Junto al narcotráfico, la trata de personas y el comercio ilegal de armas es una de las industrias criminales más lucrativas del mundo
Desde los confines de una tumba etrusca hasta las paredes de un museo europeo, muchas obras de arte no siguen un camino legal ni transparente. Lo que comienza como un acto de saqueo en yacimientos arqueológicos termina frecuentemente legitimado por casas de subastas o instituciones culturales de prestigio.
La citada realidad no es un secreto, pero sí una verdad incómoda: el arte robado sigue siendo una de las industrias criminales más lucrativas del mundo, junto al narcotráfico, la trata de personas y el comercio ilegal de armas.
Según datos de Interpol (2020), más de 57.000 piezas de arte y patrimonio cultural figuran como robadas o desaparecidas. Solo en España, al menos 723 objetos de alto valor cultural siguen en paradero desconocido. Entre ellos hay obras de artistas como Pablo Picasso, Salvador Dalí, dibujos de Jaume Plensa y miniaturas atribuidas a Murillo.

Pero el espectro del robo va más allá de las galerías: incluye esculturas, códices, monedas, relicarios y objetos sagrados, muchos de ellos extraídos directamente de excavaciones ilegales.
Marc Balcells, criminólogo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), ha dedicado años a investigar este fenómeno en su libro Arqueomàfia. Els lladres de tombes. Según su análisis, el crimen cultural moderno tiene dos niveles operativos claros:
- Delincuencia transnacional, que facilita el transporte de las piezas robadas a través de múltiples países.
- Delincuencia de cuello blanco, que se encarga de blanquear su procedencia e integrarlas en el mercado legal.
En este escenario, las figuras clave no son solo los ladrones, sino también los intermediarios: marchantes de arte, coleccionistas privados, fundaciones, y casas de subasta. “Muchos de estos actores son conscientes del origen ilícito de las piezas que manejan, pero su estatus social y económico les blinda ante la ley”, denuncia Balcells.
El arte saqueado entra en museos con rostro respetable y legalidad falsa
Los casos recientes no hacen más que confirmar el auge del saqueo. En enero de este año, el museo de Drenthe (Países Bajos) fue víctima de un robo que incluyó reliquias de la Dacia romana, como el famoso casco de oro de Cotofenesti.
En marzo, en Italia, desaparecieron 49 esculturas doradas del artista Umberto Mastroianni. Ninguna ha sido recuperada.
Y es que muchas veces, lo robado reaparece años después en galerías de renombre, avalado por certificados falsos o cadenas de propiedad manipuladas.
En el caso italiano, los tombaroli, conocidos por su experiencia en saquear tumbas antiguas, han comenzado a mutar su forma de operar. Antes, excavaban y vendían a intermediarios. Ahora, conscientes de que el riesgo físico y legal no compensa los beneficios, prefieren tratar directamente con coleccionistas locales.
“Se arriesgan a morir soterrados por unos pocos cientos de euros, mientras sus hallazgos terminan vendiéndose por cifras astronómicas en el extranjero”, cuenta Balcells.
Además, se ha documentado un fenómeno preocupante: como la tradición del saqueo ya no se transmite a nuevas generaciones italianas, muchos tombaroli ahora reclutan inmigrantes en condiciones precarias.
“Estos nuevos saqueadores no solo enfrentan condiciones laborales extremas, sino que además reciben menos dinero y corren mayores riesgos legales y físicos”, señala el autor de Arqueomàfia.
Y lo más grave: en países como España, solo el 15% de los casos de robo de obras de arte llega a resolverse. El bajo índice de recuperación refuerza la sensación de impunidad, tanto para los ladrones como para los compradores.
Impunidad, elitismo y falta de voluntad política refuerzan el crimen cultural
Los compradores finales, en muchos casos, son museos internacionales, grandes coleccionistas privados o fundaciones que, si bien gozan de legitimidad, no están exentos de culpa.
“Mientras los grandes actores del mercado del arte sigan blanqueando piezas robadas y las sanciones penales sigan siendo simbólicas, el saqueo del patrimonio mundial continuará”, advierte Balcells.
Y es que el negocio del arte robado no se sostiene solo por codicia: también hay prestigio social y poder simbólico. Tener una pieza única y antigua, aunque de procedencia dudosa, sigue siendo visto como un signo de estatus.
“Son criminales sin rostro, sin antecedentes penales, con títulos académicos y carteras millonarias. Son invisibles para la ley porque no encajan en el perfil delictivo clásico”, remata el investigador.
La necesidad de una acción coordinada internacional, mayores penas para todos los eslabones de la cadena y una revisión crítica de las instituciones culturales es urgente. Porque cada obra robada representa una pérdida irreparable de identidad, historia y memoria para los pueblos a los que originalmente pertenecía.