Cada vez más personas en América Latina se alejan de la política partidaria por entender que se trata de una actividad convertida en negocio particular, que desatiende las necesidades y aspiraciones colectivas. Aquel discurso esperanzador, progresista y reivindicativo que enardecía, inspiraba y hasta llevaba sueños y aspiraciones a las masas ha dejado de existir.
Ahora predominan las negociaciones espurias al margen de la institucionalidad partidaria; los insultos, descalificaciones personales, tramposerías, las diatribas, discusiones sin sentido por encima del interés general y la falta de propuestas.
Las orientaciones inspiradas en una visión patriótica y de una plataforma identificada con la soberanía nacional, bienestar colectivo y orientaciones para superar la pobreza ya no encuentran eco en el accionar cotidiano de nuestros “lideres”.
Ese discurso light o ligero, incongruente y manipulador predominante en casi todos los estamentos políticos actuales ha contribuido a llevar más confusión, división, alejamiento y frustración a las grandes masas.
Penosamente ya las masas no cuentan para esos “nuevos líderes”, porque tienen en sus manos las estructuras mediáticas para transmitir sus ideas, intereses, componendas, maldades, mentiras y falsedades.
Para ello tienen a su favor a bocinas bien remuneradas que se encargan de convencer a las masas apelando al uso de un mensaje manipulador.
Solo en los procesos electorales las masas vuelven a ser importantes para las ambiciones de los políticos por alcanzar el poder. En efecto, ese voto hay que buscarlo hasta “debajo de las piedras” para así asegurar la regiduría, sindicatura, diputación, senaduría o la presidencia de la República.
El escenario latinoamericano proyecta la imagen del político corrupto que apela a cualquier recurso con tal de alcanzar sus ambiciones de poder. Hacia la década del sesenta teníamos en la región el indiscutible liderado de Fidel Castro Ruz, quien con su singular estilo y un discurso encendido levantaba emociones y conquistaba seguidores no tan solo en Cuba sino en los distintos puntos del continente.
Los presidentes de la República Dominicana, Danilo Medina y de la República Oriental del Uruguay, José Mujica, con sus actitudes de sencillez, honradez y controles estrictos en el uso de los recursos del Estado están reivindicando aquél viejo anhelo de que se gobierne a favor de los “descamisados”, como lo planteaban los seguidores del peronismo en Argentina en 1945.
Los altos niveles de corrupción predominante en el ámbito político latinoamericano de los últimos cincuenta años han contribuido a incrementar la pobreza, el desaliento y frustración entre millares de seres humanos.
Los gobiernos que presidieron Fernando Collor de Mello en Brasil; Carlos Andrés Pérez, en Venezuela; Carlos Salinas de Gortari, en México; Abdalá Bucaram, en Ecuador; Alberto Fujimori, en Perú; Carlos Menem, en Argentina; Arnoldo Alemán, en Nicaragua y Mireya Moscoso, en Panamá fueron estremecidos por escandalosos actos de corrupción. Algunos destituidos como Collor de Mello, Andrés Pérez y Bucaram.
Desde 1991 hasta la fecha, 17 presidentes de América Latina han sido destituidos del cargo por las cámaras legislativas de sus naciones, derrocados por un golpe de Estado o renunciado en medio de protestas populares. El mayor número de casos se concentra en Bolivia y Ecuador.
En la República Dominicana, el conservador líder del Partido Reformista Social Cristiano y ex presidente Joaquín Balaguer, llegó a reconocer la magnitud de los niveles de corrupción en sus gobiernos expresando que la misma se detenía en la puerta de su despacho.
La fiesta corruptiva prosiguió en los mandatos de los liberales del Partido Revolucionario Dominicano, Antonio Guzmán y Salvador Jorge Blanco.
También, los ex presidentes Hipólito Mejía y Leonel Fernández, concluyeron sus mandatos en medio de cuestionamientos por acciones de corrupción.
El cáncer de la corrupción ha venido afectando a casi todas las instituciones públicas, al extremo de que según las encuestas efectuadas en los últimos años por reconocidas firmas encuestadoras la población dominicana apenas confía en la Iglesia y en los medios de comunicación.
La imagen de la mayoría de los políticos está muy deteriorada no tan solo por los escándalos de corrupción en que se ven involucrados sino igualmente por el incumplimiento de promesas al electorado.
Ante esa realidad, en el país el discurso en defensa del interés colectivo lo vienen asumiendo los representantes de la sociedad civil, religiosos y algunos líderes de opinión pública.
Ya ni siquiera las estructuras sindicales con vigencia enarbolan propuestas dirigidas a la defensa del pueblo.
La percepción que tiene la gente es que todo aquél que se involucra en la actividad política partidaria lo que persigue es convertirse en millonario en el menor tiempo posible.
El cuadro es tan preocupante que ya varios síndicos municipales entre ellos, de La Romana; Cabaret, Puerto Plata y La Caleta, Boca Chica, han sido suspendidos de funciones por irregularidades.
Hay una tendencia hacia la privatización de la actividad política partidaria, y en el país el ensayo parece ser el otrora poderoso Partido Revolucionario Domiciano (PRD), donde su actual presidente Miguel Vargas se ha impuesto por encima de todas las disposiciones estatutarias. La visión empresarial de Vargas está primera que la política.
Su defensa al préstamo de 15 millones de dólares recibido en diciembre del 2011 por el Banco de Reservas, indica que para él las consecuencias políticas por esa acción poco importan.
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