Un atentado sacude Cachemira, paraliza el turismo y deja secuelas profundas
CACHEMIRA.- En los tranquilos campos de azafrán de Pampore, Abdul Majeed Mir camina en silencio entre hileras de flores púrpura. El aroma del “oro rojo” aún llena el aire, pero no hay compradores. Las risas de los turistas han sido reemplazadas por un silencio espeso, tras el devastador ataque terrorista del 22 de abril en Pahalgam, en la región de Jammu y Cachemira.
El atentado, perpetrado por el grupo Frente de Resistencia, dejó 26 muertos, incluyendo turistas y trabajadores locales como Adil Shah, un joven operador turístico. En menos de 30 minutos, la tragedia paralizó una de las zonas más visitadas del valle, desatando un efecto dominó que amenaza con durar años.
El impacto fue inmediato. En solo 48 horas, se cancelaron el 90 % de las reservas hoteleras, se anularon más de 2,000 paquetes turísticos y las pérdidas superan los 15 millones de dólares. Pero detrás de las cifras hay vidas suspendidas. Familias enteras que dependen del turismo enfrentan una incertidumbre brutal.
Las icónicas casas flotantes del lago Dal quedaron vacías de la noche a la mañana. Tariq Ahmed, propietario de una de ellas, recuerda cómo sus doce embarcaciones se vaciaron antes del amanecer. “Ni siquiera esperaron el desayuno”, dice con voz quebrada.
El sector agrícola, ya golpeado por años de clima impredecible, también sufre. Ghulam Mohi-ud-din Khan, productor de manzanas en Shopian, observa con preocupación cómo las flores de sus árboles podrían no convertirse en ventas sin la presencia de turistas. “Sin ellos, nuestros huertos se quedan mudos”, lamenta.
Mientras tanto, talleres de alfombras artesanales han cesado su actividad y tiendas de recuerdos como la de Arif Khan han tenido que cerrar o reducir personal. “De abril a septiembre hacemos el dinero del año”, dice Khan mientras desempolva productos que quizás nadie compre.
La tensión política entre India y Pakistán también escaló tras el atentado. Nueva Delhi respondió con revocación de visas, cierres fronterizos y la suspensión del histórico Tratado de Aguas del Indo, provocando advertencias de Islamabad.
A pesar del luto y el miedo, la solidaridad emergió entre los escombros. Muchos residentes ofrecieron refugio y comida a turistas varados. Jóvenes como Aisha Malik organizaron redes de ayuda. “Esta no es la Cachemira del terror. Es la de la hospitalidad”, afirma.
El tejido económico de Cachemira se sostiene, en gran parte, sobre el turismo, que representa casi el 7 % del PIB regional y sustenta al 80 % de su población. Su colapso no solo amenaza ingresos, sino sueños y dignidad.
Al atardecer, el lago Dal sigue en silencio. Las shikaras permanecen inmóviles. Pero Abdul Majeed Mir, canasta en mano, mira al horizonte: “Hemos sobrevivido antes. Lo haremos otra vez”. Su voz tiembla, pero no se rompe. La resiliencia de Cachemira aún late. Visite la noticia original en IPS Noticias