Las primarias nacieron en Estados Unidos a inicio del siglo XX como mecanismo para evitar que los partidos de masa y de cuadros se consolidasen como entidades privadas sólidas. El establishment buscó que los sectores obreros y medios de la población no pudiesen crear mecanismos alternativos al denominado American Way of Life.
La denominada revuelta de Chicago en que la clase obrera yanqui mostró su capacidad política al realizar huelgas que hicieron temblar al capital les condujo a prohibir la posibilidad de un partido alterno al estatus quo; así, cuando llegó la crisis económica de 1929, encontró a la clase obrera de EEUU sin representación política eficaz en el plano político. Solo el sindicalismo, principalmente, el amarillismo, quedó como instrumento político con capacidad para demandar reivindicaciones económicas. Por eso el sistema electoral de la tierra de Lincoln es apto solo para millonarios y para los dos grandes partidos del sistema.
En Argentina, las primarias no han podido destruir al peronismo pero se han constituido en un mecanismo que impide que el partido político sea una organización con estructura funcional institucionalizada. Lo mismo podría decirse de Chile o de Honduras.
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En la República Dominicana, el doctor Peña Gómez, fue el mayor impulsor de las elecciones primarias debido a los compromisos que asumió frente a los llamados “liberales de Washington” y como consecuencia de las luchas internas de su poli clasista partido que, realmente, obligaban a emplear este instrumento como mecanismo integrador. Aunque, al final, también quedó dividido.
Más la situación que ahora se ha oficializado en la Ley de partidos 19-33, apunta a la desintegración del partidismo político. Es decir, se buscó y se logró desintegrar el modelo de partido creado por Juan Bosch. De manera que el boschismo en tanto y cuando mecanismo para enrolar en la política a jóvenes y ciudadanos humildes, de campos y ciudades ha desaparecido.
Las primarias se avienen bien con la forma primitiva del partidismo político, esto es, con posibilidades de que solo las personas con prestancia social y económica puedan participar junto a personajes populares de los denominados mass media: radio, televisión y gente del mundo del espectáculo.
Por eso, ahora solo tenemos partidos de centro derecha, los que, más que partido, son maquinarias electorales donde la ideología predominante es el dinero. Dinero que primero es público y luego la blandura de la rendición de cuentas permite que sea proveniente de todos los litorales.
Lo anterior significa que no queda espacio para los partidos de masa, pues han quedado convertidos en partidos de electores, en partidos de masas amorfas que solo interesan como votantes, como clientela política que votan por dinero o porque son convencidos por medio de la propaganda de votar por un determinado candidato. Es decir, la denominada democracia americana acaba de ser impuesta al pueblo dominicano por el sistema de partidos de los herederos de Bosch. Esta contradicción no es consustancial al maestro sino a los discípulos.
Si bien, los conceptos izquierda y derecha están hoy desfasados porque los procesos sociales apuntan a la conversión de los pueblos en su propia vanguardia, esto ocurre porque los líderes populares se han acomodado tanto al sistema imperante que no ven la necesidad de cambios sustanciales, de reformas y mucho menos de revolución. Situación que saca de contexto a líderes y partidos y de nuevo, tenemos a los pueblos como actores de su propio drama de Chile a Bolivia.
La República Dominicana no escapa a esa visión, por el contrario, la afianza, pues aquí las ideas neoliberales han calado muy hondo en la mentalidad de nuestros políticos y, en la práctica, no han un solo partido que se defina anti neoliberal, por tanto, todos comulgan con dicha ideología. Esto significa que la liberación del pueblo habrá de ser obra del pueblo mismo. De ahí los estadillos sociales, de ahí el descrédito de los líderes. De ahí las pobladas.
Una de la característica del neoliberalismo es que convierte a los partidos en empresas pertenecientes a sus accionistas principales, que son los integrantes del comité político y, colateralmente, los del comité central. Por tanto, la lucha no es por ideas ni por el bien común sino por acceder a la condición de accionista. DLH-11-11-2019