Mientras las sombras de la inacción se ciernen sobre Belém.
BELÉM, Brasil. El aire en Belém espeso, cargado de humedad y de una urgencia palpable. Aquí, donde el Amazonas se encuentra con el océano, comenzó este jueves una cumbre de líderes que suena a última llamada. No es la COP30 aún, pero el ambiente es el de quien intenta apagar un incendio con las manos. El mensaje central, repetido hasta la saciedad, no puede ser más claro: el tiempo de los discursos bonitos se agotó.
Luiz Inácio Lula da Silva, anfitrión y figura central, lo dejó caer con el peso de los datos: 250.000 vidas perdidas al año y una economía global contraída en un tercio. Esas son las proyecciones si la inacción persiste. “Es hora de tomar en serio las advertencias de la ciencia”, declaró, sin dejar dudas sobre su objetivo. Su crítica, aunque no nombró nombres, apuntaba directo a Washington: “Fuerzas extremistas fabrican falsedades para obtener ventajas electorales y atrapar a las futuras generaciones en un modelo obsoleto”.
Fue el primer golpe de una jornada donde la sombra de Donald Trump, su negacionismo climático y su ausencia en la cumbre, planearon sobre cada intervención. Un fantasma incómodo en la sala.
Mientras, el secretario general de la ONU, António Guterres, con su habitual tono grave, pintó un panorama desolador. “Cada fracción de grado implica más hambre, desplazamiento y pérdidas”, advirtió. Habló de “puntos de inflexión irreversibles” y de miles de millones de personas expuestas a condiciones inhabitables. Sus palabras no eran una predicción lejana, sino la descripción de un colapso en cámara lenta.
El coro de las críticas y un llamado a la lucidez
El turno de los líderes latinoamericanos fue demoledor. El presidente colombiano, Gustavo Petro, no usó eufemismos. “El colapso se acerca si Estados Unidos no se mueve hacia la descarbonización”, sentenció. Sobre la ausencia de una delegación estadounidense de alto nivel, fue contundente: “El señor Trump está contra la humanidad al no venir acá. ¿Qué hacemos? Dejarlo solo. El olvido es el peor castigo”.
Petro cargó también contra la lógica cortoplacista de “taladrar, taladrar y taladrar” para extraer más petróleo, y lanzó una dardoa la OTAN: “No es Rusia el enemigo, es el cambio climático”.
Desde Chile, Gabriel Boric fue igual de directo. “Son tiempos en que surgen voces que deciden ignorar o negar la evidencia científica”, dijo, para acto seguido recordar las palabras de Trump en la ONU: “Dijo que la crisis climática no existe. Y eso es mentira”. En Belém, la realidad parece haberse cansado de la ficción política.
Entre el optimismo urgente y la cruda realidad
No todo fueron advertencias sombrías. El príncipe Guillermo de Inglaterra apeló a lo que llamó “el poder del optimismo urgente”, un intento por inyectar algo de fe en el proceso. Su primer ministro, Keir Starmer, fue más terrenal al reconocer que “se ha perdido el consenso” en la lucha climática, pero reiteró el apoyo británico.
Desde China, el viceprimer ministro Ding Xuexiang envió un mensaje pragmático: “Traducir el compromiso climático en acciones; las acciones hablan más que las palabras”. Una declaración que muchos en la sala esperan ver materializarse pronto.
En medio de los discursos, Brasil logró un respiro de esperanza con el lanzamiento del “Fondo para los Bosques Tropicales para Siempre”. Una iniciativa que busca movilizar 4.000 millones de dólares anuales para recompensar a 74 países que logren detener la deforestación. Brasil puso los primeros 1.000 millones sobre la mesa. Un gesto concreto en un mar de palabras.
La cumbre de líderes sigue este viernes, sin la presión de tener que firmar una declaración final. Es, en esencia, un preludio, un calentamiento para la batalla real que comenzará la próxima semana con la COP30. Pero el mensaje que dejó su primer día es inequívoco: la ventana se cierra, la paciencia se agota y el mundo observa si, esta vez, la acción logrará por fin imponerse a la retórica. El reloj, imparable, sigue su cuenta atrás.

