Cuando Leonel Fernández ocupó el solio presidencial por primera vez (1996-2000) constantemente se lamentaba de no tener a su favor el Congreso Nacional para, desde allí, motorizar las reformas sociales, políticas y económicas que fueran en consonancia con las necesidades del país. En la campaña del 2004, en más de una ocasión se le escuchó decir que sería electo presidente de la República y que entonces gobernaría con sólo un senador de su lado, aunque le gustaría tener al Senado de su lado, para los fines anteriormente citados.
Dos años después volvió a enarbolar el mismo deseo y hasta llegó a graficarlo de una panera muy suya, al lanzar como grito de batalla en la recién finalizada campaña electoral el slogan de “un Congreso para el progreso”.
Sus argucias políticas, su arrojo y su creencia de que en política, como en el amor y la guerra, todo es válido, el pasado 16 de mayo le han permitido una contundente victoria electoral, hasta el extremo de que el Partido de la Liberación Dominicana y aliados, a partir del 16 de agosto, se moverán a sus anchas en el Congreso Nacional.
Eso significa que, en la medida como se vayan cumpliendo los plazos de algunas instituciones públicas, toda la nación descansará de las perniciosas acciones de quienes las dirigen en estos momentos y que fueron blancos de urticarias críticas provenientes del litoral peledeísta.
El abrumador voto que favoreció en estas elecciones a Leonel Fernández y su partido, necesariamente habrá de santiguar al Senado y la Cámara de Diputados, la Junta Central Electoral, la Cámara de Cuentas y el Consejo Nacional de la Magistratura, entre otras instituciones.
Será cosa del pretérito el famoso “hombre del maletín” que supuestamente o realmente merodea por el Congreso Nacional y, en un abrir y cerrar de ojos, las curules de esa institución dejarán de ser ocupadas por hombres y mujeres, ladrones, corruptos, inescrupulosos, bandidos, sin vergüenzas, vagabundos, saca carteras y abusadores, para dar paso a personas incorruptibles, patriotas, desprendidos e inobjetables.
Y ni hablar de la adecuación de la Constitución de la República a los tiempos actuales, como siempre lo ha preconizado el Partido de la Liberación Dominicana. A contar del 16 de agosto próximo, no habrá excusa para no realizar lo que, por tantos años, se prometió.
A partir de entonces, ya no se podrá acusar al PRD, a Hipólito y su PPH de lo que acontezca en esas y otras instituciones, aunque no me sorprendería si le echan la culpa a sus adversarios políticos de que no puedan hacer lo que prometieron porque, en eso de justificar lo injustificable, los peledeístas son unos magos y eso hay que reconocerlo.
La debacle del pepehachismo comenzó en 16 de mayo del 2004 y, justamente dos años después, recibió el tiro de gracia. A partir del 16 de agosto, el pueblo verá si las cosas negativas del país y sus instituciones sólo eran incubadas en el ámbito del PRD y el PPH o si, por el contrario, son ciertos sectores los que tradicionalmente presionan para que los gobernantes no trabajen en beneficio de las grandes mayorías.
Cuando a Leonel Fernández y al Partido de la Liberación Dominicana les llegue el momento de convertir en realidades sus anhelos, entonces se percatarán, como dice Nelson de la Olla, “si es chicle que mastica la chiva”.