La Filarmónica de Santo Domingo inició su temporada con un programa dedicado al genio alemán
SANTO DOMINGO — El sonido inconfundible de Beethoven volvió a estremecer la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional. Bajo la batuta del maestro Amaury Sánchez, la Orquesta Filarmónica de Santo Domingo abrió su temporada 2025 con un programa sin concesiones: dos sinfonías monumentales del compositor alemán que siguen marcando el pulso de la música clásica.

El concierto, titulado Todo Beethoven, fue mucho más que un homenaje. Fue una afirmación sonora del poder emocional y estructural de dos obras clave: la Sinfonía No. 5 en do menor, Op. 67 —la célebre “Sinfonía del Destino”— y la Sinfonía No. 7 en la mayor, Op. 92, esa misma que Wagner definió como “la apoteosis de la danza”. Con una sala repleta y un público atento desde la primera nota, el evento resultó ser un despliegue de fuerza, precisión y entrega.
La noche comenzó con la Sinfonía No. 5, probablemente la pieza más reconocida del repertorio clásico occidental. Su famosísimo motivo inicial —tres notas cortas seguidas de una larga— pareció golpear como un llamado urgente, marcando un tono de solemnidad que se mantuvo durante toda la ejecución. La Filarmónica abordó los cuatro movimientos con solidez: el Allegro con brío fue intenso; el Andante con moto, reflexivo; el tercer y cuarto movimiento, ejecutados sin pausa, culminaron en un estallido de energía que provocó una primera ovación cerrada.
Luego vino la Séptima, distinta en carácter pero igual de exigente. Esta sinfonía tiene algo de misterio y desenfado a la vez: mezcla vitalidad rítmica con una arquitectura sonora compleja. El segundo movimiento, Allegretto, fue uno de los momentos más aplaudidos, con su ritmo hipnótico y su profundidad emocional. En contraste, el último movimiento —con su impulso casi imparable— cerró la noche en un punto alto.
El maestro Amaury Sánchez, conocido por su versatilidad y compromiso con la música sin etiquetas, dirigió con autoridad y sensibilidad, dejando espacio para que la orquesta respirara y explotara en los momentos clave. La Filarmónica sonó sólida, equilibrada, con una cuerda que sostuvo la tensión emocional y unos metales precisos que dieron brillo sin estridencia.
Entre el público, se encontraba el cantautor Juan Luis Guerra, quien asistió como espectador, confirmando la relevancia que estos eventos van ganando en el circuito cultural local.
Este concierto marca el inicio de una nueva etapa para la Filarmónica de Santo Domingo. Según lo anunciado por Sánchez, Todo Beethoven es el primero de varios programas temáticos que se presentarán a lo largo del año. El objetivo es ambicioso: abrir el repertorio sinfónico a un público más amplio, mezclando clásicos consagrados con adaptaciones de música popular y folclórica dominicana.
Más allá del virtuosismo, la noche fue una declaración de principios: la música clásica sigue viva cuando se interpreta con pasión y rigor. Beethoven, aún después de dos siglos, conserva su capacidad de conmover, de sacudir y de conectar.
El Teatro Nacional, completamente lleno, respondió con entusiasmo. Al final de la Séptima, los aplausos se convirtieron en una ovación de pie. Nadie parecía querer irse. Algunos aún tarareaban fragmentos de la Quinta mientras salían de la sala. Esa mezcla de asombro y energía es justo lo que Beethoven sabía provocar.
El legado de este compositor no es solo técnico o histórico: es visceral. Y conciertos como este lo recuerdan sin necesidad de palabras.