- Los más incautos hasta salen a la calle a bañarse bajo las lluvias. Naturalmente, son los primeros en morir ahogados o fulminados por un rayo.
El Centro de Operaciones de Emergencias (COE) recomienda a la población mantenerse atenta a los boletines oficiales por el desplazamiento de fenómenos meteorológicos inestables que afectan al país, sobre todo por una vaguada que incide en varios niveles de la troposfera.
Para los que no conocen ese término, la troposfera es la capa más baja de la atmósfera terrestre, la que está en contacto directo con la superficie de la Tierra y donde vivimos. En esa fase se producen la mayoría de los fenómenos meteorológicos, como la formación de nubes, la lluvia, el viento y las tormentas.
La advertencia tiene mucho valor, especialmente para protegernos cuando pretendemos desafiar a la naturaleza al cruzar ríos, arroyos y cañadas con altos volúmenes de agua por desbordamientos en las zonas bajo alerta.
Según el Instituto Nacional de Meteorología (INDOMET), las imágenes satelitales y del radar meteorológico muestran la presencia de chubascos y tronadas aisladas, situación que podría repetirse hasta noviembre, cuando concluya la temporada de huracanes.
La escalada ciclónica en el Atlántico inicia, cada año, oficialmente el 1 de junio y se extiende hasta el 30 de noviembre. Para 2025, los pronósticos indican una actividad por encima del promedio con la formación estimada de entre 13 y 19 tormentas, de las cuales entre 6 y 10 podrían convertirse en borrascas, y al menos 3 y 5 alcanzarían categoría mayor (categoría 3 o más en la escala Saffir-Simpson).
La historia de la República Dominicana registra efectos atmosféricos que nos han marcado profundamente, siendo el más letal el San Zenón que azotó Santo Domingo el 3 de septiembre de 1930 como categoría 4, con vientos de hasta 250 km/h. Provocó la muerte de unas 2,000 personas (aunque algunas estadísticas las sitúan en 8,000) y destruyó el 60% de las edificaciones de la capital.
A este torbellino siguieron otros, como Inés (1966), Beulah (1976), David (1979), Emily (1987), Georges (1998), Fiona (2022), Noel, Sam y Olga, que causaron eslabones de fallecimientos y destrucciones de viviendas, puentes, acueductos y otras infraestructuras.
Una gran parte de la población es sorprendida, y sufre consecuencias trágicas, por esos fenómenos debido a que no tenemos por costumbre prestar atención a las recomendaciones de las autoridades que conforman los organismos de emergencia.
Por tradición, no tomamos medidas precautorias cuando se emiten alertas meteorológicas a través de los medios de comunicación. Es la razón de que los huracanes nos agarran desprevenidos.
En esos tiempos, lo razonable es que los ciudadanos se provean de las cosas necesarias (velas, agua, comida y otros productos emergentes), coloquen protección a las ventanas y techos de viviendas de zinc antes de llegar los ciclones a nuestro territorio. Pocos lo hacen.
Incluso, los que viven en casas desvencijadas ubicadas a la orilla de los ríos y zonas de peligro, siempre se niegan a abandonarlas cuando el COE y demás organismos socorristas ordenan la evacuación. En ocasiones ha sido necesario obligarlos a salir por la fuerza.
Los más incautos hasta salen a la calle a bañarse bajo las lluvias. Naturalmente, son los primeros en morir ahogados o fulminados por un rayo.
Es que la burda cultura de la ignorancia es un recurrente arraigo de nuestra gente y la causante de tantas desgracias en los tiempos de eventualidades catastróficas. Se trata de un comportamiento grosero, torpe, que raya en lo insólito. A fin de cuenta, cuando resultan afectados por una tragedia natural, terminan culpando al Estado dominicano de sus desgracias.
Hace falta conciencia y reflexión para evitar esas crudas consecuencias. Ojalá esta vez el comportamiento sea diferente y se imponga la madurez.