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Portada Opinión Columnistas

Liberalismo y conservadurismo en la historia dominicana

por Carlos Tejada
diciembre 4, 2013
en Columnistas
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Los momentos mas luminosos del devenir histórico de la República Dominicana han sido escenificados y protagonizados por el liberalismo político, y el aserto adquiere mayor y particular certidumbre cuando se repara, a contrapelo del silencio al respecto de los historiógrafos conservadores de la nueva cosecha, en que nuestros más amados y reverenciados próceres han estado indubitablemente ubicados en aquella filiación doctrinaria. 

(No se mencionarán aquí acontecimientos, circunstancias o individuos específicos por dos razones esenciales: la primera, que en los textos nacionales en los que se estudia nuestro pasado -no importa el que se se escoja- todo eso está registrado de manera precisa, y el que piense lo contrario tendrá que reescribirlos o dedicarse a hacer su propio libro de historia patria; y la segunda, que se reputa que los nombres de nuestros grandes repúblicos son de conocimiento hasta del menos avisado de los dominicanos).

La verdad sea dicha, emper ese balance ha estado acompañado de la curiosa paradoja de que históricamente la dominicana ha sido, en lo fundamental, una sociedad conservadora, pues tanto sus apuestas políticas comunes -manifiestas en los resultados electorales- como sus actitudes generales frente a los grandes temas nacionales e internacionales -derechos y libertades, por ejemplo- han  resultado casi siempre hostiles al pensamiento y a las prácticas del liberalismo.

La paradoja, desde luego, tiene una primera explicación general: habitualmente liberalismo y escaso nivel educativo no comulgan ni se emparentan, sobre todo en razón de que, como el autor de estas líneas ha dicho en un trabajo anterior, los exponentes de tal corriente de pensamiento carecen de “agallas” para mentir y manipular conciencias, están demasiado apegados a valores político-morales, respetan casi religiosamente las instituciones, se inclinan a lo “políticamente correcto”, son devotos de la libertad aún en las épocas de libertinaje social, y muestran una repulsa abierta hacia el clientelismo (“boroneo”, botellas, transfuguismo, contratas y otras prácticas de corrupción o indignidad) en la política militante.

(Uno de los rasgos más singulares del conservadurismo consiste en que muchas veces sus integrantes de base no tienen conciencia de su filiación -adoptan puntos de vista y actúan en esta dirección por instinto, tradición, intereses momentáneos o influencia personal o política-, se niegan a reconocer su pertenencia -juran que no son conservadores y que sus opiniones o acciones están al margen de esta definición conceptual-, y hasta proclaman que la confrontación entre aquel y el liberalismo “no tiene nada que ver con lo que discutimos” cuando abordan los tópicos relativos al presente y el futuro de la nación o de la humanidad).

Por supuesto, también es posible reseñar un explicación más particular y urticante: en 170 años de independencia dominicana el conservadurismo ha sido preeminente en la dirección de la cosa pública (los gobiernos liberales se pueden contar con los dedos de las manos, y sobran), y no sólo no ha conducido a la sociedad por verdaderos derroteros de progreso y bienestar (en el segundo decenio del siglo XXI seguimos encarando problemas sociales de principios del siglo XX) sino que cada vez que lo ha considerado favorable a sus designios ha sacrificado la patria en el ara de sus intereses o se ha aliado a sectores extranjeros (imperiales, no de otro tipo, y con los cuales ha  exhibido un recurrente maridaje político, ideológico y factual) hasta para conculcar manu militari la soberanía nacional. 

En tales circunstancias, y sólo en ellas, la sociedad dominicana, acaso hastiada de la falta de escrúpulos y de los desmanes desvergonzados del conservadurismo, ha puesto sus ojos sobre los liberales, ha acudido a su fuerza moral y apelado a su amor por la patria, y le ha prestado (sí, prestado únicamente) su apoyo para la puesta en marcha de determinadas labores de reivindicación nacional: es así como, en general (hay honrosas excepciones en el bando conservador), liberalismo, proceridad, integridad personal, servicio púbico honesto y decencia política han terminado por significar lo mismo en nuestra Historia.

Lo ocurrido a posteriori con los gobiernos liberales que nos han librado de las funestas aventuras conservadoras, es cosa harto sabida: tras rescatar la soberanía o reimplantar el derecho y consagrar la libertad, sus incumbentes han sido purgados o separados del poder (vía asonada o por medio de elecciones) con argumentos que eternamente ha sido los mismos: su alegada “debilidad” frente a los enemigos del Estado (siempre fantasmales y apócrifos), su presunta “ineptitud” para enfrentar la situación económica y social (la misma que no han resuelto los conservadores en su largos años de gobierno) o su necio empecinamiento en manejar el erario “sin hacer nada que se vea” (léase: su proclividad a administrarlo de manera racional, institucional, escrupulosa y en dirección a la gente de carne y hueso, negándose a hacer obras faraónicas que generan pingues comisiones y aceptar sobornos, y abominando del latrocinio y el reparto ilícito de la riqueza nacional).

(Claro, a la postre la Historia, como supremo tribunal de las acciones humanas, concluirá colocando a cada quien en el lugar que le corresponde, pues los que la escriben -que por fortuna ya no son únicamente los vencedores, gracias a la globalización y a las herramientas de la “sociedad de la información”- tienen que hacerlo sin los prejuicios y las pasiones propios de la contemporaneidad, examinando serenamente los hechos y sus participantes, determinando quienes actuaron con base en el patriotismo y quienes no, y desechando la manida tendencia conservadora y pancista, tan vieja como el Sol, de considerar que los que se niegan a hacer o apoyar lo incorrecto y lo injusto son “filorios”, “poetas”, “desfasados”, “poco realistas”, “románticos”, “envidiosos” o implemente “pendejos”).

