“No puede
concebirse que Haití, dado su rabioso amor a la autodeterminación, acepte
ningún género de intervención de carácter internacional en sus asuntos
internos. Pero sería posible el establecimiento entre Haití y Santo Domingo de
una constitución paralela que garantice la existencia en toda la isla de un
régimen democrático fundamentalmente idéntico para los dos países.
Bajo una
Carta Orgánica refrendada por los dos pueblos y similar en sus líneas
esenciales, Haití y Santo Domingo podrían ayudarse mutuamente y el status
internacional a que se acojan por su propia voluntad serviría de cortapisas a
las extralimitaciones de sus gobernantes y constituiría a la vez un obstáculo contra
los abusos de poder y contra las tiranías unipersonales”.
“El caso no
sería único en la historia. Corinto, Esparta y Atenas, formaron una anfictionía
que funcionó admirablemente hasta que esa unidad fue destruida por la guerra
del Peloponeso y hasta que la decadencia, fruto de sus rivalidades, hizo
descender a Grecia hasta la categoría de una provincia romana”.
“Bajo esa
constitución podría reconocerse inclusive, con determinadas restricciones, la
doble ciudadanía a los naturales de ambos países. Un período presidencial de
cuatro o de seis años, operante tanto en Haití como en la República Dominicana,
con prohibición expresa de la reelección y con cierta autoridad atribuida al
más alto tribunal en uno y en otro país para decidir en los conflictos en que
no se halle involucrada la soberanía de ninguna de las dos naciones, podrían
las patrias de Duarte y de Petión, la de Francisco del Rosario Sánchez y la de
Toussaint Louverture, ofrecer a toda la América y al mundo un ejemplo de
madurez política y de organización institucional no alcanzado aún bajo ninguno
de los sistemas políticos de nuestra época”.
“Las decisiones de carácter internacional podrían nacer de un
acuerdo que daría obviamente una gravitación mayor en el ámbito universal a
ambas naciones”.
Esas no son
palabras mías, ni de Juan Bolívar Díaz y mucho menos de Huchi Lora, a quienes
se les acusa de traidores a la patria y hasta piden su muerte los
“nacionalistas” miembros del Kukuxklán del país. Esas palabras son del
presidente Joaquín Balaguer dejadas a la posteridad en su libro La Isla al Revés”
publicado en 1983, es decir, hace 30 años.
“La
población más numerosa no puede echar al mar a la menos prolífica. La nación
más culta, o la que haya alcanzado un nivel más alto en cuanto a la educación y
a la salud de sus clases populares, no puede creerse superior a la otra, porque
la interdependencia que la solidaridad internacional ha creado entre todos los
países del mundo, aun en el campo social y económico, abolirá más tarde o más
temprano las diferencias que aún separan a los pueblos llamados del Tercer
Mundo, esto es, a los que siguen siendo víctimas de la explotación y del
egoísmo de las naciones más desarrolladas”, escribió Balaguer.
El hombre
que dijo estar dispuesto a renunciar al cargo de presidente de la República si
así lo pedían 12 senadores de Estados Unidos, cita al doctor Américo Lugo en un
artículo publicado en 1913, dónde se preguntaba “¿Por qué Santo Domingo no
comprende que la confederación dominico-haitiana es la única fórmula que puede
salvar, junto con la soberanía de la isla, la nacionalidad patria?”
¿Por qué los
“nacionalistas”, casi todos balagueristas, incluso a ultranza, no pidieron que
su líder y guía fuera calificado de “traidor” y tratado como tal en los libros
de historia? Balaguer era racista a pesar de tener el negro detrás de la oreja
y descender de inmigrantes, pero se le adelantó, por mucho, a sus fieles
seguidores que hoy gritan a todo pulmón: “¡Muerte a los traidores!” por el
simple hecho de oponerse a que cientos de miles de dominicanos de ascendencia
haitiana sean desnacionalizados. ¡Demonios!