A los haitianos, iletrados en su grandísima mayoría, se les inculca esa terrible e inaudita versión que ellos creen valedera.
Aquel que se cree dueño de la verdad es un tonto, un ignorante o un simple desconocedor de su propia existencia.
Por lo tanto, cada quien puede expresar sus criterios, opiniones o deseos cuando quiera y donde quiera, aunque sin pensar jamás en que todos son ciertos o verídicos, o en que ellos serán aceptados por las demás personas.
Así las cosas, hoy vuelvo con el tema haitiano, de los que aquí viven y conviven con dominicanos, y de aquellos que sufren lo indecible en su propio territorio, y emigran o desean emigrar hacia cualquier parte del mundo, pero sobre todo a la parte oriental de la isla Española, donde habitamos nosotros.
La tragedia por la que atraviesan los haitianos en su territorio, quizás desde 1804 cuando se declararon independientes del yugo francés, no tiene fin. Es algo horroroso, inhumano, algo que desdice mucho del homo sapiens de hoy día.
En Haití, todos lo sabemos, hoy existe una hambruna como aquellas que existieron luego de concluida la Segunda Guerra Mundial.
De sus casi doce millones de habitantes, solo unos pocos ricos, poderosos, empresarios, industriales y negociantes, pueden dormir, comer, leer y trabajar, sin temor a la muerte.
Los demás no solo pasan hambre, sino que son atacados por bandas de criminales en sus propias casuchas, robados, violados y sacados de ellas por la fuerza y las armas.
Allí, en Haití, han sido asesinados presidentes, congresistas y funcionarios durante toda su existencia republicana, por supuestos líderes militares, políticos o religiosos que terminan haciendo lo mismo cuando llegan al poder. Y Haití anclada en el mismo lugar, aunque con los problemas más abultados.
Entonces, ante esa dramática, inenarrable, inconcebible y dolorosa existencia inhumana, los haitianos iniciaron hace decenios de años su migración hacia República Dominicana, Santo Domingo, o sea, hacia la parte oriental de la isla.
Aquí entraron sin documento alguno, se quedaron, trabajaron en ingenios azucareros, luego en los campos y finalmente en la construcción y los servicios, con solo unos pocos haber legalizado sus estatus.
Convivieron con los dominicanos por mucho tiempo, sin que nadie, de Haití o de aquí, hablara o escribiera de la existencia local de ‘racismo’, ‘xenofobia’ o enemistades personales. Mal que bien, los haitianos migrantes encontraron en nuestro país las substancias y alimentos para no morir de hambre en un Haití cuya tierra había sido inmisericordemente tratada, violada, extinguida. Se quedaron sin árboles, sin agua, sin relaciones con el mundo. Se quedaron sin nada.
Y los pobres haitianos emigraron hacia Cuba, Canadá, Francia, Chile, Venezuela, Colombia y hasta a su Africa natal, en donde por diversas razones, no pudieron coexistir y fueron sacados. Sus costumbres, ritos religiosos y modos de vida influyeron en esas decisiones. Solo Santo Domingo los acogía, dentro de sus propias precariedades y problemas.
Pero por una loca idea lanzada por uno de sus ‘libertadores’ en 1804, los haitianos se la creyeron hasta el día de hoy, e insisten en hacerla realidad en pleno Siglo XXI: que la isla es una sola e indivisible. Que la isla pertenece a Haití.
De esta situación tratará la segunda parte de este artículo, pues el espacio cedido concluye ya.
Y porque quien escribe extenso, no recibe el visto bueno de los lectores.
A los haitianos, iletrados en su grandísima mayoría, se les inculca esa terrible e inaudita versión que ellos creen valedera.
Y ellos insisten hoy, los iletrados, los jurisconsultos, los políticos y los ricos y comerciantes, en emigrar hacia suelo oriental o dominicano, como si este fuera de ellos de por vida.
Como se recordará, Haití se liberó de las garras de Francia en 1804, y ya en 1822 sus gobernantes, con armas de toda clase, y rabia enardecida, invadieron el suelo quisqueyano haciendo de todo, menos cosas buenas, hasta 1844.
