Aunque el sistema colonial europeo en Amèrica registró la misma crueldad en todas las tierras conquistadas, México y Sudamérica fueron las zonas donde la música indígena logró mayores sobrevivencias. Y fue la región andina en donde se encontró la más fuerte y representativa reliquia musical aborigen, sobretodo en el Perú, asiento de los Incas, con una cultura tan dominante y resistente como la Azteca. En el caso del Perù, la historia cuenta que a la hora de la llegada de los españoles, encabezados por el conquistador mayor Francisco Pizarro en 1524, la capital del imperio incáico, Cuzco, estaba muy distante de la costa, en las alturas de la cordillera y era de difícil acceso. Los conquistadores desecharon a Cuzco como capital de la proyectada colonia y decidieron construir la suya sobre la costa en Lima. Otra razón que modificó la idea inicial y codiciada de los españoles, fue que los nativos se mantuvieron cerrados por un largo tiempo al mestizaje étnico y cultural y durante siglos lucharon por la preservación de su suelo y tradición. De tal envergadura fue la resistencia de los Incas, que los esposos Raoul y Margarite D’Harcourt, quienes desarrollaron una amplia labor de investigación de carácter étnico y musical en la región al tope del primer cuarto de este siglo, podían decir que “sobre ocho millones de habitantes, Ecuador, Bolivia y Perú juntos, poseían más de siete millones de indios puros”. A sangre y fuego, las huestes del “cerdo cruel de Extremadura” con la bendición del capellán Valdivia, “el chacal de la cruz asesina”, no sólo logran secuestrar y ejecutar al jefe inca, Atahualpa, la encarnación digna y viril de los Yupanquis, sino que en 1553 dominaron el Imperio. Pero ello no impide que el indígena peruano permaneciera fiel a sus ancestros, en especial a la música, como todavía puede observarse “a todo lo largo del espinazo andino”. La música de los nativos mexicanos se ha identificado genéricamente como Mitotes. Los Incas, por su parte, tenían una expresión rítmico-vocal llamada El Guaino, de carácter triste y reponsorial. La argentina Ana María Locatelli, quien se hace eco de estos datos, explica que a contrapelo de los Incas y otros grupos aislados, hubo aborígenes sudamericanos, como los Guaraníes, que se abrieron a la cultura europea, musicalmente al viejo Romance y previamente al Canto Llano y a toda música cantada que como animación del evangelio nos llegó a través de chantres y mestres de capela. Un tipo aborigen que se asemeja mucho al Inca, es el Azteca. En México, según Locatelli, la acción de los conquistadores dirigidos por el Hernán Cortés, fue más sangrienta que en Sudamérica. Tras vencer a los Mayas y los Tlaxcaltecas, las huestes de Cortés entran triunfantes a Tenochtitlán, capital del Imperio Azteca , en 1519, y toman prisionero a su jefe Moctezuma, quien muere confusamente en la batalla con la que los Aborígenes dirigidos por Cuauthémoc, reconquistan la ciudad. En 1521, los españoles reorganizan sus fuerzas y luego de una batalla de 75 días, retoman a Tenochtitlán y hacen prisionero a Cuauthémoc a quien torturan con látigo y fuego, y ahorcan en 1522 al no poderle sacar ninguna información sobre la ubicación del tesoro real aborigen. Durante la colonia, instalada en México en 1523 y pese a las buenas intenciones del jefe misionero franciscano Fray Pedro de Gante, músico por vocación, los bailes e instrumentos de los Aztecas, “considerados concomitantes de ritos esotéricos, fueron incluso proscritos, ocasionando una merma muy importante en las sobrevivencias”. México conservó sin embargo, parte del patrimonio musical Azteca y Maya, debido entre otras razones a que su población aborigen no fue totalmente exterminada como ocurrió en Las Antillas con los Taínos y Caribes.
