China acusa a EE. UU. de avivar el conflicto; Israel lanza ataques masivos
El conflicto entre Israel e Irán ha cruzado una peligrosa línea de no retorno. En apenas cinco días, más de 224 personas han muerto en Irán y 24 en Israel, a causa de un intercambio de ataques que amenaza con escalar hacia una guerra abierta. Mientras tanto, Estados Unidos, lejos de moderar las aguas, ha asumido una postura beligerante. El presidente Donald Trump ha dejado claro que no busca un alto el fuego, sino "un fin real" al conflicto. Un fin que, según sus propias palabras, pasa por una "renuncia total" de Irán a su programa nuclear.

Trump regresó precipitadamente a Washington tras abandonar la cumbre del G7 y negó que su viaje tenga que ver con gestiones para la paz. “No tiene nada que ver con un alto el fuego. Es algo mucho más importante que eso”, afirmó. Acto seguido, advirtió que si Irán ataca intereses o bases estadounidenses en la región, la respuesta sería “con los guantes quitados”.
China reaccionó con dureza. A través del portavoz del Ministerio de Exteriores, Guo Jiakun, Pekín acusó a Trump de “echar gasolina al fuego” y sostuvo que su retórica solo contribuye a ampliar el conflicto. “Las amenazas y presiones no ayudarán a relajar la situación”, declaró. China ha pedido a los actores internacionales con peso en la región —especialmente EE. UU.— que ayuden a reducir las tensiones.
Una ofensiva con múltiples capas
Desde el pasado viernes, Israel ha lanzado una operación militar a gran escala contra instalaciones nucleares y centros urbanos iraníes. Teherán respondió con el lanzamiento de más de 400 misiles balísticos y drones, la mayoría interceptados por el sistema defensivo israelí conocido como la “Cúpula de Hierro”. A pesar de ello, los daños han sido severos y las víctimas mortales no dejan de aumentar.
Israel justifica su ofensiva como una respuesta preventiva ante lo que considera una amenaza existencial: el desarrollo nuclear iraní. Según Dan Poraz, encargado de negocios de Israel en España, Irán estaba “extremadamente cerca de obtener una bomba nuclear” y había acelerado la fabricación de misiles a un ritmo de nueve por día. “Uno solo de esos artefactos podría aniquilar a Israel”, advirtió.
La posición israelí ha sido clara: no buscan un cambio de régimen, pero lo admiten como una posible consecuencia. “Un Irán con capacidad nuclear representa un punto de no retorno para nuestra seguridad”, afirmó Poraz, aunque matizó que el destino del régimen de los ayatolás debe decidirlo el propio pueblo iraní.
La vía diplomática, anulada por los bombardeos
Antes de esta oleada de violencia, se esperaba una nueva ronda de negociaciones entre Washington y Teherán sobre el programa nuclear iraní, prevista para celebrarse en Mascate, Omán. Sin embargo, tras los ataques israelíes, Irán canceló su participación. La decisión parece lógica si se tiene en cuenta que uno de los blancos del bombardeo fue la televisión estatal IRIB, donde murieron al menos tres personas.
Este golpe quirúrgico no solo destruye infraestructura, también dinamita cualquier posibilidad de diálogo en el corto plazo. A la vez, refuerza el mensaje de Israel: su intención no es negociar, sino desmantelar por la fuerza lo que considera un peligro inminente.
El fuego cruzado de las declaraciones
A las bombas se suman las declaraciones. El ministro de Defensa de Israel, Israel Katz, advirtió al líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, que podría correr la misma suerte que Sadam Husein si persiste en sus “crímenes de guerra”. El lenguaje recuerda a los peores momentos de la retórica prebélica en la región y pone de relieve que la diplomacia ha sido desplazada por una narrativa de fuerza.
Mientras tanto, Trump coquetea con la posibilidad de enviar emisarios —el vicepresidente JD Vance y el enviado para Oriente Próximo, Steve Witkoff— para hablar con Irán, aunque dejó claro que no tiene “mucho ánimo” para negociar.
La medida, más simbólica que efectiva, parece tener un doble objetivo: calmar a los aliados europeos, preocupados por la deriva del conflicto, y marcar una presencia en el escenario diplomático sin renunciar al lenguaje de la amenaza.
¿Y ahora qué?
El conflicto entre Israel e Irán se enmarca en una vieja enemistad, exacerbada ahora por los temores israelíes sobre el desarrollo nuclear iraní y el intento estadounidense de reconfigurar su influencia en la región. Pero lo que diferencia esta escalada de episodios anteriores es la falta de un canal diplomático operativo.
La postura de Trump —rechazar el alto el fuego e imponer condiciones maximalistas— cierra la puerta a una solución inmediata. Al mismo tiempo, debilita a los actores moderados dentro de Irán, que ya enfrentan una situación interna crítica.
Para China y otros países con peso en el tablero internacional, lo que está en juego no es solo la estabilidad de Oriente Próximo, sino el equilibrio global. Una guerra abierta entre Israel e Irán, con EE. UU. en un rol activo y Rusia en la retaguardia iraní, podría arrastrar a la región a un conflicto de escala imprevisible.
Por ahora, la única certeza es que el fuego sigue ardiendo. Y no parece que nadie tenga verdadero interés en apagarlo.