RENÉ RODRÍGUEZ SORIANO <strong></strong>[<a href="http://mediaisla.net/revista">media<strong>i</strong>sla</a>] «…teniendo
voz propia se puede narrar lo nuestro con calidad que timbre lo local, y
que también puede ser universal para algunos gustos. Escribir es un
arte difícil; pero no sólo la novela, sino el cuento, el teatro, todo arte con o sin palabras».
Hablar de la estatura de Marcio Veloz Maggiolo en las letras dominicanas son palabras mayores. Por suerte, no me propongo semejante tarea. Lo tomo de esquina y dejo bien claro, de entrada,
que además de enjundiosas correspondencias batateras, pechuguísticas y
bolerísticas, me une a él la pasión de trotar a pecho abierto —a lomos
de la briosa potranca del lenguaje— sobre los páramos de la lengua.
También nos une y convoca un buen café, viendo salir y entrar a duendes y
fantasmas por el angosto pasillo de la histórica Cafetera de la calle
El Conde. Privilegio que aprovecho y disfruto, cuando ocurre.
El solo nombre de Marcio implica toda una teoría del ejercicio de escribir. Crear. Fabular. Decir. Su dilatado ejercicio, en tránsito constante de un género a otro, constituye un auténtico dolor de cabeza para preceptistas y tomistas. Desde su primer libro de poemas —El sol y las cosas (1957) —, hasta su más reciente Memorias reversibles (2012), Marcio Veloz Maggiolo ha trazado un camino señero en el mapa
de las letras de su país y del área. De ahí que, tanto su obra
narrativa como su obra académica, además de gozar de la cálida recepción
de un público en constante crecimiento, hoy por hoy, es objeto de
estudio de los más prestigiosos centros académicos del continente.
Se enfría o se agota el café. Pasó el tiempo allá afuera. La gente
viene y va. Acá adentro, en la emblemática Cafetera, el tiempo sigue
detenido. Marcio entra, se sienta; me firma el ejemplar de La memoria fermentada (para
reponer el que extravié hace tiempo); me cuenta de qué va lo que urde y
confabula allá afuera. Yo escucho. Tomo notas y pregunto. Él, contesta,
pausadamente:
<b>—«De dónde vino la gente», el sugerente título
de una de tus novelas que siempre me ha llamado la atención, me pauta
pie para iniciar este corto diálogo. ¿De dónde venimos y hacia donde
vamos la gente de este tramo de isla que limita, por un lado, el Caribe y
por el otro una artificiosa línea fronteriza?</b>
—Lo
primero es saber que no solo venimos sino que estamos siempre llegando.
Toda migración y todo intercambio se remontan, en esta isla, a por lo
menos 5000 años antes de Cristo. Quise una vez hacer un estudio sobre el
adn desde esa fecha hasta hoy, y un ministro o ministra consideró que
aquello de estudiar los indios ya estaba hecho. Dejé el asunto en
safacón —que es con “s” porque viene de safe, etc— El título de mi
novela para niños y niñas, es un signo del ida y vuelta antillano del
que gozamos hasta el momento.
<b>—¿Qué nos une y qué nos diferencia de esos hermanos casi siameses que comparten el territorio de la Hispaniola con nosotros?</b>
—Nos une la trata de esclavos, los diversos modos del capitalismo
colonial, la fusión de cultura diferente para cada lado, los modelos de
vida creados por el colonialismo y previa
conquista, y nos diferencia el idioma sin creol que tenemos entre las
lenguas con creol y lengua europea que ellos tienen. Nos unen el tambor y
la piel, nos asentamos en la mulatidad y el falso blanquismo. Somos
híbridos sin compromiso actuante, y sabemos poco los unos de los otros
aunque nos digamos “caribeños”, palabra harto dudosa.
<b>—Y de los taínos, macorixes, los ciguayos, los caribes y demás antiguos pobladores de estos predios, ¿qué nos queda?</b>
—Nos queda un ADN oculto y mal
estudiado, nos queda un sabor a casabe con coco, mezcla cultural
anónima, nos quedan palabras aborígenes, charcos con vírgenes nocturnas,
ciguapas abundosas pero ocultas, nos quedan cocuyos que son como diría
Tres Patines kilo watts silvestres. Nos quedan indias de loa charcos,
tambores del Dahomey parecidos a los de los aborígenes, nos queda Yelidá
defendiendo la última gota de sangre negra, base del mestizaje, nos
quedan nombres de ríos y montañas, y un pasado con plumas entregadas y
plumas en la cabeza.
<b>—…y con las otras islas adyacentes, ¿cuáles son las colindancias?</b>
—La única colindancia entre islas, es el mar y saber nadar por
cualquier medio, es nuestro obligado modo de contracto transferido
ahora a los aeroplanos, me temo que los cohetes y la conquista del
espacio verán al Caribe y a otros con la óptica de una creación pasada
de moda, y un cielo manchado por la lluvia del norte, y las olas que
vienen como bajas presiones meteorológicas desde África, para
convertirse en ciclones serán la novela del infinito desarrollando
palabras nuevas.
