El Sol revierte su tendencia a la baja desde 2008 y se prepara para un ciclo más intenso
El Sol, nuestro astro rey, está dando señales claras de que su comportamiento no es tan predecible como se pensaba. Un análisis de la NASA reveló que, desde 2008, la actividad solar ha experimentado un repunte inesperado tras más de dos décadas de declive. El hallazgo abre nuevas preguntas sobre los ciclos solares y las consecuencias que puede tener este despertar en la Tierra y en el resto del sistema solar.
Desde el siglo XVII, cuando Galileo y otros astrónomos comenzaron a registrar las manchas solares, la humanidad ha tratado de entender el pulso de esta gigantesca esfera de plasma. Se sabe que la actividad del Sol sigue un ciclo aproximado de 11 años, con picos y mínimos que se reflejan en la cantidad de manchas y fenómenos energéticos. Sin embargo, también existen variaciones a más largo plazo, capaces de extenderse por décadas y alterar el clima espacial con efectos directos en nuestro planeta.
Durante la década de 1980, los registros mostraron una caída progresiva de la actividad solar que culminó en 2008, el nivel más bajo jamás observado. En ese momento, la mayoría de los científicos creía que el Sol entraría en un período prolongado de calma, similar a los que ocurrieron en los siglos XVII y XIX. Sin embargo, los datos recopilados en los últimos años cuentan otra historia: el Sol cambió de rumbo y comenzó a intensificarse.
Jamie Jasinski, investigador del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA y autor principal del estudio publicado en The Astrophysical Journal Letters, reconoció que la comunidad científica esperaba todo lo contrario. “Todo apuntaba a que el Sol entraría en una fase prolongada de baja actividad, así que fue una sorpresa ver que esa tendencia se revirtió. El Sol está despertando lentamente”, explicó.
El aumento de la actividad solar no es un dato menor. Cada erupción o eyección de masa coronal supone un riesgo para los satélites, las comunicaciones, el GPS y hasta las redes eléctricas en la Tierra. Los astronautas, especialmente los que participarán en las misiones Artemis de la NASA hacia la Luna y más adelante a Marte, también están en la primera línea de exposición ante las tormentas solares. De ahí la importancia de anticipar el comportamiento del astro y contar con predicciones más precisas sobre el clima espacial.
En esta línea, nuevas misiones científicas se preparan para despegar. El próximo 23 de septiembre está previsto el lanzamiento de la sonda IMAP (Sonda de Mapeo y Aceleración Interestelar), el Observatorio Carruthers Geocorona y la misión SWFO-L1 de la NOAA. Todas ellas buscan ampliar la comprensión sobre el viento solar, las partículas cargadas y la interacción del Sol con las magnetosferas planetarias.
El viento solar es clave en este fenómeno: una corriente de partículas que fluye constantemente desde el Sol y que, en períodos de mayor actividad, se intensifica y choca contra los campos magnéticos de los planetas. En el caso de la Tierra, la magnetosfera actúa como un escudo, pero también puede comprimirse y dejar escapar parte de esa energía, lo que explica fenómenos como las auroras boreales y australes.
Los ciclos de baja actividad, como el Mínimo de Maunder entre 1645 y 1715, son episodios documentados que todavía encierran misterios. “No sabemos realmente por qué el Sol experimentó un mínimo de 40 años a partir de 1790”, admitió Jasinski. Lo cierto es que los patrones a largo plazo continúan siendo impredecibles, y este cambio repentino de tendencia refuerza la necesidad de seguir estudiando al astro con una red de observatorios en órbita y desde la superficie terrestre.
El análisis se apoyó en datos de largo alcance, incluyendo misiones emblemáticas como el Explorador de Composición Avanzada (ACE) y la misión Wind, ambas lanzadas en la década de 1990. Estas sondas llevan décadas monitoreando el plasma solar y el flujo de partículas energéticas que viajan desde el Sol hasta nuestro entorno planetario.
Lo que parece claro es que el Sol ha retomado fuerza y que el actual ciclo solar podría ser más intenso de lo que se anticipaba. Para la comunidad científica, esto significa un mayor desafío en la predicción de tormentas solares y, para la humanidad, un recordatorio de que la vida en la Tierra depende de un delicado equilibrio bajo la influencia de una estrella que, aunque familiar, sigue siendo impredecible.