<b>La postura de Miguel Vargas
de negarse públicamente a dialogar con sus adversarios internos en el Partido
Revolucionario Dominicano (PRD) lo aísla de importantes núcleos de la
organización que preside.</b>
Con su actitud, Vargas también
envía un mensaje negativo hacia la sociedad, pues se coloca como un político
incapaz de entenderse con sus adversarios, terco e intolerante, conducta que se
considera un anti valor en nuestra cultura democrática.
En círculos políticos se
comenta que con su actitud, Vargas ha
ido disminuyendo sus fuerzas internas en el PRD, desertando de sus filas
importantes dirigentes y obligando a que
grupos que se tornaban neutrales en la lucha frente a Hipólito Mejía se
hayan visto obligados a hacer causa común con éste ante la postura cerrada del
presidente del partido.
Se entiende, que Vargas y
quienes aun le apoyan, han sobreestimado sus influencias en los poderes del
Estado, en particular en el Tribunal Superior Electoral, reduciendo al plano
legal la lucha que se libra en el PRD, e ignorando que el asunto es más bien de
índole político.
En la medida en que pasan
los días, se va acentuando en los sectores de opinión, que Vargas no cuenta con
la mayoría en el seno del PRD y que intenta quedarse con el control del mismo
recurriendo a mecanismos legales, y purgando de adversarios a esa organización
política, ante la inminente fecha fatal en la que habrá de celebrarse la
convención de esa organización política. Los estatutos del PRD indican que las
autoridades son electas cuatro años y Vargas se juramentó el 19 de julio del
2013.
El incidente del domingo en
la Casa Nacional de ese partido, como dijera un comentarista de televisión,
dejó claro dónde está el poder en el PRD, cuando quienes les adversan ocuparon
la sede y luego la entregaron a la policía bajo la condición de que no le sería
devuelta a Vargas Maldonado. Aunque el empresario y político parece contar con
el apoyo de sectores del oficialismo, estos han comenzado a advertir que Miguel
Vargas no tiene el control del PRD, y que se le haría difícil mantenerlo.
Además, está claro que
Danilo Medina tiene su propio librito y prefiere actuar como un gobernante
respetuoso de la institucionalidad y partidario de la convivencia democrática.
Incluso, se tiene la
certeza que aun con decisiones legales a través del Tribunal Superior Electoral
y de otras instancias, sería difícil imponer una decisión contra lamayoría, si
se toma en cuenta que quienes se cobijan en torno a Hipólito Mejía han entendido
que a las acciones de Vargas hay que responderle con acciones políticas.
El rechazo de Miguel a la
propuesta de diálogo planteada por sus adversarios es una actitud poca
política, más tratándose de un partido como el PRD que históricamente ha funcionado
en base a las negociaciones, al diálogo y al equilibrio de fuerzas.
Además de esos elementos,
Vargas parece no haber asimilado que el PRD es un instrumento político de
arraigo histórico, y que no le será posible convertirlo en feudo personal sin
que antes haya consecuencias, incluso, probablemente trágicas, lo que han
entendido los sectores que han querido mediar en el conflicto.
Por eso, sectores
conocedores de la historia y analistas políticos, incluso algunos proclives a
defender la causa de Vargas, tienen la percepción de que se ha ido quedando
atrapado en una táctica en la cual va abriendo trocha a sus adversarios en la
lucha por el control del PRD.
El otro elemento que se
considera fuera y dentro del PRD es que el liderazgo de Vargas, que emergió por
su potencial como candidato a la presidencia de la República, se ve disminuir
no solo por los conflictos dentro del PRD, sino por la implicación no
esclarecida que hiciera la reclusa Sobeida Félix de que recibió dinero del capo
boricua José Figueroa Agosto, denuncia a la que el político no ha respondido con
la debida contundencia.
Esos factores y otros que
gravitan en el nuevo conflicto perredeísta,
parecen estar llevando a la deriva el proyecto político de Miguel
Vargas, quien solo podría revertirlo si se abre al diálogo y logra una
confluencia de fuerzas internas en la que permita que otros protagonistas, que
no sean ni él ni Hipólito Mejía, lideren el proceso interno de esa histórica
organización.
Vargas requiere de una jugada política audaz,
que lo sintonice con las expectativas de la mayoría perredeísta que aún
manteniendo sus lealtades personales ante los dos grandes protagonistas
actuales de ese partido, entiende que para ganar las elecciones del 2016 se
requiere no solo una solución negociada
para apuntalar la institucionalidad, sino también permitir nuevas opciones de
liderazgos y candidaturas que entusiasmen a los jóvenes y a los votantes
independientes.