En América, la esperanza de vida bajó a 71,1 años para hombres y 77,3 para mujeres.
El mundo está enfermo, y no sólo por virus. La esperanza de vida global se ha reducido 1,8 años, borrando de un plumazo décadas de progreso. El responsable directo: el COVID-19, pero también la negligencia sistémica, la desigualdad sanitaria y la inacción de los gobiernos.
Así lo denuncia, con crudeza, el Informe sobre las estadísticas sanitarias en el mundo 2025, presentado este jueves por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y recoge la agencia IPS.
Entre el año 2000 y 2019, el planeta avanzaba: la esperanza de vida al nacer aumentó de 66,8 a 73,1 años. Los hombres ganaron 6,2 años, las mujeres 6,5. Pero todo se derrumbó. En 2020, tras la irrupción del coronavirus, el promedio mundial se desplomó a 62,8 años, nivel equivalente al de 2016. En 2021, cayó aún más: 61,9 años, regresando a cifras de 2012.
La situación varía salvajemente según la región. En Europa, la esperanza de vida bajó a 73,3 años para hombres y 79,3 para mujeres. En América, a 71,1 y 77,3 respectivamente. En África, donde la fragilidad de los sistemas es extrema, la cifra se hunde: 61,7 años para hombres y 65,4 para mujeres.
La OMS denuncia una verdad brutal: 1400 millones de personas viven hoy más saludablemente, pero solo 431 millones tienen acceso pleno a servicios sanitarios sin caer en la ruina económica.
Además, la mortalidad materna e infantil sigue siendo una herida abierta, y los progresos para frenarla no son suficientes para cumplir con los compromisos globales.
La salud del planeta se desmorona por omisión política
“Detrás de cada dato hay una vida truncada”, alertó Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la OMS. "Un niño que no llega a los cinco años. Una madre que pierde a su hijo. Una enfermedad prevenible que cobra otra víctima. Son tragedias evitables que exponen la miseria de nuestros sistemas", sentenció.
El informe también detalla que la principal causa de muerte en menores de 70 años no son las epidemias, sino las enfermedades no transmisibles: cáncer, diabetes, accidentes cerebrovasculares, impulsadas por el envejecimiento y la falta de atención estructural.
Aunque el tabaquismo y el consumo de alcohol bajan, la contaminación atmosférica sigue matando a millones, y la salud mental, ignorada por años, es otro freno al desarrollo global.
El VIH y la tuberculosis muestran leves descensos, pero la malaria resurge y la vacunación infantil no ha logrado recuperar los niveles pre-COVID, dejando a millones de niños desprotegidos.
La OMS también lanza un dardo a las potencias: la interrupción de la ayuda internacional, como la promovida por Estados Unidos al retirarse del organismo, pone en jaque los avances en los países más vulnerables.
“Este informe demuestra que el mundo está reprobando su chequeo médico. Pero también que se puede avanzar rápido si hay voluntad política”, concluyó Samira Asma, subdirectora de la OMS.
El mensaje es claro: sin inversión, sin equidad y sin urgencia, la salud global se seguirá desangrando.