Un informe de la OMS revela las devastadoras consecuencias del castigo físico en la infancia.
Un informe revelador de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha puesto al descubierto una realidad alarmante: cada año, unos 1,200 millones de niños de entre 0 y 18 años sufren castigos físicos en sus hogares. Según la entidad, esta práctica, aunque con una prevalencia que varía “considerablemente” entre países, causa “daños significativos” en la salud y el desarrollo infantil.
Los datos son contundentes. Entre los niños de 2 a 14 años, las tasas de castigo corporal reportadas por padres y cuidadores en el último mes varían desde un 30% en Kazajistán hasta un 77% en Togo.
El director del Departamento de Determinantes de la Salud, Promoción y Prevención de la OMS, Etienne Krug, ha sido tajante: “Existe evidencia científica abrumadora de que el castigo corporal conlleva múltiples riesgos para la salud infantil”. Krug enfatizó que esta práctica no aporta “ningún beneficio” para el comportamiento, el desarrollo o el bienestar de los niños.
Por ello, la OMS hace un llamado urgente para “poner fin a esta práctica nociva” y asegurar un desarrollo integral de los menores.
El problema es incluso más grave de lo que parece. En 58 países analizados, el 17% de los niños que sufrieron castigos el mes pasado los recibieron en sus formas más “severas”, incluyendo golpes en la cabeza, la cara o las orejas, o golpes fuertes y repetidos.
Los castigos físicos también están “igualmente extendidos” en las escuelas de África y Centroamérica, donde el 70% de los niños son sometidos a esta violencia, en contraste con el 25% en la región del Pacífico Occidental.
El informe detalla que los niños con discapacidad, aquellos cuyos padres fueron castigados de pequeños, o cuyos padres tienen problemas de adicción, depresión u otros trastornos mentales, tienen un mayor riesgo de sufrir esta violencia. Factores sociales como la pobreza, el racismo y la discriminación también aumentan significativamente el riesgo.
Las consecuencias de estos castigos son profundas. A nivel físico, más allá de las lesiones inmediatas, el maltrato puede desencadenar respuestas biológicas perjudiciales como el aumento de hormonas del estrés y cambios en la estructura cerebral, lo que perjudica el desarrollo saludable.
Un análisis en 49 países de ingresos bajos y medios muestra que los niños castigados físicamente tienen un 24% menos de posibilidades de alcanzar un desarrollo normal.
El impacto en la salud mental es igualmente grave. Los niños que sufren castigos físicos corren un mayor riesgo de padecer ansiedad, depresión, baja autoestima e inestabilidad emocional. Estos efectos a menudo persisten en la adultez, aumentando la probabilidad de abuso de sustancias e incluso el suicidio.
Socialmente, estos castigos fomentan la agresión, las dificultades académicas y, en la edad adulta, la participación en conductas violentas y delictivas. Además, normalizan la violencia, perpetuando un “ciclo dañino” de generación en generación.
A pesar de que muchos países han prohibido el castigo corporal, la OMS subraya que la legislación por sí sola no es suficiente. Es crucial que las leyes se acompañen de campañas de concientización y apoyo directo a padres, cuidadores y educadores para promover métodos de disciplina positivos y no violentos.
