Garner se convirtió en buque insignia de su generación, vivió en sus carnes la presión de Hollywood, el acoso de los paparazzi y el ardor de una noche sin pausa que, para algunos, se convirtió en excesiva y, para otros, era la única vía de escape posible.
En 1950 llegó a España para rodar Pandora, que ella misma definió como la película que le cambió la vida. En el filme, Isaki Lacuesta sigue el rastro de Gardner a través de testigos de su vida, de antiguos amigos o conocidos que presenciaron sus juergas nocturnas entre vaharadas de alcohol, veladas que han contribuido a alimentar mil y una leyendas en torno a la actriz.
Asimismo, recuerda sus relaciones con el torero Luis Miguel Dominguín o el cantante Frank Sinatra y películas como La noche de la iguana, La condesa descalza o 55 días en Pekín, en las que su vida y su arte se confundían hasta hacerse inseparables.
Ava Gardner vivió separaciones y abortos, abandonos y desengaños, configurando una personalidad melancólica que se fue reflejando, cada vez con más fuerza, en sus largometrajes. En los ochenta, quien fuera bautizada como El animal más bello del mundo rodó en su última película en España, un país que adoró, según dijo en una ocasión, porque tenía sus mismos defectos.
La década de los 50 fue la mejor época profesional para Ava Gardner ya que intervino en proyectos cinematográficos tan relevantes como "Magnolia" (1950) de George Sidney, "Pandora y el holandés errante" (1951) de Albert Lewin, "Las nieves del Kilimanjaro" (1952) de Henry King, "Los caballeros del Rey Arturo" (1953) de Richard Thorpe, "Mogambo" (1953), película de John Ford por la que fue nominada al premio Oscar, "Melodías de Broadway" (1953) de Vincente Minnelli, "La condesa descalza" (1954) de Joseph L. Mankiewicz, "La cabaña" (1957) de Mark Robson, "The sun also rises" (1957) de Henry King o "La hora final" (1959), film dirigido por Stanley Kramer.
En 1951 se casó con Frank Sinatra en un tortuoso matrimonio que duraría hasta 1957. Cuando rodó "La condesa descalza", Ava se enamoró de España y desde ese momento pasaría largas temporadas en tierras españolas admirando el arte del toreo y bailando flamenco.
En España se enamoró y mantuvo varias relaciones, siendo las más sonadas las mantenidas con los toreros Luis Miguel Dominguín y Mario Cabré. Esta estancia permanente en la península conllevó su alejamiento de Hollywood, retornando en los años 60 al cine en contadas ocasiones.