EL REPERTORIO. Tanto los Incas como los Aztecas, poseían un curioso y nutrido repertorio organológico, como címbalos, tambores de hendiduras, vasos percutivos y de frotación, maracas naturales y de terracota, cascabeles de metal, raspadores de huesos de animales y fémur humano y flautas de diversos tipos. Los instrumentos han sido hallados en excavaciones arqueológicas y Locatelli asegura que “los mismos han sido dibujados en códices que han llegado hasta nosotros, al igual que han sido descrito por cronistas de las Indias Occidentales. Muchos subsisten también en la tradición, aunque son escasos los compositores que han recurrido a ellos para enriquecer su paleta orquestal “.Jorge Daher Guerra estudio más de mil 400 de esos instrumentos de México y Centro América, descubriendo que existen más de mil ejemplares distintos y 400 tipos acústicos diferentes, habiendo iniciado a músicos indígenas mexicanos, la construcción en gran escala de modelos similares para su posterior adaptación a las orquestas contemporáneas, según Locatelli. El tambor de hendidura, llamado Teponaztli entre los Aztecas, se empleaba desde México hasta el Norte del Perú, pasando por las Antillas y Panamá. El instrumento sobrevivió entre los Jíbaros de Colombia y los Boras Peruanos. Respecto a los cascabeles, los había de diversos tipos, de frutas secas, arcillas cocidas, maderas talladas y de matales fundidos. También montados collares, pulseras y tobilleras. Las maracas, un tipo de instrumentos que abundaba, eran fabricadas de frutos naturales por muchos grupos indígenas, pero en los grupos de alta cultura como los Incas y los Aztecas la fabricación se hacía con arcilla, madera y metal. De acuerdo a los Piaches, las maracas y/o cascabeles son imprescindibles para un buen ritos medicinal. Los raspadores, conocido como cikawastli y omocikawastli entre los aztecas, hecho con huesos de venado, subsisten en el folklor mexicano y entre los aborígenes de la Sierra de Nayarit. En ocasiones se sustituyen los huesos con madera incisa . De ahí que se hable, por un lado, de Canción Medicinal de los Matacos, y por el otro, de Danza del Venado de los Yanquis. Al Teponaztli casi siempre iba asociado el Huechuetl, uno de los principales tipos de tambor que poseían los Aztecas , que usaban ejemplares grandes para la guerra y portátiles para la danza. Todavía en la actualidad el Huechuetl de pie que ejecutan los Huicholes responde a las características descriptas por los cronistas, a los dibujos de los códices y a los hallazgos arqueológicos. La Fiesta de la Calabaza de los Huicholes, fue una de las manifestaciones registradas. Los nativos del Imperio Incaico prefirieron los tambores portátiles de marco , que son precisamente, según consigna Locatelli, los más empleados en el folklore de la región andina y agrega que en la actualidad se constata el uso de parches plásticos, material más económico que las membranas de animal. Los aerófonos constituyen el grupo más numeroso de los instrumentos melódicos precolombinos hallados en estas regiones. Los más representativos del altiplano sudamericano la Flauta de Pan y la Quena. Existió además una gran variedad de flautas (tarka, anata , silbatos, ocarinas, etc.) y de trompetas naturales, de caracol, arcilla y bambú, que también sobreviven en la tradición oral. Algunos musicólogos, puntualiza Locatelli, “consideran probable que el Arco Musical sea precolombino”. Por lo menos en Santo Domingo se conoce desde la colonia, un instrumento similar llamado Gayumba, el que llaman también Arco Musical del Caribe. Los Taínos de las Antillas poseían un tambor, el Maguey muy parecido al Teponaztli de los Azteca, el cual acredita Curt Sachs en su “The History of Musical Instruments” del 1940. El Arco Musical es un cordófono y en diferentes puntos de América han sido observado dos tipos, uno con resonador de calabaza y el otro con resonador de boca y cuerda percutida.
El primero recibe nombres “diferentes”: Berimbao de Barriga, Birimbao, Marimbau o Birimbao según los países, y su cuerda es de hilo de halambre. Se percute con un palito de madera o metal, o bien se pulsa con una moneda, y a veces la mano del ejecutante sacude simultáneamente una maraca de cestería. Locatelli afirma que la “Capoeira” juego atlético musical introducido en Brasil por los negros de Angola, no se puede realizar sin el acompañamiento de ese arco. El otro arco es el Urucungo o Uricungo, con resonador de boca y cuerda golpeada con una varilla de madera que fue documentado por Isabel Aretz en Uruguay y que ella a través de la amplia investigación desplegada en América, junto a su esposo Luis Felipe Ramón Rivera, dijo haber visto construir en nuestro país, concretamente en Bajabonico, Puerto Plata, con el nombre de Gayumba, que según la autora tiene una replica en Haití llamada Maringouin. Aunque no es descartable que los indígenas americanos poseyeran un instrumento similar al Arco Musical traídos por los esclavos africanos junto a una rica variedad de cordófonos, la premisa aparenta responder más al Indigenismo que a la ciencia.