O nos salvamos o nos jodemos, pero ya no podemos dar vuelta atrás. Los productores agrícolas, los ganaderos, los vendedores de carros y hasta las marchantes de productos de segunda mano, tienen un boquete abierto a la esperanza de muchos y al flaqueo de otros. ¿Es una panacea el Tratado de Libre Comercio firmado con Estados Unidos y las naciones centroamericanas? A sigún, como dicen en el campo.
Los lecheros tendrán que ajustarse los pantalones para competir con sus iguales estadounidenses, con subsidios estatales y tecnología incluida en sus faenas. Es sólo para poner un ejemplo.
Dicen que el TLC va a bajar más de 6 mil productos, pero permítanme el beneficio de la duda en un país donde los empresarios actúan por cuenta propia sin la mano estatal que los controle.
No creo que el pollo vaya a bajar; más bien comeremos muslos más engordados, con más hormonas y crecidos en ciclos de vida acortados. Los de Moca nos llegarán fresquecitos, eso sí.
Los impuestos van a acortar el hilo recaudador del Estado y tendríamos autoridades con menos recursos para atender las urgentes demandas sociales de un país en que el 50 por ciento de la población sale diariamente a buscar que comer.
Sea cual sea el panorama, tenemos el TLC de frente, dándonos, desde hace varios días, golpecitos en el estómago y el corazón.
La suerte está echada.