Un nuevo estudio confirma que la escorrentía agrícola impulsa las invasiones de algas en el Atlántico
En apenas una década, el sargazo ha pasado de ser un habitante discreto del Atlántico norte a convertirse en una de las mayores pesadillas para el Caribe, el Golfo de México y buena parte de las costas atlánticas. Las imágenes de playas cubiertas por toneladas de algas pardas ya no sorprenden a nadie, pero detrás de esa marea vegetal hay una historia compleja que ahora empieza a entenderse mejor: la contaminación terrestre es uno de sus motores principales.
Un equipo del Instituto Oceanográfico Harbor Branch de la Universidad Atlántica de Florida ha publicado en Harmful Algae un estudio que traza las conexiones entre el exceso de nutrientes, las corrientes oceánicas y el auge del llamado Gran Cinturón Atlántico de Sargazo (GASB, por sus siglas en inglés).
De enclave aislado a cinturón global
Durante siglos, el sargazo parecía confinado al Mar de los Sargazos, un área del Atlántico norte descrita como un “desierto biológico”: aguas cálidas, cristalinas y pobres en nutrientes, donde flotaban estas algas formando parches dispersos. Esa imagen empezó a resquebrajarse en 2011, cuando las costas caribeñas amanecieron cubiertas por cantidades descomunales de sargazo. Desde entonces, el fenómeno se repite casi cada año.
Hoy el GASB se extiende desde África occidental hasta el Golfo de México. En mayo pasado alcanzó un nuevo récord: 37,5 millones de toneladas de biomasa flotando en el océano. Para tener una referencia, en el Mar de los Sargazos —su hábitat histórico— se calculaban apenas 7,3 millones de toneladas.
El papel de los nutrientes
Los investigadores han seguido el rastro de estas algas con imágenes satelitales, análisis químicos y modelos de circulación oceánica. El patrón es claro: allí donde los ríos y las actividades humanas cargan el mar de nutrientes, el sargazo prospera.
“El fósforo y el nitrógeno son claves”, explica Brian Lapointe, autor principal del estudio. “En aguas enriquecidas, el sargazo puede duplicar su biomasa en apenas once días”. Las descargas agrícolas, las aguas residuales y la contaminación atmosférica han alterado la composición química de estas algas: desde los años 80, su contenido de nitrógeno ha aumentado más del 50%, mientras que el fósforo ha bajado. El resultado es un crecimiento descontrolado.
Consecuencias en tierra firme
Las hileras de sargazo detectadas por satélite en el Golfo de México en los años 2000 ya anticipaban lo que estaba por venir. En 1991, una llegada masiva obligó incluso a cerrar de emergencia una central nuclear en Florida. Hoy, los impactos se miden en millones: limpiezas de playas, pérdida de turistas, mortandad de peces y tortugas, y la transformación de ecosistemas costeros.
El problema no es solo lo que se ve. Cuando el sargazo se acumula y se descompone, libera gases tóxicos y consume oxígeno, creando zonas muertas en aguas poco profundas. Al mismo tiempo, altera la dinámica de nutrientes a microescala: organismos marinos asociados y bacterias reciclan materia orgánica, permitiendo que la masa de algas se mantenga viva incluso en áreas pobres en nutrientes.
Un fenómeno climático y humano
El estudio también relaciona la expansión del GASB con la Oscilación del Atlántico Norte. Entre 2009 y 2010, una fase negativa del fenómeno atmosférico habría desplazado aguas y algas hacia el sur. Aunque no hay pruebas directas, los datos sugieren que algunas variedades de sargazo ya estaban presentes en el Atlántico tropical antes de la gran invasión de 2011.
Lo que sí está claro es que la presión humana amplifica el problema. La escorrentía agrícola del Amazonas y del Misisipi actúa como fertilizante para estas algas. Las sequías e inundaciones en la cuenca amazónica marcan el pulso de las floraciones.
Una amenaza que no se detiene
El GASB no es un fenómeno pasajero. Con el cambio climático y el aumento de la carga de nutrientes, los científicos esperan que estas invasiones de sargazo sean cada vez más frecuentes y masivas. Para Lapointe, la clave está en asumir que el problema no es solo del mar, sino también de tierra firme: “Si no controlamos la contaminación por nutrientes, el cinturón de sargazo seguirá creciendo”.