La juventud dominicana necesita más que inspiración.
En un contexto global donde los desafíos éticos se hacen cada vez más complejos y difusos, resulta oportuno y necesario reflexionar sobre el papel de la juventud en la construcción de una sociedad más íntegra. En ese sentido, me pareció interesante la realización del Congreso sobre Ética y Juventud, organizado recientemente por el Ministerio de la Juventud de la República Dominicana, espacio del cual tuve la oportunidad de participar y que constituyó una plataforma invaluable para el diálogo y la formación de nuevas generaciones comprometidas con los valores fundamentales de la vida democrática.
La juventud dominicana necesita más que inspiración; necesita herramientas concretas para enfrentar los retos del presente: la corrupción, la indiferencia, el individualismo extremo, y la pérdida de referentes morales. Frente a ello, este encuentro nos recordó que la ética no es una asignatura opcional, sino una actitud vital que debe guiar cada decisión pública o privada.
Durante los paneles, talleres y debates, quedó evidenciado que hay una juventud activa, crítica y dispuesta a marcar la diferencia. Jóvenes con vocación de servicio, preocupados por el bien común y conscientes de que el verdadero liderazgo se construye desde la coherencia entre el discurso y la acción. El ejercicio de la ética no es exclusivo de las grandes decisiones políticas o empresariales; se manifiesta también en los actos cotidianos: en cómo usamos las redes sociales, cómo tratamos al prójimo, y cómo asumimos responsabilidades en nuestras comunidades.
El Ministerio de la Juventud, al organizar este tipo de eventos, asume un rol clave en la formación cívica de las y los jóvenes. Sin embargo, este esfuerzo debe ser sostenido y articulado con el sistema educativo, las familias, las iglesias, los medios de comunicación, los partidos políticos y la sociedad civil. La ética no se impone; se cultiva. Y ese cultivo requiere de ejemplos vivos, de políticas públicas coherentes y de espacios de participación real.
Como participante del congreso, salgo con el firme convencimiento de que no todo está perdido. La juventud dominicana tiene un enorme potencial transformador. Pero ese potencial debe estar acompañado de una brújula moral clara, de una ética comprometida con la dignidad humana, la justicia social y la transparencia.
La ética y la juventud no pueden caminar por senderos separados. La ética es el norte; la juventud, la fuerza. Si logramos unir ambas, estaremos dando un paso firme hacia el país que soñamos.