El espectáculo estrena "Abracadabra", un opening que homenajea a la diva del pop.
REPÚBLICA DOMINICANA, PUNTA CANA. – El aire olía a polvo de diamante y anticipación. Minutos antes de que el telón se levantara, un murmullo recorría la sala abarrotada del Lopesan Costa Bávaro. No era solo otra noche en Punta Cana; era la décima entrega de "Luna de Sangre", y traía consigo un hechizo nuevo llamado "Abracadabra".



Desde el primer compás, un ritmo industrial y pulsante, supo que esto no sería un número más. Una jaula gigante de hierro, de esas que parecen sacadas de un manicomio gótico, se alzó en el centro del escenario. Adentro, las sombras se retorcían. Afuera, el brillo de lentejuelas y la promesa de un caos glamoroso.
El homenaje a Lady Gaga no era solo una dedicatoria, era una posesión. Los artistas, en su mayoría drag queens de una potencia escénica arrolladora, absorbieron su esencia: la provocación, el arte como bandera, la reinvención como religión.
Roxanna Román Báez, la productora general y mente detrás de este huracán, lo explica sin tapujos: "Gaga rompió los moldes para todos. Su trabajo es un manifiesto de libertad, y nuestros artistas, que viven de desafiar estereotipos, se ven reflejados en ese espejo". No se equivoca. En el escenario, cada paso, cada mirada desafiante, era un guiño a la comunidad que la artista siempre ha defendido con uñas y dientes.
El número no escatimó. Cuarenta bailarines tejiendo coreografías que oscilaban entre lo sublime y lo perturbador, mientras un juego de luces cortaba la oscuridad como cuchillos. No era solo un baile; era una declaración de principios. La jaula, más que una escenografía, era una metáfora: el glamour como prisión voluntaria, la fantasía como única salida.


Tras el "Abracadabra" inicial, el espectáculo desplegó sus otros nueve números, un viaje por los siglos XVIII y XIX donde el vestuario de época —corsets, pelucas imposibles, capas de terciopelo— chocaba con la energía cruda de un musical moderno. Números como "Reina de los Condenados" o "Bruja Hechicera" mantuvieron al público en un vaivén de asombro, culminando en un cierre, "Somos Nosotros", que sonó a himno.
Cuando cayó el telón, después de sesenta minutos de puro vértigo, quedó claro que "Luna de Sangre" no es solo un show. Es un ritual. Y en su décimo aniversario, con el espíritu de Lady Gaga flotando en el aire, demostró que la magia, a veces, solo necesita una palabra para activarse: Abracadabra.