Desde entonces y hasta el día de ayer, algunos ‘malos dominicanos’ han defendido el supuesto derecho de los haitianos a vivir aquí ‘sin papeles’, sin documentos de identificación y sin respeto a normas, leyes y disposiciones legales vigentes en casi todo el planeta.
Los dominicanos, digamos que en un 99 por ciento, han rechazado y rechazan esa malvada intención, pues la misma solo ha dejado una estela de sinsabores, malos entendidos y disociaciones entre haitianos y dominicanos muy difíciles de superar.
Los haitianos se encargaron de destruir su hábitat, y desde entonces emigran mayormente hacia nuestro país, creyéndose la falsa propaganda de que la isla es una sola e indivisible y que le pertenece a Haití.
Y así van y vienen, sin documento alguno, trabajan en lo que sea y por lo que sea, y se sienten y se comportan como en su propia tierra: irrespetuosos, violadores de leyes y costumbres, enemigos hasta de quienes les dan un saludo o un pan., insalubres y antihigiénicos en demasía.
Como en su país no hay gobierno verdadero desde hace tiempo, como las leyes nadie las cumple, como unas bandas armadas se han adueñado de casi toda la capital haitiana, pues la República Dominicana pidió, rogó y finalmente obtuvo que una alta presencia militar de la ONU (para algo debe servir algún día), fuera aprobada y sea enviada lo antes posible a resolver y mejorar las condiciones de los ciudadanos haitianos.
Para ver si no solo se mejora la situación social, económica y política en Haití, sino que sus ciudadanos migrantes por el mundo puedan volver allá a trabajar duro para levantarla del pozo inmundo en que se encuentra hoy.
Y dejen el suelo dominicano pacíficamente y sin necesidad de usar la fuerza pública, a fin de que sean los propios dominicanos los que se ocupen de las tareas que realizan los haitianos, siempre mal pagados y siempre mal agradecidos.
El principal problema de nuestro país es la migración haitiana y no la delincuencia, no la falta de empleos, no la falta de escuelas y aulas, no la falta de médicos y de asistencias sanitarias, no la reducción de remesas y no el desarrollo del turismo. No. Es la presencia de tantos haitianos ilegales, enfermos, iletrados y creyentes en ritos y en proclamas de que la isla es única e indivisible y que les pertenece a ellos.
Por todo esto es que pienso que ‘los haitianos tienen razón en venir, vivir y quedarse aquí’, como la tenemos los dominicanos cuando pensamos y sostenemos que nuestro país es y debe ser libre, soberano e independiente de toda potencia o poder extranjero, sea este haitiano, francés, norteamericano, canadiense, cubano, venezolano, ruso o chino.
Y que aquí, donde nacimos, nos criamos y vivimos (incluyendo a esos grandiosos dominicanos que residen fuera del país pero que están muy al tanto de todo lo que pasa, incluyendo sus precariedades), es donde quisiéramos existir siempre, confraternizando con todos los seres humanos de buena voluntad, sin importar su nacionalidad, color, tamaño, cultura, religión o idioma.
Nosotros no somos racistas, xenófobos ni enemigos de nadie.
Solo somos dominicanos que amamos la paz y la alegría, que derrochamos amores y anhelamos un mundo donde se instalen y respeten los derechos humanos y las libertades públicas.
Los haitianos deben regresar a su lar nativo y levantar un nuevo país, donde ellos puedan convivir, educarse, sanarse y elegir, sin necesidad de emigrar a ningún otro país del mundo.
Y cuando resuelvan sus problemas de identidad, entrar cuando quieran a nuestro país para disfrutarlo, tal y como lo hacen hoy norteamericanos y canadienses, venezolanos y chilenos, rusos y chinos, colombianos y puertorriqueños, panameños y cubanos.
La República Dominicana, todavía con muchos problemas sociales por resolver, solo anhela ser visitada, querida y respetada por personas de todo el orbe.