Un cheque de Rockefeller y tensiones geopolíticas definieron el destino del organismo internacional en 1946.
Cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) daba sus primeros pasos tras la Segunda Guerra Mundial, su mayor interrogante no era solo cómo mantener la paz, sino dónde establecer su hogar permanente. La elección de Nueva York como sede no fue un acto espontáneo, sino el resultado de maniobras diplomáticas, rivalidades geográficas y una generosa donación de John D. Rockefeller que inclinó la balanza.
En diciembre de 1945, el Congreso de Estados Unidos invitó oficialmente a la naciente organización a instalar su cuartel general en territorio estadounidense. El país buscaba reafirmar su papel como superpotencia mundial frente al bloque soviético en un escenario internacional aún en reconstrucción.
Pugnas geográficas y presiones políticas en la elección del lugar
En 1946, durante la primera sesión de la Asamblea General, los 51 países fundadores debatieron sobre la ubicación de la sede. Aunque el consenso apuntaba hacia Estados Unidos, no existía acuerdo sobre la ciudad. Se consideraron San Francisco, Filadelfia, Boston y Nueva York, y hasta se visitaron nueve posibles sitios.
Europa se oponía firmemente a una sede en la costa oeste por razones de distancia y accesibilidad, mientras que la Unión Soviética respaldaba abiertamente la opción neoyorquina, aceptando Filadelfia solo como alternativa. Washington, por su parte, prefería la costa atlántica por su cercanía a Europa y mayor conexión política y económica con el viejo continente.
En ese contexto, apareció la pieza clave: Rockefeller ofreció 8,5 millones de dólares para comprar los terrenos en Manhattan, donde se levantaría el edificio principal. La propuesta, libre de impuestos y con el respaldo del gobierno estadounidense, selló el destino de la organización. La subcomisión de la ONU que inspeccionó la zona la calificó de “excelente”, y así nació el actual complejo diplomático junto al East River.
Un acuerdo que creó un territorio diplomático en suelo estadounidense
La construcción comenzó en octubre de 1949, con un presupuesto inicial de 85 millones de dólares, luego reducido por solicitud del secretario general. El financiamiento provino de un préstamo sin intereses del Gobierno de Estados Unidos, saldado finalmente en 1982.
En paralelo, se firmó en 1947 el llamado “Acuerdo de Sede”, que estableció un distrito inviolable para la ONU dentro de Nueva York. Allí, la organización puede emitir comunicaciones, administrar sus propios servicios postales y mantener autonomía total, sin interferencia directa del gobierno estadounidense. Washington, por ley, no puede restringir el acceso ni exigir visados especiales a delegaciones acreditadas.
El debate sobre un posible traslado que nunca se concretó
Aunque la ONU cuenta con oficinas en Ginebra, Roma y París, nunca se ha debatido formalmente cambiar su sede principal. El acuerdo de 1947 establece que solo la propia organización podría decidir un traslado, pero ningún país tiene autoridad individual para imponerlo.
Un eventual cambio requeriría consenso dentro de la Asamblea General y, probablemente, el visto bueno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Sin embargo, hasta hoy, ni la diplomacia ni la política internacional han encontrado razones suficientes para mover la sede fuera de Manhattan.
Ocho décadas después, la historia sigue recordando que la ONU es tanto hija del idealismo como del pragmatismo, y que su centro de poder nació entre la diplomacia, la estrategia y un cheque con firma Rockefeller.Con datos de Europa Press.