El proyecto de nueva ley que se propone para sustituir la actual es una muestra palpable del anacronismo que nos domina.
La idea de que los males del Colegio Dominicano de Periodistas (CDP) se deben únicamente a la ley que lo rige ha sido repetida hasta el cansancio. Y aunque esa afirmación tiene algo de verdad, se queda corta frente a una realidad mucho más profunda y preocupante: el principal lastre del gremio ha sido su cultura interna de fragmentación, personalismo y resistencia al cambio.
Durante años, hemos observado cómo el grupismo, se ha normalizado como si fuera parte natural del ecosistema gremial, ha socavado cualquier intento de cohesión o renovación. Peor aún, de esa práctica tribal ha emergido un personalismo rampante que ha permitido que algunas figuras se eternicen en la presidencia del CDP, ocupando el cargo hasta cinco veces, sin mostrar voluntad de ceder espacio a nuevas voces ni de repensar el rumbo de la institución. Lo propio ha ocurrido en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP)
Esto ha convertido al CDP en una estructura estancada, sin dinamismo dirigencial, ajena a las transformaciones profundas que ha vivido el periodismo en las últimas décadas. Mientras la comunicación ha sido revolucionada por las plataformas digitales, la inteligencia artificial y las nuevas dinámicas laborales, la cúpula del CDP permanece atrapada en una lógica de los años noventa. Es un gremio que sigue operando como si el ecosistema mediático no hubiera cambiado, como si aún bastara con reunir a los colegas en asambleas formales para hablar de temas desconectados de la realidad.
Desde el Movimiento Marcelino Vega (MMV) he planteado una y otra vez la urgencia de sacudir esa inercia. Pero mis advertencias han caído en oídos sordos. Nadie parece darse por enterado de que hoy, en la República Dominicana, el Estado es el principal empleador de los profesionales de la comunicación, no los medios tradicionales. Y que el segundo gran empleador es, muy probablemente, el sector empresarial. Además, un creciente número de periodistas ha optado por emprender, por crear sus propios medios, asesorar instituciones o especializarse en nuevas áreas de la comunicación. ¿Dónde está el CDP frente a esta realidad? En ninguna parte.
El proyecto de nueva ley que se propone para sustituir la actual es una muestra palpable del anacronismo que nos domina. Redactado a espaldas de los periodistas, sin consulta ni diálogo, es más una muestra de formalismo vacío que una herramienta para el futuro. Una ley sin visión no arregla nada.
Intenté expresar estas preocupaciones en una reciente asamblea del CDP. Pedí que, antes de promover una nueva ley, evaluáramos la gestión de la actual normativa, analizáramos nuestro desempeño como organización y entendiéramos el contexto en el que estamos inmersos. No pude terminar mi intervención. Fui interrumpido de forma grosera, y, por respeto a mí mismo y al espacio, opté por ceder el micrófono. Lo hice con la amarga certeza de que, en ese momento, triunfó la estupidez. Pero no vi otra salida.
El escenario electoral del CDP, con miras a las elecciones de agosto, agrava el panorama. El MMV, al que pertenezco, se ha dividido en dos propuestas, por meras pugnas de liderazgo, y la campaña se reduce a una guerra de insultos, descréditos y ataques personales que afecta a meritorios compañeros y al propio CDP. De los problemas reales del periodismo dominicano —precariedad laboral, inseguridad jurídica, falta de formación, ausencia de innovación—, no se habla. La agenda es otra: mezquina, corta, sin visión.
Reformar el CDP es posible. Pero no será fruto de una nueva ley ni de la continuidad de los mismos de siempre. Será el resultado de un cambio de mentalidad, de una apertura real al diálogo y de una comprensión sincera de que el mundo cambió, y en el CDP seguimos exactamente en el mismo sitio.