El gobierno cubano confirma la muerte en La Habana de la fugitiva a los 79 años.
Cuba confirmó este viernes la muerte de Assata Shakur, la icónica activista y exmiembro de las Panteras Negras que se había convertido en un símbolo de la resistencia radical en Estados Unidos y, al mismo tiempo, en un punto de fricción constante entre La Habana y Washington.
El Ministerio de Exteriores de la isla anunció en un comunicado breve el fallecimiento de la ciudadana estadounidense Joanne Deborah Byron, su nombre de nacimiento. Shakur murió el jueves a los 79 años en La Habana "como consecuencia de padecimientos de salud y su avanzada edad".
Su vida fue una de las historias de fuga y refugio político más resonantes del siglo XX. Shakur llevaba más de cuatro décadas en la isla, donde obtuvo asilo tras protagonizar una audaz huida en 1979 de una prisión de máxima seguridad en Nueva Jersey. Allí cumplía una condena de cadena perpetua por múltiples delitos graves.
El asesinato que la convirtió en fugitiva
Assata Shakur era reclamada por Estados Unidos por el asesinato de un agente de policía estatal en 1973 durante un tiroteo en la autopista de Nueva Jersey. La justicia estadounidense la consideró culpable del crimen y de varios cargos adicionales, lo que motivó su posterior encarcelamiento y la fuga que la llevó hasta la órbita cubana.
El gobierno cubano le otorgó asilo, una decisión que, para Washington, la ubicó en la lista de los fugitivos más buscados del país. Su presencia en La Habana ha sido, históricamente, uno de los argumentos más contundentes esgrimidos por Estados Unidos para mantener a Cuba en la polémica lista de países que no cooperan en la lucha contra el terrorismo.
De hecho, la tensión política alrededor de su figura persistió hasta sus últimos días. A principios de mayo, el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, volvió a exigir públicamente la entrega de esta antigua "pantera negra", reiterando la petición de justicia por el asesinato del militar ocurrido hace ya medio siglo.
Aunque el deceso cierra el capítulo de su vida en la isla, el legado de Assata Shakur—tanto para quienes la veían como una líder del movimiento de liberación negra como para el aparato de justicia estadounidense que la persiguió— permanecerá como un testimonio de las profundas divisiones políticas y raciales de la historia reciente de Estados Unidos.
La batalla por su repatriación ha terminado, pero el simbolismo de su refugio en Cuba perdurará en la memoria diplomática de ambos países.