El 21 de junio de 2006 se cumplen 80 años del denominado “Movimiento de Córdoba”, acontecimiento reformador surgido en la universidad de Córdoba, Argentina que propugnó por una serie de reivindicaciones relacionadas con la necesaria autonomía de la gestión y la democratización de la enseñanza universitaria. La universidad como institución social, surge en la edad media en los siglos XII y XIII con la Universidad de Bolonia en Italia, a la que siguieron El Colegio de la Sorbona en París, la de Oxford y la de Cambridge en Inglaterra, la de Palencia y la de Salamanca en España. Surgidas primero con un carácter laico y cuestionador, la necesidad de legitimar el saber trasladó esa autoridad a las catedrales y de ahí nació la influencia posterior de la iglesia en el ámbito universitario tanto para validar los conocimientos, como para autorizar el funcionamiento de estas instituciones.
El origen de la universidad coincide con la culminación de labor de la patrística, que había elaborado la doctrina de la iglesia católica caracterizado por la prédica de los dogmas cristianos, y el surgimiento de la escolástica, movimiento filosófico que tuvo como núcleo el debate sobre las diferencias que se presentaban entre la autoridad divina y la razón. Este debate, fundamentado en el pensamiento de los filósofos griegos Platón y Aristóteles influyó en el surgimiento de las órdenes religiosas que llevarían a la práctica la concepción o visión cristiana de la historia social y política de la humanidad. Es así como se instituyen la orden de los franciscanos, siguiendo la línea de la patrística con el platonismo como guía, y por otro lado, la orden de los dominicos, quienes siguieron la línea escolástica sintetizando el pensamiento aristotélico, cuyo mayor representante se encuentra en Santo Tomás de Aquino.
En América, penetraron distintas órdenes religiosas y con la autorización del alto mando católico formaron instituciones de educación superior en todo el continente. En La Española, los dominicos fundaron la primera universidad del llamado nuevo mundo con el nombre de Santo Tomás de Aquino, autorizada mediante la bula In Apostulatus Culmine del 28 de octubre de 1538 y que hoy lleva el nombre de Universidad Autónoma de Santo Domingo. Hernando de Gorjón fundó el Colegio de Gorjón, convertido en Universidad de Santiago de la Paz, mediante cédula real del 23 de febrero de 1558, la que pasó a manos de los jesuitas en 1649.
A partir de ahí las órdenes religiosas continuaron fundando universidades: En 1551, la de México en México y la de San Marcos en Lima; en 1585, la de San Fulgencio en Quito; en 1592, la Javeriana en Bogotá; en 1621, la de Córdoba, en Argentina; en 1725, la de Caracas, en Venezuela; y en 1728, la de La Habana, en Cuba.
La Universidad Nacional de Córdoba, es la más antigua de Argentina y una de las primeras del continente americano, creada por los jesuitas primero como Colegio Máximo, donde los alumnos, en particular religiosos de esa orden, recibían clases de filosofía y teología y que, mediante disposición del Papa Gregorio XV del 8 de agosto de 1621 recibió la facultad de conferir grados, lo cual confirmó el monarca Felipe IV por Real Cédula del 2 de febrero de 1622.
La universidad de Córdoba, en sus orígenes, era llamada también familiarmente como “Casa de Trejo”, por el especial impulso que le dió el Obispo Juan Fernando de Trejo y Sanabria; ésta tuvo un perfil exclusivamente teológico-filosófico durante el siglo y medio en que se extendió la administración jesuítica.
En 1767 los jesuitas fueron expulsados por resolución del Rey Carlos III, lo que permitió que la universidad pasara a ser dirigida por los franciscanos, quienes estuvieron al frente de la misma hasta el 1808, cuando fueron desplazados por la realeza española con el nombramiento del Dr. Gregorio Funes como Rector.
En el devenir histórico, la Universidad de Córdoba experimentó importantes cambios. En 1791, dejó de ser exclusivamente teológica con la creación de las facultades de Derecho y Ciencias Sociales, en 1800, por real cédula pasó a ser Real; en 1856 adquirió dimensión de universidad nacional; en 1864 se suprimieron los estudios teológicos; en 1873 se inician los estudios de ciencias con la creación de la Facultad de Ciencias Físico – Matemáticas, posteriormente llamada Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
No obstante su desarrollo, la Universidad de Córdoba seguía siendo, como las demás universidades del continente, una entidad al servicio exclusivo de los intereses de la nobleza española y de la clase religiosa representada por la iglesia católica, lo que sumado a distintos factores sociopolíticos, impulsaron un movimiento reformador en la universidad conocido como LA REFORMA DE CORDOBA.
