Joaquín Balaguer podría ser catalogado por algunos como una figura que desde el poder promovió el progreso, más no así el desarrollo. Y es que uno y otro término tienen connotaciones distintas. Un ejemplo reciente, la construcción de casas y apartamentos al Sur del río Isabela para sustituir las casuchas de una parte de los habitantes de las cercanías del puente Francisco J. Peynado, supone ciertamente progreso a la vista de los transeúntes, pero eso no significa que necesariamente la calidad de vida de esas personas haya evolucionado de manera positiva.
Por lo regular, cuando las familias desalojadas son reubicadas desde lugares deprimidos a residencias formales, lo que se genera en realidad es un traslado del arrabal y la promiscuidad hacía las nuevas urbanizaciones, y los beneficiarios seguirán al margen de los empleos formales, la adecuada alimentación, el acceso a los servicios de salud, energía, agua potable, sanidad ambiental y de la merecida diversión.
Con el pretexto de desarrabalizar las márgenes del rió Ozama, Balaguer desencadenó en 1975 desalojos masivos de los moradores del barrio La Cienaga, y dispuso la creación del moderno sector Las Caobas, en la parte Oeste del entonces amplio Distrito Nacional, pero como previamente no se realizaron estudios de la realidad social de esas personas, el resultado fue que no lograron ambientarse, y todos los destinatarios originales del proyecto vendieron sus asignaciones y regresaron a su antiguo hábitat a vivir de sus actividades informales, mientras persisten los cordones de miseria alrededor del acuífero.
Las obras de Balaguer nunca respondieron a un programa de desarrollo, sino que más bien estuvieron motivadas en la intención de rendirse honor a sí mismo, y por ello se inclinó por levantar monumentos faraónicos que perpetuaran su memoria, en lugar de construcciones utilitarias. Otro factor de suma importancia para impulsar esos armazones, fue la intención de retribuir a determinados grupos económicos que le eran afines.
De manera equivocada, Balaguer entendía que al crear nuevos millonarios contribuía a frenar la expansión de la amenaza izquierdista de los años 70, pero no comprendía que su modelo de levantar obras improductivas fomentó la corrupción y el atraso que acusa la sociedad dominicana. Incluso, las inversiones de carácter social que promovió, como hospitales y escuelas, constituyeron en la realidad un fraude, ya que solo fueron cascarones vacíos, con maestros y médicos de salarios miserables y sin equipos ni materiales gastables. Politicos que tratan de obtener capital de su relación con el fenecido caudillo, destacan su herencia física, sin reparar en que todas las obras legadas por Balaguer han debido ser sometidas a transformaciones profundas, o en cambio quedaron obsoletas por la ausencia de planificación al momento de ser diseñadas y ejecutadas.
Precisamente en estos días, un incendio desató el pánico entre los servidores alojados en el Edificio de Oficinas Gubernamentales conocido como "El Huacal", una mole por demás feísima, carente de estacionamientos y que por su infuncionabilidad merece ser demolida. El siniestro evidenció que esa construcción de 14 pisos no tiene facilidades para casos de emergencias. ¿Se puede exculpar a Balaguer de tal desatino?, Claro qué no, sobre todo al recordar que hace unos años y para atender requerimientos del Banco Central fue imprescindible edificar un parqueo de varios pisos a un costo de muchos millones de pesos. ¿Podrá la historia dominicana registrar otra iniciativa que terminara en un ridículo tan grande como la construcción del Puente Matías Ramón Mella?, que el entonces presidente Balaguer se negó a inaugurar por su estrechez insólita que le llevó a ser conocido como "Puente de las Bicicletas". Hoy en día, ese enlace sobre el rió Ozama ha debido ser reforzado con otro paralelo, pero aún así no es tan eficiente y cuenta con menos futuro que el antiquísimo Puente Duarte.
Los proyectos habitacionales en las orillas de los expresos Quinto Centenario y 27 de Febrero no son otra cosa que pantallas para ocultar la miseria y la falta de renovación urbana en las villas Juana, Consuelo, Francisca y en la barriada de San Carlos. Amen, que contrario a los criterios que priman en el sector privado, Balaguer dispuso que esos apartamentos estuvieran en las orillas de avenidas de alto tránsito e interés comercial, lo que los hace inhabitables por la polución y el ruido. Se dice que en conjunto, el Faro al Descubridor de América, la construcción de las presas de Jiguey y Aguacate y el Acueducto de Valdesia, determinaron la quiebra de la antigua Fábrica Dominicana de Cementos (además de Molinos Dominicanos, que cubría los déficit de esa industria), pero ninguna de tales iniciativas han llenado las expectativas que creó la gestión de Balaguer en materia de atracción de turistas, generación de energía y suministro de agua potable.
Es preciso reconocer que el Teatro Nacional es una obra digna, pero la Plaza de la Cultura, que lo alberga, debió contemplar la expansión del parque vehicular y por consiguiente que se proyectaran suficientes estacionamientos. Igualmente, se pondera la construcción de la avenida 27 de Febrero, pero ningún país desarrollado planifica obras semejantes para ser intervenidas en periodos menores a los 20 años, y esa autovía lleva no menos de cuatro ampliaciones desde la década de los 80. A manera de colofón, recuérdese que entre las facilidades originales del Centro Olímpico, inaugurado por Balaguer a propósito de ser sede el país de los XII Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1974, estaban los pabellones de Gimnasia y Voleibol, que fueron literalmente arrasados por el paso del Huracán David, apenas en 1979 y tuvieron que ser sustituidos por un Polideportivo, para poner en evidencia que el jefe del Estado fue engañado vilmente por sus constructores._______________________________