histórica como las tendencias fácticas esenciales de sus ejecutorias: en tanto nación entramos a la nueva centuria sin ajustar cuentas con la racionalidad, las precariedades espirituales, las representaciones epocales, los signos convencionales y los problemas socio-económicos típicos de la anterior.
En ese sentido, no pocas veces en los últimos meses una pregunta ha martillado en la sesera de quien escribe: ¿no habrá llegado ya la hora de que la República Dominicana, superando definitivamente la vieja preceptiva política y su racionalidad maniqueísta y pseudopragmática, se dote de un liderazgo cuyo pensamiento no haya echado raíces en el llamado “mundo de Yalta” (ese que nació en 1945 con la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y murió con la caída del muro de Berlín en 1989) y que, por consiguiente, sea más sensible, más humano, más “aterrizado”, mas probo, menos politiquero y menos providencialista en el tratamiento de los problemas nacionales e internacionales y en su visión sobre la “gente de carne y hueso”?
De cualquier manera, el suscrito piensa que los dominicanos deberíamos empezar a considerar más críticamente el presente y, en adición, dirigir la mirada hacia el mañana inmediato para, dejando atrás los liderazgos mesiánicos y yugulando las tendencias clientelistas que se han enseñoreado en la arena política cotidiana, entrar de manera concluyente al siglo XXI y construir una sociedad en la que predominen la libertad, la equidad, el bienestar y la verdadera solidaridad. En cuanto al PRD, está claro que la presente puede ser “la hora de los hornos” sólo si abdica de las conductas fraccionalistas y de las prácticas burocráticas y pancistas, y decide abrazar de verdad y promover el pensamiento socialista democrático en su vertiente contemporánea con un primer peldaño fundamental: darle paso a un liderazgo oxigenado, inteligente, confiable e innovador que esté de veras comprometido con un proyecto de nación que tenga por meta edificar un Estado que combine las iniciativas creadoras del mercado con las virtudes reguladoras y redistributivas del intervencionismo en un ambiente de libertad, sujeción a las leyes, prevalencia de las instituciones y respeto a la dignidad humana.
(Hay que repetirl no basta con ser joven para representar lo nuevo y lo renovador en la política o el Estado. El partidismo dominicano está infestado de jóvenes sin talento ni probidad -verdaderos “bodrios” de la política- que dirigen o aspiran a dirigir sólo porque son parte de las nuevas generaciones, pertenecen a determinados grupos o han acumulado riquezas en el negocio privado, y en el caso específico del PRD esta es una de las razones que lo ha llevado a repetidas debacles electorales. Es sencill para dirigir exitosamente hay que tener experiencia, preparación personal, capacidad política e inteligencia, sin importar la generación a la que se pertenezca).
En virtud de las reflexiones que preceden (y de sus eventuales derivaciones prácticas), una interrogante final se impone: ¿no será el licenciado Abinader, justamente, el líder que el PRD necesita para acometer las tareas cardinales señaladas y situarse en el camino de cumplir con el rol histórico que le asignaron sus forjadores y por cuyo desenlace aún suspiran los dominicanos necesitados, honestos y de buena voluntad? El autor de estas líneas no es arúspice ni telépata de glorieta, pero pudiera no andar descaminado en este respecto.
(*) El autor es abogado y profesor [email protected]