De todos modos, siempre será fácil comprobar lo que quien escribe ha dicho en otro lugar: los conservadores dominicanos son mejores políticos que los liberales (se han entendido mejor con las élites económicas depredadoras y con la población indigente que acusa graves deficiencias educativas y serios amaneramientos éticos, y han gobernado por mucho mas tiempo), pero éstos últimos (y ahí están los hechos históricos para corroborarlo, desde Espaillat hasta Bosch) son mejores estadistas, hasta el punto de que con el paso del tiempo la sociedad no ha tenido más opción, si bien a fuerza de protestas y creación de opinión favorable, que adoptar los grandes principios preconizados por ellos (en la Constitución, las leyes y las instituciones) y acometer las ingentes tareas sociales y económicas que en su momento plantearon como prioritarias para nuestro verdadero progreso como nación.

Por otra parte, talvez sea conveniente desempolvar algo que parece que mucha gente ha estado olvidando adrede o no desea que se recuerde: los conservadores han sido los autores o los cómplices de las peores felonías históricas que se han conocido en esta parte de la isla de Santo Domingo, y la afirmación no es figurada ni eufemística sino que responde estrictamente a lo que dicen nuestros anales y confirman los acaecimientos susceptibles de ser testimoniados.

En efecto, los conservadores fueron gestores, protagonistas o coautores de las siguientes fechorías históricas: el apoyo a la invasión de Boyer y la adopción de una postura colaboracionista con éste (1822-1844); la usurpación del poder, la liquidación del proyecto progresista de La Trinitaria, la declaratoria de "traidores" a Duarte y varios de sus compañeros, y la yugulación del espíritu liberal y democrático de nuestra primera Constitución (1844); el fusilamiento María Trinidad Sánchez, los hermanos Puello y Antonio Duverge (1845, 1847 y 1855); la anexión a España (1861); las repetidas ascensiones de Báez al  poder (1849, 1856, 1865, 1868 y 1876); las intentonas de éste último de anexarnos a Estados Unidos o cederle la península de Samaná (1869 y 1972); la dictadura de Heureaux (1887-1899); la infame Convención Domínico-Americana y sus secuelas (1907); la intervención y ocupación estadounidenses (1916-1924); la tiranía de Trujillo (1930-1961); el golpe de Estado contra Bosch (1963); la nueva intervención estadounidense (1965); los sucesivos fraudes electorales de Balaguer (1966, 1970 y 1974); el asesinato del coronel Caamaño (1973); los fraudes electorales contra Bosch y Peña Gómez (1990 y 1994); la formación del llamado Frente Patriótico contra este último (1996); el enterramiento del ideario de Bosch y la implantación en la sociedad dominicana del peor régimen de corrupción (con su hórrida atmósfera de antivalores y degradación moral) de toda América (2004-2012), etcétera, etcétera.

Más aún: los conservadores de manera reiterada han involucrado a la nación dominicana en graves problemas y conflictos en razón de su espíritu cerril, su concupiscencia y su ausencia de visión histórica (guerras intestinas, acciones antinacionales, depredación del tesoro público, crímenes políticos, endeudamiento del Estado, intervenciones extranjeras, cesión de propiedades estatales, pleitos con otros gobiernos, descrédito internacional, etcétera), y siempre los liberales, en virtud de su prestigio bien ganado y animados por su acendrado sentido del deber, han terminado sacándoles las castañas del fuego al país en calidad de interlocutores confiables, garantes de la libertad, dechados de virtudes cívicas o exponentes del más diamantino patriotismo.

Finalmente, es bueno no olvidar otro hecho históricamente comprobad cuando los liberales en el poder han sido derrotados por expresión de la voluntad popular, se han inclinado respetuosamente a aceptarlo sin resistencia o, si han realizado reclamaciones legales al respecto, han terminado entregando pacifica y limpiamente el mando; pero cuando los vencidos han sido los conservadores, éstos han intentado casi siempre retener las riendas de la cosa pública, y para ello no han parado mientes en hacer trampas, promover maniobras politiqueras de despojo, recurrir a trucos legales, usar las fuerzas armadas o apelar al respaldo de poderosos sectores internos o externos: situaciones, nombres y secuelas son harto conocidos en este tenor, incluso en el más reciente pasado del país, aunque en los últimos tiempos la desmemoria parece ser una tendencia general entre nosotros.

El autor de estas líneas ha hecho las rememoraciones históricas que preceden muy a propósito de la vocinglería rupestre, las invocaciones ultranacionalistas y los ridículos zafarranchos de combate que se han producido en el país a resultas de la sentencia número 168-13 de nuestro Tribunal Constitucional… La idea es simple: que cada quien recuerde lo que ha sido o lo que no es (para que siga aceptando lo que dice nuestra Historia o simplemente la reescriba porque no es de su gusto ni cuadra con sus intereses), y esté consciente del sesgo que ha adoptado, pues todos, absolutamente todos, a la postre tendremos que comparecer (de acuerdo con las creencias filosóficas que atesoremos) por lo menos ante uno de dos tribunales en los que el cinismo no alcanza laureles y las decisiones son verdaderamente inapelables: el de Dios o el de la Posteridad.

(*) El autor es abogado y profesor universitario.

[email protected]  

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