Los difamadores volverán a sus andanzas porque no saben hacer otra cosa.
Ahora que muchos miden el éxito por la cantidad de atención que se pueda atraer, sería un error aceptar falsos arrepentimientos de ególatras, difamadores, chantajistas, parlanchines irresponsables al asomar el temible rostro de los tribunales. No, las lágrimas de cocodrilo no bastan.
Los que aumentaron sus cuentas de seguidores, lograron viralidades y apoyos de sus iguales y de odiadores gratuitos por sus morbosos y mentirosos mensajes no pueden escapar tan fácilmente a las exigencias legales de los masacrados moralmente.
Ante cada exigencia de rectificación o llamado sensato a retirar videos y declaraciones infamantes, los francotiradores mediáticos elevaban el tono y alegaban tener otras “pruebas” de sus inventos. Más views, engrosando el ego, y posiblemente los bolsillos.
Lamentablemente, algunos funcionarios y personalidades del ámbito privado han cedido ante campañas y chantajes, lo que ha envalentonado a los chantajistas y derrotados del triunfo ajeno, como en una ocasión los llamó el maestro del buen hablar Yaqui Núñez.
La actitud de servidores estatales, hastiados de las monstruosidades contra su honor y dignidad, de enfrentar a los difamadores es una oportunidad de contención del mar desbordado de estiércol que no repara en posibles daños personales a las principales figuras de la nación.
Las lagrimitas y mediocres actuaciones en videos de los lenguaraces no reducen en lo más mínimo los daños infringidos a diversas familias con inventos e historietas, que incluyen el uso de inteligencia artificial.
Los cristianos hablan del perdón, pero siempre que sea sincero, que evidentemente en estos casos dista mucho del arrepentimiento real, ya que su divisa principal de estos sujetos es llamar la atención a cualquier precio sin importar las consecuencias inmediatas.
Algunos podrían inventar posteriormente alegatos acuerdos para salvar la cara ante seguidores incondicionales. Si han vivido de la mentira, no importan nuevas rayas al tigre.
Los difamadores volverán a sus andanzas porque no saben hacer otra cosa. No son profesionales de la comunicación, sino vividores de incautos, asesinos de reputaciones, rémoras de funcionarios cobardes o empresarios celosos de su intimidad familiar.
Y es que encontraron un nicho maravilloso, en época de dominio de las redes sociales. Prescindible la formación universitaria o técnica y la pertenencia a un colegio, como exigen médicos e ingenieros. Solo abrir un canal, plataforma y comenzar a presumir que saben de todo, pese a su ignorancia supina.
En sus sistemas hablan sin filtro, compulsivos y autodestructivos, convirtiendo la vulgaridad y la ignorancia en una virtud, lamentablemente con entusiasta recepción de otros ignorantes. Lo que no entienden lo cuestionan y así esparcen sus dudas, amplificadas por sus seguidores. Y en ocasiones encuentran gobiernos que se frenan o reculan ante la pasajera y ruidosa ola que crea el idiotismo y el oportunismo.
Afortunadamente, nos consuela lo que algunos investigadores llaman “amnesia digital”, que es la incapacidad para retener recuerdos a largo plazo. Algunos sitúan la atención media humana actualmente en 8 segundos.
(Cada minuto son vistos alrededor 625 millones de videos en TikTok y 3,47 millones en YouTube. Se comparten 66 mil fotos y videos Instagram. 44 millones de personas están viendo transmisiones en vivo cada minuto en Facebook. Estimación actual: usuarios de internet permanecen 2.23 horas diarias en redes sociales. ChapGPT).
Los avances tecnológicos y la ampliación de las redes generaron posibilidades de comunicación que solo figuraban en la mente de grandes productores cinematográficos, pero al subvertir todos los controles y regulaciones, han provocado cierto caos y temores futuros.
Los esfuerzos por regulaciones que garanticen la libertad de expresión chocan con incomprensiones e intereses diversos.
Mientras nos ponemos de acuerdo, enfrentemos sin dobleces en los tribunales a los difamadores que abusan de las redes sociales.