Lo he dicho y lo sostengo: siempre he procurado que de cada diferencia surja algo constructivo
La ausencia de ideas degenera inevitablemente en discusiones estériles, insultos y descalificaciones personales. Es lo que hemos estado viendo en la política, en las redes sociales y también en nuestros gremios profesionales, como ocurre hoy en nuestro Colegio Dominicano de Periodistas (CDP). Lo que debería ser un espacio para la deliberación madura y la búsqueda de consensos se convierte en un escenario de intrigas y ataques que solo siembran desconfianza.
Vivimos en una época en la que el personalismo se ha impuesto sobre el interés colectivo. En lugar de construir una cultura del diálogo, se ha instalado la lógica del enfrentamiento, donde cada quien defiende su posición o parcela sin reparar en los daños colaterales. Hannah Arendt, filósofa e historiadora estadounidense, y una de las grandes teóricas de la política del siglo XX, advertía que “la política nace en el espacio entre los hombres”, y que, sin la disposición a escuchar y pensar con otros, la vida pública se degrada en violencia verbal y simbólica. Eso es lo que vemos cuando los debates se convierten en un terreno de batalla más que en un laboratorio de ideas.
En los gremios periodísticos, como el CDP, donde deberíamos ser ejemplo de argumentación seria y de defensa del pensamiento crítico, asistimos a lo contrario: En este proceso electoral lo que apreciamos son discusiones que no buscan soluciones, sino vencedores y vencidos. Por eso es que cuando se desatan los demonios, descubrimos entonces, que no estábamos rodeados de compañeros, sino de personas que se dedicaron a anotar defectos uno del otro para futuras confrontaciones. Es lo que he vivido en el Movimiento Marcelino Vega (MMV) a raíz de su división por la rivalidad en su liderazgo.
Lo he dicho y lo sostengo: siempre he procurado que de cada diferencia surja algo constructivo. El propósito de un debate no debería ser humillar al contrario ni anularlo, sino aprender, confrontar ideas y arribar a conclusiones que fortalezcan al colectivo. Pero la ambición personal no comulga con nada de eso.
Me atrajo recientemente y un poco frustrado por la experiencia reciente vivida desde el MMV, un planteamiento del filósofo alemán Jürgen Habermas, que ha estudiado la acción comunicativa, quien sostiene que “la racionalidad de un diálogo se mide por la disposición de los interlocutores a dejarse convencer por la fuerza del mejor argumento”. Y concluye que cuando esto se olvida, lo que queda es ruido y confrontación estéril.
En mi opinión, el problema es más amplio en nuestro país: partidos, movimientos sociales y gremios han perdido la costumbre de reunirse para discutir con seriedad los asuntos que les conciernen. Cada quien anda en lo suyo y la deliberación se posterga para cuando llegue la coyuntura electoral, y entonces emergen los conflictos como volcanes acumulados.
En el caso del periodismo y los periodistas, lo más doloroso es que este mal ejemplo viene, en gran medida, de la generación que debería ser referente de sensatez. Y lo que estamos haciendo es transmitir a los jóvenes que nuestro legado no es el ejercicio crítico y constructivo de la palabra, sino la trinchera del enfrentamiento vacío. Y eso le genera confusión.
El reto que tenemos por delante es recuperar el sentido del debate como herramienta de crecimiento colectivo. Requiere ética, disciplina y, sobre todo, humildad: aceptar que nadie posee la verdad absoluta y que incluso de un adversario puede surgir una idea valiosa. Solo así el diálogo servirá para corregir problemas y fortalecer instituciones, en lugar de debilitarlas desde dentro.
Cualquier institución en la que reinen las diatribas y los ataques personales; el personalismo y las luchas grupales, solo tiene como destino el declive. Sera útil solo para quienes desde ella anden en busca de méritos para beneficios propios, no para el bien colectivo de sus miembros.