Un triunfo ajustado en Wrigley Field mantiene con vida a Chicago en la serie divisional.
El ambiente en Wrigley Field era pura electricidad. Con la espalda contra la pared y al borde de la eliminación, los Chicago Cubs se aferraron a su fortín y consiguieron lo más difícil: vivir para pelear otro día. Este miércoles, vencieron 4-3 a los Milwaukee Brewers en un duelo de nervios de acero que no definió la serie, pero le cambió por completo el rostro.
Los Brewers, que llegaban con un cómodo 2-0, olían la barrida. Pero el beisbol rara vez sigue el guion. Los Cachorros, acorralados, sacaron las garras desde el inicio. No fue una victoria abrumadora, sino un trabajo de orfebrería. Un jonrón oportuno aquí, una jugada defensiva clave allá, y un bullpen que contuvo la respiración de 40,000 aficionados en las entradas finales.
El pitcheo de Milwaukee, tan dominante en los dos primeros encuentros, mostró por primera vez una pequeña grieta. Los Cubs supieron explotarla con la frialdad de un equipo que sabe que un error significa el fin de su temporada. Cada base robada, cada lanzamiento en cuenta llena, tuvo el peso añadido de la desesperación.
Con este resultado, la presión da un vuelco inesperado. Los Brewers siguen mandando 2-1, pero ahora cargan con la expectativa de haber cerrado una serie que se les escapó de las manos en casa. La ventaja numérica aún es suya, pero la inercia y la locura de Wrigley Field están del lado de Chicago.
Todo se define, o al menos se prolonga, este jueves. El Juego 4 promete ser una batalla. Los Cachorros demostraron que no piensan rendirse. Ahora, los Brewers deben demostrar que el tropiezo de hoy fue solo eso, y no el principio de un colapso. La pelota, como suele decirse, está en el tejado de Milwaukee. La pregunta es: ¿sabrán devolver el golpe?