<b>Una iniciativa promovida por el Foro Rural
Mundial y respaldada por casi cuatro centenares de organizaciones civiles y
campesinas de todos los continentes, ha hecho posible que Naciones Unidas,
respaldase este año 2014, como el Año Internacional de la Agricultura Familiar.
Su celebración a nivel mundial me parece una excelente noticia, sobre todo a la
hora de promocionar políticas activas y sostenibles, a través de la unidad
familiar aldeana, y con vistas a una eficaz lucha contra la pobreza y el
hambre. </b>
El que mujeres y hombres del campo, y también del mar, puedan
reflexionar juntos, sobre la manera de cuidar el planeta y de alimentar el
mundo, debatir y extraer conclusiones, lo veo como un gran avance social.
Téngase en cuenta que el setenta por ciento de los alimentos consumidos en el
mundo son producidos por esta cercana agricultura familiar, en toda su
diversidad, y alrededor de un cuarenta por ciento de familias del mundo viven
de esta actividad. Pero también es indudable que el éxodo del campo está ahí,
en parte porque ha sido un sector abandonado, al que se le ha prestado muy poca
atención en el desarrollo de los
servicios públicos fundamentales, necesarios para alcanzar un nivel de vida
digno acorde con los progresos de la época.
A mi juicio,
considero, además prioritario rescatar alimentos tradicionales que produce el
campo, y sólo el campo, contribuyendo a una dieta mucho más natural y
equilibrada. Sin duda, es esta agricultura familiar la que realmente representa
una oportunidad para dinamizar la vida de los pueblos, las economías locales,
para afianzar la seguridad alimentaria en definitiva. Por otra parte, hay que advertir asimismo que
el sector agrícola, aunque sea familiar, es un sector de producción más, y como
tal es conveniente el asociacionismo, de todo punto necesario, porque facilita
al agricultor la posibilidad de luchar en conjunto y de manera solidaria,
contribuyendo de este modo a quedar situados en un plano de igualdad junto con
otros sectores productivos, como la industria o los servicios. Por eso,
entiendo, que es el momento de centrar la atención del mundo sobre su
importante papel en el logro del bienestar humano. Con estos agricultores
tenemos que hacer justicia. Sabemos que existen más de quinientos millones de
explotaciones agrícolas familiares en el mundo, que sus actividades dependen
principalmente de la mano de obra familiar, y que ellos son realmente los
principales productores de alimentos que consumimos a diario.
Naturalmente, no
sólo tenemos que rememorar que son una parte importante de la solución para
lograr un mundo libre de la hambruna, los gobiernos deben avivar su compromiso
político con el sector estableciendo plataformas para el diálogo, puesto que es
preciso el acceso protegido a la tierra, al agua, el mar y demás recursos
naturales. Qué menos que reconocer el derecho de los pueblos a producir sus
propios alimentos. Qué menos que producir alimentos cerca de las personas que
los necesitan. Qué menos que ayudar a un sector que se siente "el
último" de una cadena productiva. Desde luego, los poderes públicos han de
prestar, no sólo la estima a su labor, también el apoyo necesario para relanzar
una actividad que las comunidades rurales vienen desarrollando desde sus
albores. Los ciudadanos tienen el derecho y también el deber, de gestionar su
propio medio ambiente, su biodiversidad, ya que el ser humano y su cultura,
como producto y parte de esta diversidad, debe velar por protegerla y
respetarla. Por eso, es fundamental abrir nuevos horizontes a la pobreza rural,
a esta realidad presente en todos los continentes como es la agricultura
familiar, sometida hoy por hoy a fuertes incertidumbres e incomprensiones.
La principal
incomprensión, considerarla con un planteamiento de producción marginal, de ahí
la importancia de la creación de cooperativas que proporcionen no sólo gestión,
también asesoramiento y formación. Nos consta precisamente todo lo contrario,
esta agricultura familiar además de ser el sustento de mucha gente, es también
la mayor fuente de empleo en muchos países en desarrollo. En este sentido, se
están produciendo algunas noticias positivas, que esperamos sean el inicio de
otros avances. Varios países de América Latina y el Caribe han colocado a la
agricultura familiar como prioridad en sus políticas públicas, algunos como
Bolivia la han declarado como actividad de interés nacional. En la misma
sintonía, aunque con historias distintas, se encuentran otras experiencias de
Europa, Asia o África, donde el peso del modelo de familia camina hacia una
causa común, el bueno uso de las tierras agrícolas. El elemento substancial es la familia a través de un sistema de
gestión de explotación familiar, que unido a otras familias, se orientan a los
más diversos mercados. Además, las mujeres suponen cerca de la mitad de la mano
de obra agrícola en los países en desarrollo.
A mi manera de
ver, la piedra angular de la agricultura europeísta es precisamente esta
agricultura familiar, y con ella también nos referimos a los pescadores
artesanales, pastores, recolectores, jornaleros sin tierra y comunidades
indígenas, que tanto aportan al desarrollo económico del mundo; no en vano, la
familia y la explotación están vinculadas, co-evolucionan y coexisten. Por
consiguiente, estamos ante un momento trascendental para buscar soluciones
globales a problemas comunes, que enfrentan a los agricultores entre sí, entre
continentes y países, especialmente donde este sector es sinónimo de pobreza y
marginación.
Sea como fuere, a
finales del 2014, deberíamos tener un mejor conocimiento de estas gentes de
hondura, que saben labrarse la vida con el tesón de la paciencia y la labranza,
con la fuerza de la mano de obra familiar, incluyendo tanto a mujeres como
hombres, con la acción humana persistente de transformar el medio ambiente
natural como base fundamental para el desarrollo autosuficiente y una innata
riqueza compartida. Son los grandes gestores de nuestro hábitat. Lo mismo
sucede con el pastoreo. La producción ganadera extensiva ocupa alrededor del
veinticinco por ciento de la superficie terrestre del planeta y produce en
torno del diez por ciento de la carne para el consumo humano, de la que
dependen unos veinte millones de hogares de pastores. Igualmente pasa lo mismo, con la pesca
artesanal, los medios de vida de unos casi cuatrocientos millones de personas
dependen directamente de la pesca en pequeña escala, que da empleo a más del
noventa por ciento de los pescadores de captura del mundo. Por tanto, tanto a
unos como a otros, hemos de escucharlos más. Indudablemente, conforme siga
creciendo la especie humana irán aumentando las necesidades de esta tierra a cultivar.
Los datos hablan por sí mismos. Habría que incrementar un setenta por ciento la
producción de alimentos antes de 2050, momento en que se prevé que la población
mundial alcance los nueve millones.
Por tanto,
considero esencial que esta agricultura familiar mantenga su espíritu de
familia, y como tal, active en toda la familia humana prácticas sostenibles y
modalidades de consumo racionales y razonables. En mi opinión, lo que ha de
prevalecer, en todo caso, es una dirección del sector unido al desarrollo
rural, centrado prioritariamente en sus propias vidas y entornos. No olvidemos
que el concepto integrador de agricultor, igual que el de pastor o pescador,
vive en su espacio para mejorarlo y poder subsistir junto a él.
<span style="font-size: 12px;">5 de enero de 2014</span>