Imágenes personales alimentan sistemas de inteligencia artificial sin tu saberlo
¿De verdad sabes qué pasa con tus fotos cuando las subes a internet? Probablemente no. Y tampoco eres el único. Pocas personas leen los términos y condiciones de las redes sociales, y quienes lo hacen rara vez comprenden a fondo las implicaciones. Lo que parece un simple acto —compartir una foto en Instagram o Facebook— puede tener consecuencias profundas, invisibles y a menudo irreversibles.
Lo cierto es que cada imagen que subes puede convertirse en alimento para los modelos de inteligencia artificial que están revolucionando el mundo digital. ¿Quién lo permite? Tú mismo, al aceptar políticas de uso que rara vez revisas. ¿Qué pueden hacer con ellas? Desde usarlas para entrenar algoritmos hasta generar deepfakes casi imposibles de distinguir de la realidad.
Silvia Martínez, profesora de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), lo explica sin rodeos: "Solo vemos lo que nos aporta la plataforma, pero no a lo que nos comprometemos". Y eso puede incluir la cesión de derechos sobre nuestra propia imagen.
Un campo de entrenamiento con tu cara como modelo
Las IA aprenden como los humanos: viendo, repitiendo, reconociendo patrones. Antonio Pita, también profesor de la UOC, lo compara con enseñarle a un niño a reconocer un rostro. Cuantas más fotos, mejor. La máquina detecta los gestos, la forma de los ojos, los pliegues al reír… todo eso queda registrado como una especie de huella digital invisible. Y luego, con esa base, puede recrearte. Literalmente.
Esto ya no es teoría. La empresa Meta, dueña de Facebook e Instagram, ya avisó que usará las fotos públicas de sus usuarios para entrenar sus modelos de IA. Incluso valora ir más allá y acceder a las imágenes almacenadas en los dispositivos móviles, aunque no se hayan publicado. Aunque la compañía ofrece la opción de negarse, la línea entre lo opcional y lo inevitable se vuelve cada vez más delgada.
Humor, fraude o suplantación: el límite se desdibuja
Sí, hay memes. Y también videos graciosos. Pero el problema es cuando la tecnología se usa para engañar. Deepfakes, audios generados por IA imitando voces reales, suplantaciones de identidad… Los ejemplos ya no son ficción. En Vigo, España, una empresa perdió 100.000 euros después de que un empleado recibiera una videollamada falsa de su supuesto jefe. Era una IA.
Eduard Blasi, experto en derecho digital, subraya que en Europa las regulaciones son más estrictas, pero aún insuficientes. El nuevo Reglamento de Inteligencia Artificial busca establecer límites, pero la tecnología avanza más rápido que las leyes. Mientras tanto, en Estados Unidos predomina la autorregulación. Y en China, el control estatal permite el uso masivo de datos, incluidos los biométricos.
El panorama es complejo y, a menudo, injusto para el usuario común. ¿Cómo protegernos? Lo primero: tomar conciencia. Luego, limitar lo que compartimos y exigir más transparencia a las plataformas. La tecnología no es mala por sí sola, pero sin control ni ética, puede convertirse en una amenaza real.
Por suerte, algunas plataformas comienzan a etiquetar los contenidos generados por IA, y ya existen herramientas para detectar imágenes manipuladas. Aun así, como recuerda el profesor Pita, nuestras mejores defensas siguen siendo el sentido común, la desconfianza razonable y la capacidad de cuestionar lo que vemos. Porque en el mundo digital, nada es tan inocente como parece.