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Portada Opinión Columnistas

LA “Guerra fría”: razones y sinrazones

por Luis R. Decamps
julio 10, 2025
en Columnistas, Opinión
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“La Era del vacío”: Lipovetsky y la “segunda revolución individualista”

Luis R. Decamps R.

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Es igualmente innegable que esa confrontación se expresaba no sólo en el apoyo de cada superpotencia a sus aliados en cualquier parte del mundo

Uno de los aspectos más relevantes de la desfiguración del pasado reciente de la humanidad que caracteriza a la racionalidad del siglo XXI, está referido a la verdadera anatomía histórica de la “Guerra Fría”, un periodo del devenir que, reseñado según la mejor tradición intelectual de los vencedores, ha sido únicamente auscultado a partir de sus tinieblas, amaneramientos y truculencias.

En efecto, hasta el uso que en estos días se le da al concepto de “Guerra Fría” para denominar o hacer referencia al período histórico mundial comprendido aproximadamente entre la Conferencia de Yalta (febrero de 1945) y la caída del Muro de Berlín (noviembre de 1989), está lleno de medias verdades, medias mentiras, inexactitudes y constreñimientos desde el punto de vista de la realidad tal y como operó.

Desde luego, no se puede ignorar que esa “versión de los vencedores” de la “Guerra Fría” estuvo previamente impactada por la Segunda Guerra Mundial (que fue su origen, némesis y contraparte “caliente”), una hórrida cadena de acontecimientos sangrientos que demostró que la humanidad (incluyendo a los grandes conductores políticos de la época, tan glorificados y venerados en la actualidad) no había aprendido casi nada de su propia historia, y que puso al mundo “patas arriba” desde el punto de vista espiritual arrinconando peyorativamente al humanismo (que había sido su mayor conquista ética desde el origen mismo de los tiempos), del que únicamente terminaron sobreviviendo a duras penas sus vertientes cristiana y socialdemócrata.

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Es cierto, absolutamente cierto que ese lapso del devenir mundial se caracterizó por la confrontación bipolar entre Estados Unidos (y sus aliados) y la URSS (y sus aliados, aunque China, Albania y Corea del Norte luego tomaron un rumbo distinto del de ésta por las “revisiones” antiestalinistas del XX Congreso del PCUS de 1956) en el contexto de una situación en la que cada una de esas superpotencias exhibía y ponía en marcha su poderío económico, militar, político y cultural frente a sus adversarios como vitrina de proselitismo y mecanismo de contención, lo que primero fascinó pero luego aterrorizó sobre todo a los espíritus más sensibles e ilustrados del planeta.

Es igualmente innegable que esa confrontación se expresaba no sólo en el apoyo de cada superpotencia a sus aliados en cualquier parte del mundo donde se estuviesen desarrollando combates políticos o militares por la toma del poder (abiertamente o de modo soterrado, y por los medios “duros” de la amenaza directa y la intervención bélica o por los medios “blandos” de la diplomacia y la ayuda económica), sino también en una carrera armamentista repleta de jugarretas de espionaje, tensiones políticas y zafarranchos de cañoneo que varias veces puso en jaque a gran parte de la humanidad y en serio peligro la paz en el orbe.

También es una verdad irrebatible que, en principio y con matices no necesariamente apegados a la prédica de sus ideólogos clásicos, lo que latía en el fondo de la citada confrontación era la decisión y la voluntad de cada superpotencia de imponerle al mundo su particular concepción del Estado y de la forma en que debía organizarse la sociedad: Estados Unidos y sus socios pugnaban por el modelo liberal-capitalista encarnado en la “democracia de partidos” y el “mercado libre” como fundamentos de la libertad y la prosperidad; y la URSS y sus asociados luchaban por imponer el modelo socialista estatista-autoritario representado por una “dictadura del proletariado” (por oposición a la “dictadura de la burguesía” que para ellos entrañaba la democracia pluralista) y la “economía centralizada y planificada” que preconizaba el fin del “canibalismo” de la competencia y el egoísmo “avaricioso”.