<b>—¿Las letras, la lengua, patria común con una gran parte de
los habitantes de estas islas tiene afinidades y disonancias definida a
lo largo y ancho del archipiélago?</b>
—Más
que conformarnos, el mestizaje nos ha dado nueva forma: racial,
cultural, y el miedo al vecino nos ha engrosado el prejuicio de seguir
siendo mezcla racial. Queremos ser los unos apoyándonos den la debilidad
que creemos percibir en los otros. Somos la diferencia de lo que se
parece. El todo parecido a la diferencia. Somos, realmente, cuyayas que
aspiran al puesto de águila, y a veces, águilas que intentan cazar
sabandijas. El guaraguao debería ser nuestra ave nacional. El tamarindo,
agrio y dador de sueño como la cohoba, nuestra fruta exótica por
excelencia…
<b>—¿Cuál es el panorama de las letras de la parte oriental de la Hispaniola, particularmente?</b>
—Las letras crecen, hay nombres en tiempo de gerundio intentando,
soñando, buscando, encontrando, riendo, moliendo, pernoctando. Debemos
comprender que el ”ando y el iendo” son verdaderamente el tiempo
buscando un imposible punto de coagulación. La noche es una sola
lentejuela confusa aupada por Internet y por ello parpadeante más
parpadeante que tecnológica.
<b>— La novelística dominicana, ¿por cuáles mares navega? Nombres. Obras.</b>
—La novelística somos unos cuantos autores que por ahora aspiramos al
nombre total sin contar que la historia decide según los valores de hoy
y los del mañana. Todos navegamos a tientas hacia la Thule, aun dentro
de nosotros desconocida y aspirada. Tengo mis nombres preferidos, pero
hablar de ellos sin justificar su porqué puede traer celos y
detonaciones, porque además de buenos nombres existen razones para que
todos nos creamos estar en el mejor listado.
<b>—Y el cuento, ¿qué lugar ocupa? ¿Qué está pasando con las aperturas y rupturas, de Bosch a estos días?</b>
—El cuento, en la calle, en los barrios y en la literatura, puede ser
lo mejor que tengamos. Bosch rompió los esquemas, los demás corremos o
intentamos correr siguiendo si no sus fórmulas, su ejemplo
independiente.
<b>—Desde siempre se ha sostenido que la condición de isla, en
cierto modo, aísla la literatura dominicana e impide su amplia difusión y
regodeo con la gran literatura, ¿qué hay de excusa o de cierto en el
aserto?</b>
—Lo
que impide nuestra difusión es una historia resquebrajada, un lento
despertar, un desafinado contacto con los de allá y con los de acá. La
concreción de la mediocridad dotada de supervivencia. Todas nuestras
historias literarias hasta el siglo XX ya entrado buscaron modelos
ajenos. Ahora, con autores como tú y otros nuevos, y algunos que no se
creen viejos porque no lo son, nos damos cuenta de que teniendo voz
propia se puede narrar lo nuestro con calidad que timbre lo local, y que
también puede ser universal para algunos gustos. Escribir es un arte
difícil; pero no sólo la novela, sino el cuento, el teatro, todo arte
con o sin palabras, deben ser parte de una nueva voz capaz e decir lo
que valen nuestros asertos. Claro, siempre estarán los incomprensibles
demás.
<b>—¿Qué parte de la culpa de esto recae sobre el Estado y cuál a
los propios escritores y su actitud frente a sus obras, la lengua y la
literatura en sentido general?</b>
—El Estado puede ayudar e mejorar el medio, pero ir contra los
dictados del Estado, no aceptarlos o acogerlos es cuestión de la
formación política, social, cultural de cada escritor con la calidad que
exige la cultura y lo que ella representa universalmente.
<b>—De tus novelas, que cubren un amplio espectro de la cultura dominicana y universal, ¿con cuál te sientes más identificado?</b>
—Me identifico con mis novelas cada vez que las escribo, porque
escribo en primer término para mi país, y luego para lo que pueda ser
gustado por otros medios. Cada obre es, al ser biográfica, aunque no lo
sepamos, es mi modelo de identificación pasajera.
<b>—Poeta, con una obra adulta, probada y ampliamente
reconocida, ¿cuándo tendremos tus lectores la oportunidad de
encontrárnosla en un volumen que nos permita conocer a fondo tu quehacer
poético?</b>
—Publiqué con la UCE La palabra reunida. Luego otros
textos. Se intentó hacer luego una edición de todo, pero ha sido
imposible. Lo cierto es que soy un poeta con tendencia a decir cosas que
se entiendan, ahora se escribe —salvo excepciones— una poesía
misteriosa que obliga al lector a inventarse sus propios poemas
interiores. Eso también es bueno. Te diré que haber sido primero poeta y
luego novelista, ha afectado la atención de muchos con relación de mi
mundo poético. Nunca escribo a tientas.
<b>—¿Qué hace Marcio en estos días? ¿De qué va lo que escribes?</b>
—En estos días he terminado, “creo”, la saga de Villa Francisca con mi novela La muerte fragmentaria: amenaza latente, y con texto novelístico que he titulado, provisionalmente, Naufragio en el Ofebre Novvo, ubicado entre 1492 y 1516. | rrs, kingwood, tx [email protected]
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