Cifras recientes confirman que miles de niños siguen atrapados en jornadas laborales, con la mirada oficial aún muy corta.
En República Dominicana, las estadísticas macroeconómicas cuentan una historia de crecimiento. Pero esa historia tiene huecos. Hay una parte del país que sigue invisible: los niños y niñas que trabajan. Este 12 de junio, en el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, no bastan las campañas ni los discursos. Hay que ver la realidad de frente.
Una encuesta reciente de World Vision, hecha en marzo de 2025 en más de 4,300 hogares, muestra con claridad el problema. El 8% de los padres y madres admitieron que alguno de sus hijos trabaja. No es una percepción ni una suposición. Es una confesión directa. Son niñas y niños que cambian las mochilas por cubetas, que dejan los recreos para cargar mercancía, que viven una infancia cortada por el peso de la necesidad.
Lo más preocupante es que esta realidad golpea con más fuerza en zonas específicas. En San Cristóbal, el 35% de los hogares reportó casos de trabajo infantil. En La Altagracia, el 12%. No es casualidad. Son zonas con alta exclusión social, donde la presencia del Estado es débil y la pobreza se vuelve rutina. Allí, donde se vulneran derechos cada día, trabajar desde pequeño se convierte en parte del paisaje.
Y detrás de esos números, hay algo más grave: la aceptación social. Muchos adultos ven el trabajo infantil como algo normal. No lo cuestionan. Incluso lo justifican. Esto ocurre, además, en comunidades donde ya se trabaja con programas de sensibilización desde hace años. Si ahí todavía se tolera, ¿qué queda para las zonas sin intervención?
Desde la Coalición de ONGs por la Infancia, que agrupa a organizaciones nacionales e internacionales que defienden los derechos de los niños, se reconoce que ha habido esfuerzos. Existen políticas, campañas y programas impulsados desde el Comité Directivo Nacional de Lucha Contra el Trabajo Infantil. Hay colaboraciones entre el Estado y la sociedad civil. Se han implementado acciones como el Diplomado en Derechos de la Niñez, con apoyo del INFOTEP y el Ministerio de Trabajo, y el sello de Empresa Libre de Trabajo Infantil, promovido por Save the Children. Todo suma, pero aún no alcanza.
La encuesta también muestra que el 40% de los padres o cuidadores usan castigos físicos o psicológicos para corregir a los niños, y que solo el 4% de los adolescentes siente que su voz es escuchada por las autoridades locales. Este es el ambiente donde se gesta el trabajo infantil: uno donde los derechos se ignoran y la infancia se reduce a obedecer sin réplica.
Erradicar el trabajo infantil no es solo cumplir con tratados internacionales o metas de desarrollo. Es una cuestión ética. La propuesta de la Coalición es clara: hablar con las familias, rediseñar las políticas desde el territorio, y asegurar que los programas sociales lleguen a donde se necesitan, antes de que el hambre obligue a un niño a dejar la escuela.
El Estado tiene la responsabilidad de liderar con firmeza. Pero también la sociedad civil, los medios, los ciudadanos. Romper el silencio no es una opción. Es una urgencia.
Porque mientras un niño tenga que trabajar para sobrevivir, este país no puede decir que progresa.