Es asimismo irrefutable que en términos estrictamente fácticos el modelo patrocinado por Estados Unidos y sus aliados devino infinitamente superior al auspiciado por la URSS y sus aliados, y no sólo porque demostró sintonizar mejor con la naturaleza humana (socialmente gregaria, económicamente individualista y moralmente flexible), sino también porque este último incumplió sus promesas de crear un “hombre nuevo”, garantizar prosperidad y bienestar igualitarios, y darle una dimensión más humana y menos “caótica” a la libertad.

Pero, valga la insistencia, limitar la época de la “Guerra Fría” nadas más que a lo dicho precedentemente puede no ser enteramente correcto ni veraz, pues detrás de todo eso había otras cosas, que ahora se ocultan o ignoran, como, por ejemplo, el fracaso histórico del modelo liberal-capitalista de preguerra que había sembrado el planeta de desigualdades sociales y económicas, miseria y pobreza (junto con los aristocráticos y abrumadoramente excluyentes de los imperios y las monarquías centrales), y el creciente avance, a partir de ese fracaso, de la apuesta de los sustentadores del modelo socialista estatista-autoritario por la superación de tales males y la edificación de una sociedad “más justa y solidaria”.

En otras palabras: detrás de la “Guerra Fría”, en general y si ignoramos los matices caricaturescos indicados arriba para apegarnos a las ideas originalmente en desafío frontal, hubo siempre una lucha entre dos concepciones distintas del mundo y de la sociedad, entre dos formas diferentes de asumir la humanidad y el ser humano en particular, entre dos modelos encontrados de organización del Estado y de la sociedad, entre dos “proyectos” de vida para el mundo y la gente de cara al presente y al futuro… Es decir, teóricamente, se trataba dos caminos distintos (uno “libre” y competitivo, y el otro “planificado” y solidario) para alcanzar la plenitud humana en un ambiente de concordia y bienestar.

Más aún: pueden no estar equivocados quienes todavía aseguran que esos enfoques opuestos (al margen sus desvaríos ideológicos o doctrinarios, y de que se les denomine capitalismo, socialismo o de cualquier otra manera) no han muerto sino que se encuentran en estado de “hibernación” porque (en el fondo y a pesar de los cambios que se han operado en el mundo y en la sociedad) el modelo liberal-capitalista, a despecho de la demostrada superioridad de sus atributos democráticos frente a cualquier otro modelo, no ha dejado de ser insuficientemente justo, promotor de la desigualdad, poco solidario y generador de una gran estela de pobreza residual aún en su versión más civilizada, sosegada y creadora de riquezas, como la de los llamados países desarrollados de Occidente.

Los que indubitablemente murieron, en realidad (y no derrotados por el capitalismo liberal sino por simple gravedad histórica, pues no eran más que “tigres de papel” chinos), fueron la visión y el proyecto socialista autoritario de los “comunistas”, asesinados por sus propios líderes y capataces convertidos en dictadores y burócratas sin sentido de la Historia, y por cierto -se reitera- sin que hayan desaparecido ni las pestilencias materiales y las virtudes políticas del modelo antinómico ni los grandes ideales de justicia, igualdad, libertad y fraternidad que se enarbolaron en su contra desde la segunda mitad del siglo XIX.

Ah, claro, y algo más para finalizar, sin que se interprete como mea culpa: el autor de estas líneas (viejo y terco socialdemócrata en un escenario político universal decididamente utilitario, narcisista, circense y sin casi nada de generosidad) tiene la esperanza de que no se le sindique de “lunático” (palabra de moda para identificar a quienes aún creen en la justicia social y la solidaridad humana) por hacer las precedentes rememoraciones históricas, tan “desfasadas” y “antichéveres” en la actualidad.

(*) El autor es abogado y politólogo. Reside en Santo Domingo.

[email protected]

Etiquetas: Guerra fría
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