Pensaba escribir respecto a las reincidentes denuncias de la ADP de que no hay aulas suficientes.
Sobre el tapete virtual o comunicacional existen asuntos de mucha relevancia que ameritan constantes comentarios, pero en estos instantes no tengo el deseo de referirme a ellos.
La verdad es que hoy desperté desanimado, sin ganas de escribir de nada. Hay días así. Por suerte, se trata de un estado de ánimo inusual y pasajero en mi personalidad, pues mi autoestima siempre pasa más allá de estratosfera planetaria (la segunda capa de la atmósfera terrestre que abarca aproximadamente desde los 15 a los 50 kilómetros de altitud).
Pensaba escribir respecto a las reincidentes denuncias de la ADP de que no hay aulas suficientes ni cupos para los nuevos alumnos en la apertura del Año Escolar y que están en “precarias condiciones” algunos recintos docentes. Es la proclama que nos acostumbra escuchar ese gremio antes de los inicios de las clases en colegios privados y escuelas públicas.
Coincidencialmente, la deficiencia en el plan educativo ha sido siempre uno de los proyectiles de batalla agendado por la oposición política, un gastado capítulo que se repite para desmeritar al gobierno de turno y obtener así votos en futuros electorales. Resulta que el sistema educativo es una responsabilidad de todos, gobernantes, líderes políticos, padres o tutores. Hay que protegerlo, no torpedearlo, por el bien de nuestros estudiantes y el personal docente.
Asimismo, no tengo ánimo de comentar las críticas al controversial programa de restricción de giros viales a la izquierda en algunas calles del Gran Santo Domingo; la intención de la Junta Central Electoral, a través de su Comité de Compras y Contrataciones, de adquirir los equipos, materiales y servicios para la renovación de la Cédula de Identidad y Cédula de Identidad y Electoral a un costo de más de RD$3,000 millones; ni con relación a las cuestionadas sentencias evacuadas por nuestros tribunales en los casos de corrupción administrativa y otros delicados expedientes judiciales.
Por igual, me falta hoy voluntad para redactar acerca de la ausencia de respeto, civismo y consciencia ciudadana, factores que inciden en el caos en el tránsito terrestre; las discusiones callejeras que escalan con facilidad generando tragedias; y la ausencia de educación cívica que forme ciudadanos responsables. Cruzar con el semáforo en rojo, estacionarse en doble fila, no respetar los pasos peatonales o circular en vía contraria a alta velocidad, son peligrosos comportamientos asumidos como normales. Sabemos que el desorden del tránsito ya es cultural, que debe erradicarse.
Otros asuntos que tampoco me motivan a comentar son los apagones eléctricos, una pesadilla que arrastramos desde los pasados gobiernos cuyos rimbombantes técnicos o expertos (los desmemoriados criticones de hoy) nunca resolvieron y ahora son los primeros en cuestionar ese sistema, al extremo de sugerir “estrategias” para solucionar el problema.
Iba a señalar, además, que estoy preocupado por el destino que lleva el concepto amistad entre los humanos. Una relación de afecto personal y desinteresado basada en la confianza, la lealtad, el apoyo mutuo, el respeto y la aceptación, siendo una de las acciones más importantes en la vida de una persona. Veo ese vínculo como una especie en avanzado estado de extinción.
Y qué decir de las crueldades y los genocidios promovidos por Rusia contra Ucrania e Israel en Palestina. La violencia es un factor de primera línea en el planeta que causa miles de muertes. Son aspectos que también debiera comentar, pero no me animo en estos momentos.
Lo mismo pudiéramos decir de la grave situación de Haití, un fenómeno que afecta a nuestra soberanía, aunque a la comunidad internacional no le interesa. Esa crisis ha motivado un plan de acción de la Organización de los Estados Americanos (OEA) para lograr la estabilidad, cuya implementación requerirá un presupuesto estimado de 2,600 millones de dólares. La iniciativa abarca la estabilización de la seguridad y restablecimiento de la paz a un costo estimado de 1,336 millones de dólares). ¡Ojalá funcione!
Mientras, continúa el éxodo clandestino de haitianos indocumentados hacia la República Dominicana a través del un incesante tráfico de personas regulado por malos dominicanos.
Es una eventualidad que nos atormenta y que causa estrés catastróficos.