En días pasados me disfracé de pollo gringo y me trasladé a la frontera con
Haití, con el propósito de averiguar exactamente qué es lo que pasa que desde
hace varias semanas no nos dejan entrar.
Con ese propósito y buen ánimo, me encaramé en la cama de una destartalada
camioneta, con destino a Dajabón, en cuyo trayecto encontré un guardia en un
retén que quiso incautarme, de lo cual luego se arrepintió cuando le regalé
unas cuantas de mis plumas, diciéndole que las utilizara para que su hijo más
pequeño jugara a los indios.
En Dajabón me lancé de la camioneta, circunstancia que aprovechó una
haitianita (chévere ella) quien le decía
a una compatriota suya que ese día en su casa comerían pollo frito, comentario
que hizo que se me pusiera la carne de gallina. Sin embargo, su deseo se vio
frustrado cuando al tratar de cruzar por la puerta de entrada a Haití, sobre el
río Masacre, un sargento del ejército, medio barrigón, pero sargento al fin, detuvo a las dos haitianitas diciéndoles en
creol que en Haití hay una veda contra los pollos dominicanos.
En medio de una acalorada discusión que se produjo, me le zafé a la
haitianita y volé hacia el otro lado, es decir a Haití, donde una pollona de
negro plumaje me protegió, con un
cacareo de gallina enamorada, llevándome al patio de su casa, donde entablamos
una conversación de lo más amena.
La pollona me dijo que estaba un poco deprimida, porque con motivo de la
veda dispuesta contra los pollos y los huevos dominicanos, dizque por la gripe
aviar, tenía varios días que no veía a su novio, que se quedó de este lado
antes de que se produjera la decisión. Había venido a picar un poquito de maíz,
que escasea en Haití, pero además a curarse de un picotazo que le dio un gallo
de calidad durante una disputa por una pollita criolla.
Según la pollona, ahora está un poco más reanimada, porque al tenerme a su
lado se sentía menos sola, insinuándome que cantara la canción de Fernandito
Villalona, que habla de la suerte de un gallo que “rascatapum, chin chin el
gallo sube, echa su polvorete rascatapum chin chin y se sacude”.
“El asunto es—me dijo la pollona—que las
autoridades de mi país no quieren que tengamos relaciones con los pollos
dominicanos, dizque porque son unos tiguerazos que tienen varios muchachos con
distintas mujeres y luego los abandonan. Esa es una pendejada del presidente
Martelly, porque eso mismo hacen los gallos de aquí”.
Como era lógico, pensé que la tigueraza
era la pollona, porque esa sugerencia del polvorete me tomó desprevenido, al
habérseme olvidados los condones que tengo reservados para esos urgentes y a
menudo necesarios casos, con el perdón de nuestro querido Cardenal. Sin
embargo, le dije que como gallo al fin, hablaría con el canciller Morales
Troncoso para que haga posible nuestro reencuentro, facilitándole una visa
temporal para que pueda entrar a nuestro país y nos acurruquemos bajo la sombra
que proporciona la división del PRD.
La pollona quedó encantada; tanto así que
me dio un besito con su piquito entreabierto, prometiéndome que me esperaría
hasta que se determinara cuáles serían las medidas drásticas que tomaría el
presidente Medina sobre la situación. Total, que si pollo y pollona nos
entendemos, con polvorete o si él, ¿por qué no puede suceder lo mismo entre los
dos gobiernos?
Ah, olvidé decir que retorné a Santo
Domingo en un camión lleno de ilegales, y tan pronto llegué a Santiago me
desaparecí del mapa, no fuera a ser cosa
que el alcalde Serulle me confundiera con un pollo haitiano y me lanzara a la
basura, para luego justificarse diciendo que tanta de ella acumulada en la
ciudad es culpa de la gripe aviar. Como todos los políticos, siempre hablando
pendejadas.
Pío, pío, pío…Nos vemos.