En los inicios del siglo XX, se dieron tres acontecimientos políticos que, de acuerdo con Julio V. González, incidieron significativamente en dicho movimiento: “la primera guerra mundial, puso en crisis el sistema de valores occidentales; la revolución socialista rusa de 1917 amplió el horizonte social y despertó nuevas expectativas y la llegada del radicalismo argentino al poder en 1916 representó el ascenso político de capas medias”.
La universidad de Córdoba a principios del Siglo XX, afirma Carlos Tünnermann, “era uno de los bastiones del clero y del patriciado argentino, de las universidades argentinas, era la más apegada a la herencia colonial, la más cerrada y medieval de todas. Gobernada por consejeros vitalicios y con cátedras casi hereditarias, era el símbolo de lo anacrónico y de una enseñanza autoritaria y esterilizante”.
El GRITO DE CORDOBA, fue dado a conocer el 21 de junio de 1918, mediante un documento que recoge las motivaciones y los fines del movimiento. En los siguientes fragmentos se resume el contenido de las motivaciones de dicha proclama:
“Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y –lo que es peor aún- el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático”.
“Nuestro régimen universitario –aún el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre una especie del derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo”.
“La Federación Universitaria de Córdoba reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que la autoridad en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: Enseñando. Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y de consiguiente infecunda”.
“El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de Ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla”.
La esencia de las reformas de Córdoba es recogida por Tünnermann en los siguientes puntos: autonomía universitaria, elección de los cuerpos directivos y de las autoridades de la universidad por la propia comunidad universitaria: profesores, estudiantes y graduados, concursos de oposición para la selección del profesorado y periodicidad de las cátedras, docencia libre, asistencia libre, gratuidad de la enseñanza, reorganización académica que incluya nueva escuelas y docencia activa, asistencia social a los estudiantes, democratización del ingreso a la universidad, vinculación de la universidad con el sistema educativo nacional, fortalecimiento de la función social de la universidad, proyección de la cultura universitaria al pueblo y preocupación por los problemas nacionales mediante la extensión universitaria, unidad latinoamericana y lucha contra las dictaduras y el imperialismo.
El Grito de Córdoba se extendió rápidamente por los países latinoamericanos ejerciendo gran influencia en las universidades públicas de donde surgió el carácter de universidades autónomas: 1919 en Perú, 1920 en Chile, 1922 en Colombia, 1923 en Cuba, 1928 en Paraguay, y así, en todo el continente latinoamericano.
En algunos países, el movimiento llegó tardíamente por las férreas dictaduras que imperaban, como son los casos Venezuela, donde las reformas se incorporaron en la ley de 1944 después de la muerte del tirano Juan Vicente Gómez.
En la República Dominicana, la universidad se dinamizó después de la muerte del dictador Rafael L. Trujillo en el 1961, con la aprobación y promulgación de la Ley de Autonomía universitaria, pero adquirió una dimensión trascendente a partir del Movimiento Renovador Universitario emprendido en el 1966, cuando se asumió la visión de universidad crítica, democrática y abierta inspirado en el movimiento de Córdoba.
Hoy, a 88 años de la Reforma de Córdoba, puede afirmarse que se alcanzaron la mayoría de las reivindicaciones planteadas. Sin embargo, otras han sido mediatizadas y algunas han sido agotadas.
El libre acceso y la gratuidad de la enseñanza universitaria, si bien han permitido que un segmento importante de las capas medias y bajas de la población acceda a la universidad, la realidad es que los pobres todavía no pueden ingresar a la universidad.
La autonomía, en cuanto a la capacidad de la universidad para elegir sus autoridades y gobernarse internamente en los aspectos administrativos y académicos, es una realidad, sin embargo, el incumplimiento de la ley que le da sustento económico, mediatiza su quehacer en los campos de la investigación y la extensión.
En medio de los problemas que agobian actualmente la mayoría de los países latinoamericanos como la delincuencia, la criminalidad, la corrupción, el narcotráfico, la degradación del medioambiente, la brecha tecnológica y del conocimiento, la competencia desigual entre naciones que arrastra el proceso de mundializacion de la economía, las múltiples inequidades, la pobreza extrema, entre otros, son factores que limitan el desarrollo de las pueblos y merecen la atención y la ocupación de las universidades.
Temas como pertinencia social; equidad; calidad e innovación; autonomía responsable; formación integral, humanística, ética y crítica de profesionales; ejercicio de una gerencia socialmente responsable, transparente y ética; sistemas y formas de educación que garanticen formación durante toda la vida y cobertura al mayor número de sectores sociales; producción de conocimientos que contribuyan al desarrollo de las respectivas sociedades en las que operan; modernización e incidencia en la sociedad, entre otros, son verdaderos retos que enfrentan las universidades y que nos corresponde asumir a los que conformamos la presente generación.