En estos días he estado reencontrando el pasado, al retomar mi librero con el ánimo de organizar los volúmenes, ahora impasibles en un librero viejo.Le he dado preferencia a la literatura universal, a los clásicos. Los ingleses y los estadounidenses no encuentran espacio, los he relegado a una esquina donde, inconformes, muestran sus portadas raídas y polvorientas. Se resisten a tan poco espacio. Una colección de poemas y novelas de verano son un tesoro, pequeños relatos que hacen más amplia la vida. Sigo con el reto de montar mi trozo de vida albergado en esos libros
Recientemente inicié la tarea de trasladar los que por años estuvieron secuestrados en un amor pasado y descubrí muchas cosas interesantes, en esa victoria bibliográfica y su posterior reorganización.
Empecé una noche volcar las voluminosas cajas y desempolvar los tomos. Me tope con poemas, reflexiones, crónicas de viajes. Tras dos horas no logré organizar ni siquiera la mitad; eran muchos. Descubrí que donde Marina estaban apretujados al mejor postor, porque ahora no cabrá ni el 50 por ciento de lo que antes se acomodó en su casa.
Cuán costoso me resultó reencontrarme con mis libros, que son parte de mi vida. Realicé la labor noche a noche. Me topé, nuevamente, con escritos, poemas añejos, fotos. Encontré una foto de Marina, una Marina grácil, con sonrisa de sol y pelo revuelto. En ese entonces me gustaba. La encontré en el camino iluminando mis días inseguros de universidad, fue un escudo para amortiguar la secuela de los tiempos difíciles. Tenía los labios ligeros y dulces, me amamantaba las penurias como una madre bonachona. La foto se la tomé en una feria en la que yo, procurando como siempre que mi pareja crezca, la lleve a conocer unos inventos de jóvenes.
Una noche la reorganización de mi librero se convirtió en una tortura, pues descubrí que los libros eran para mí un reencuentro postergado y por eso había retrasado su traslado a mi espacio. En una mecedora vieja que amortigua este cuerpo de 40, profundicé unas reflexiones: me dije que me sentía todavía navegando y quizás por eso relegué, por mucho tiempo, el traslado. En el apartamento de Marina topé tierra firme.
Ya he podido colocar el librero casi entero y me doy cuenta que necesito la misma cantidad de espacio para poner la otra mitad. Le he dado preferencia a los libros de la literatura universal, a los clásicos. Tomé casi dos tramos de literatura española y uno de literatura francesa. Los ingleses y los estadounidenses no encuentran espacio, los he relegado a una esquina donde, inconformes, muestran sus portadas raídas y polvorientas. Se resisten a tan poco espacio. Tengo una colección de poemas y novelas de verano que son un palo; las traje de una oferta del periódico el mundo en España. Son, igualmente, un tesoro, pequeños relatos que hacen más amplia la vida.
Sigo con el reto de montar mi trozo de vida albergado en esos libros. No siento muchas fuerzas y, además, presiento que estarán en esa pared blanca por poco tiempo, que en cualquier momento tendré que desmontarlos. Quizás posarlos al lado de mis intimidades y franquezas, por los siglos de los siglos.