La disputa entre Trump y Musk sacude a la derecha tecnológica y al movimiento MAGA
WASHINGTON.- El idilio político entre Donald Trump y Elon Musk ha estallado. Lo que comenzó como una colaboración estratégica entre dos gigantes—uno desde el poder político, el otro desde la influencia tecnológica—ha terminado en una pelea pública que revela fracturas profundas dentro del bloque conservador estadounidense.
Trump no se anduvo con rodeos. En una entrevista con la cadena ABC, descartó tajantemente una posible reconciliación con Musk. “¿Os referís al hombre que se ha vuelto loco?”, lanzó sin filtros, cortando de raíz cualquier intento de acercamiento. Detrás del tono burlón hay algo más serio: la relación entre ambos se ha deteriorado al punto de poner en jaque al propio movimiento MAGA y a sus canales de comunicación más potentes.
Todo estalló tras el rechazo público de Musk al nuevo proyecto fiscal de la Casa Blanca, un plan que incluye fuertes recortes de impuestos y un aumento del gasto militar. El empresario, que había apoyado con entusiasmo la administración Trump, no solo criticó la propuesta, sino que la calificó de “abominación” y “puro esclavismo”. Trump, por su parte, se declaró “muy decepcionado”, recalcando que Musk conocía al detalle el proyecto, incluso mejor que muchos de sus propios asesores.
La tensión venía acumulándose desde hace meses. Musk, quien fue reclutado como asesor presidencial en el llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), se embarcó en una cruzada para achicar el aparato federal. Entre sus propuestas figuraba eliminar agencias como USAID, lo que generó fricciones internas, en especial con el secretario de Estado, Marco Rubio. El episodio derivó en una discusión en el Despacho Oval que, aunque desmentida oficialmente, fue confirmada por fuentes cercanas a Trump.
Pero el punto de quiebre real llegó en marzo, durante las elecciones al Tribunal Supremo de Wisconsin. Musk, decidido a demostrar su peso político, impulsó una agresiva campaña para respaldar al candidato conservador Brad Schimel. Perdieron. Y lo hicieron de forma rotunda, en una elección que los demócratas convirtieron en un referéndum sobre la figura del magnate. “Una figura políticamente tóxica”, lo llamó Ben Wikler, presidente del partido demócrata en Wisconsin.
La derrota tuvo consecuencias inmediatas. Las acciones de Tesla cayeron un 13% en medio de críticas de inversores que veían a Musk más centrado en su agenda política que en la empresa. El desgaste fue doble: por un lado, en Wall Street; por otro, en la comunidad conservadora, que ya no lo veía como el aliado fiable de 2024, cuando donó 250 millones de euros a la campaña de Trump.
En paralelo, la guerra de plataformas tampoco ayudó. Mientras Trump consolidaba su mensaje a través de TruthSocial, Musk hacía lo propio en X (la antigua Twitter). Lo que antes era una coordinación eficiente se convirtió en un campo de batalla virtual, con influencers obligados a elegir bando y pidiendo, algunos con desesperación, una tregua que no llega.
La ruptura ha desordenado el tablero. Un sondeo exprés de YouGov reveló que el 71% de los votantes republicanos apoya a Trump en este enfrentamiento. Musk, que aspiraba a ampliar su influencia entre los conservadores, se encuentra ahora aislado, con su imagen erosionada y sin un lugar claro dentro del partido.
A finales de abril, el propio Musk intentó recular. En una llamada con los principales accionistas de Tesla, anunció su intención de desvincularse del DOGE para centrarse en la empresa. Pero el daño ya estaba hecho. Las tensiones internas en el gobierno seguían a flor de piel, y el presidente ya había comenzado a marcar distancias.
En la última semana, Musk ha cruzado líneas difíciles de ignorar. Desde su cuenta de X, lanzó encuestas sobre la creación de un tercer partido político, se hizo eco de voces que pedían derrocar a Trump y llegó a insinuar vínculos del presidente con la red de tráfico de menores de Jeffrey Epstein. El tono se tornó incendiario, y para muchos, imposible de justificar.
Paradójicamente, en este caos, la Casa Blanca parece la voz más moderada. Fuentes cercanas al círculo de Trump, citadas por Politico, señalan intentos de calmar las aguas o al menos establecer una tregua tácita. Pero no hay garantías. Como dijo el propio Trump en 2018, en uno de esos momentos en los que la lógica política parece quebrarse: “A la gente que hace mal su trabajo, la echo. Yo no lo llamaría caos. Lo llamaría ser un tipo listo”.
Lo cierto es que Trump sigue siendo el presidente y Musk, aunque poderoso, ya no es el intocable de hace un año. Esta guerra entre egos podría tener consecuencias serias para las elecciones de 2026, sobre todo si el magnate decide convertir su frustración en una alternativa política propia. Por ahora, lo que era una alianza estratégica se ha convertido en una fractura abierta que amenaza con reconfigurar el mapa del conservadurismo estadounidense.