El nudo para una reunión de negociación directa es que el líder del Kremlin no reconoce legitimidad a su rival en la guerra,
El mundo se ha creado unas expectativas que pudieran resultar frustratoriamente excesivas respecto del resultado que se desea de la reunión que este viernes 14 llevarán a efecto los presidentes de los Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladímir Putin.
Como sabemos, estos dos líderes de los polos fundamentales que gravitaron sobre el mundo durante la llamada Guerra Fría, sostendrán un encuentro cara a cara para abordar el conflicto bélico Rusia-Ucrania, un enfrentamiento que rebasa ya los tres años, con un importante desangramiento especialmente del territorio atacado mediante la denominada “operación militar especial”.
Decimos que las expectativas pudieran culminar en un escenario de frustración para el mundo, pues no es previsible que en esta primera reunión se avance lo suficiente como para perfilar un desenlace deseado.
Conocido el talante de ambos líderes, suponemos que este mano a mano se materializará como un simple tanteo de las emociones—una especie de estudio del contrario en el primer round de una pelea de boxeo—sin más que exhibir cuando se corra el telón del escenario de la reunión.
Pero, además, el único que está en capacidad de ceder, reclamar, apretar o dar un portazo, es el presidente Putin, por tratarse de quien puede disponer algo el mismo sábado después del encuentro con Trump el viernes en Alaska.
Por su parte, el jefe de la Casa Blanca actuará en el encuentro como alguien que representa a un subordinado—el gobernante ucraniano, Vladimir Zelenski—, pero sin autoridad efectiva para conceder cosas a nombre de Ucrania.
Es decir, que esta reunión serviría para allanar el camino a un encuentro negociador entre Putin y Zelenski, quienes se entienden a la perfección en ruso, lengua materna de ambos, pese a que el gobernante ucraniano abomine de todo lo que huela a Rusia.
El nudo para una reunión de negociación directa es que el líder del Kremlin no reconoce legitimidad a su rival en la guerra, debido a que el mandato del actor cinematográfico de tercera categoría expiró hace más de un año.
Sin embargo, sería contraproducente pedirle a un país en guerra que organice elecciones, razón por la cual, eventualmente, Putin debería de ponerse un pañuelo en la nariz para negociar con un ilegítimo, en aras de poner término a la guerra que ha golpeado a ambos.
En dicha coyuntura interna, Ucrania no se halla en condiciones de celebrar elecciones, por lo que los propios adversarios de Zelenski—si bien le piden celebrar elecciones—entran en un razonamiento lógico a la hora de dimensionar qué está primero.
Así las cosas, a Kiev más que a Moscú—o a ambos, cada cual con razones específicas—conviene el fin del conflicto, para que Rusia y Ucrania puedan encauzarse y de pasada contribuir a la tranquilidad del mundo.
Ahora bien: ¿Sobre cuáles bases se firmaría un acuerdo cuando se piense pactar el fin de la guerra? ¿Estará Ucrania decidida a ceder los territorios de la región del Donbás que le ha enajenado Rusia durante la presente guerra?
Son cuestiones sobre la mesa que el presidente Trump no está en condiciones de decidir, por mucha hegemonía que Estados Unidos tenga sobre Ucrania, como efectivamente la tiene. Cuestión de esperar.