Los asaltos a los
pasajeros que se desplazan en los autobuses públicos desde y hacia la capital mueve a mucha
preocupación. Grupos de antisociales,
incluso algunos residentes en la capital, se trasladan a los pueblos para
atracar a las personas que abordan este tipo de transporte. También ejecutan
esas prácticas en los campos, rompiendo así la tranquilidad de esas
demarcaciones.
Las quejas llueven a
montón y llama la atención la forma cómo los delincuentes logran cometer esos
condenables delitos.
Ellos utilizan el
factor sorpresa para atracar a los usuarios de este importante servicio.
El método consiste en
subir a un autobús como un pasajero más para evitar sospechas. Más adelante,
otro miembro del grupo ejecuta la misma obra, ocupando asientos distantes a sus
compañeros.
Estos carajos fingen
que no se conocen y en algunos casos entablan conversaciones con los demás
pasajeros. Llegado el momento de actuar, uno del grupo hala una arma de fuego y
grita: “No se mueva nadie, este es un asalto”.
Inmediatamente, los
otros compinches entran en acción y consuman el atraco, despojando a los
pasajeros de todas sus pertenencias.
Así es de sencilla es
la obra. ¿Cómo resolver ese problema? ¿Matándolos o encarcelándolos? No hacemos
nada con llevarlos a la cárcel porque siempre se buscan la forma de salir con
facilidad en los tribunales y hasta en los mismos destacamentos policiales.
Tampoco existe la
posibilidad de montar una vigilancia
policial en cada autobús, pues implicaría retirar a los policías de las
calles, dejando los pueblos sin vigilancia y el terreno libre a estos
malhechores, a menos que los empresarios del transporte se comprometan a cubrir
los sueldos de los agentes.
Otra opción sería
contratar servicios de agentes privados y aplicar un plan de acción en
combinación con la Jefatura de la Policía Nacional dentro del Plan de Seguridad
Ciudadana puesto en ejecución recientemente por el presidente Danilo Medina.
Con la mayor sinceridad
y respeto a los que disienten de mí, me inclino por la eliminación física, al
momento del apresamiento. Se podría decir que es una posición muy radical, y en
efecto lo es, pero es el método más efectivo de sacar esas ratas humanas
podidas de las calles. Sepultados no harán daño a nadie.
Los atracadores tienen
instintos de asesinos. Son peligrosos, pues no sólo asaltan, sino que van
dispuestos a matar. Además, se sienten protegidos por las instituciones que
predican la protección de los derechos humanos y algunos medios de
comunicación.
A los delincuentes hay
que fusilarlos o colgarlos en una plaza pública, con un letrero en el pecho que
diga por qué decidieron salir de ellos usando ese método. En esa trama habrá de
incluirse a los violadores de mujeres y niños.
En estos momentos, la
población teme por sus vidas. La gente anda sigilosa por las calles y se pone
nerviosa cuando alguien le pasa por el lado. No podemos seguir atrapados en un
terror psicológico a causa de la delincuencia.