República Dominicana no puede ni debe cargar sola esta crisis afirma la empresaria
La descomposición institucional, humana y social de Haití ha llegado a niveles insoportables. El país vecino enfrenta una crisis multidimensional marcada por la violencia, el colapso del Estado, el control territorial de bandas armadas, una economía paralizada y millones de personas sumidas en la desesperanza.
Para la empresaria y ciudadana comprometida Ligia Bonetti, según indica en su blog, esta situación estremece a cualquier conciencia.
La vida cotidiana en Haití se ha convertido en una lucha constante por la sobrevivencia. Como dominicanos, compartimos con Haití no solo una isla, sino una historia y lazos comerciales que nos conectan. Pero la solidaridad genuina no debe confundirse con una carga que exceda nuestras capacidades.
República Dominicana ha sido solidaria. Lo ha hecho por humanidad: acogiendo a miles de migrantes, brindando servicios médicos y educativos, y elevando la voz en foros internacionales a través del presidente Luis Abinader, quien ha denunciado con firmeza la crisis haitiana y exigido soluciones globales. Sin embargo, esta ayuda no debe convertirse en una obligación injusta.
Las consecuencias son reales y cuantificables sostiene Bonnetti. En hospitales públicos, el 14% de los internamientos y el 34% de los partos corresponden a personas en condición migratoria irregular. En las escuelas, el 6.5% de los estudiantes son haitianos, y en solo diez meses se han deportado más de 125,000 personas. Esto no es una narrativa política: es una carga documentada que impacta los sistemas nacionales.
A pesar de esto, continúa la empresaria, la comunidad internacional permanece en silencio. Organismos como la ONU y la OEA han fallado en articular una respuesta urgente, sólida y coherente. Su indiferencia perpetúa la tragedia haitiana y abandona a los países vecinos que, como el nuestro, enfrentan los efectos colaterales.
La soberanía dominicana debe ser defendida con responsabilidad. Regular nuestros flujos migratorios no es xenofobia, es un derecho. No se trata de cerrar el corazón, sino de abrir los ojos con sensatez. Ayudar a Haití debe ser una causa común y compartida, no una cruz impuesta a una sola nación.
Hoy alzamos la voz para exigir lo obvio: ¡Haití necesita ayuda real y no discursos vacíos! La solución debe ser colectiva, respetuosa, y enfocada en restaurar la dignidad humana. Mientras tanto, seguiremos siendo solidarios, pero también firmes: la generosidad no puede ser excusa para la inacción global.